1999: Rescate en Macross
un crossover entre Robotech y The X Files
por Jost
Robotech y personajes y situaciones derivadas son Copyright © Harmony
Gold USA, Inc. The X Files es propiedad de Chris Carter, 1013 producciones
y la cadena Fox.
Bosque de Greensville, Virginia.
16 de julio de 1999.
10:58 hs. AM
—A no ser que me digas que Godzilla existe de verdad —decía Dana Scully
a Fox Mulder, estando los dos examinando el panorama del bosque destrozado
que se presentaba ante ellos—, no sé cómo se puede aclarar esto.
El área donde se hallaban los agentes federales estaba destrozada. Donde
antes crecían infinidad de pinos, sólo había ahora troncos derribados,
y el terreno presentaba innumerables "huellas gigantescas",
como si por ahí hubiesen pasado dinosaurios prehistóricos.
Scully se agachó para observar una de las huellas. Medía medio metro
de ancho y dos metros de longitud.
—Esto no puede tener ninguna explicación —sentenció ella. Scully era
experta en investigar fenómenos inauditos—. Es absurdo.
Mulder se refirió a las declaraciones de los habitantes del pueblo. Hacía
dos noches, se había oído un gran estruendo procedente del firmamento.
Las autoridades locales estuvieron investigando por la zona, sin resultado,
y el FBI había recurrido a sus dos "expertos" en cuestiones
inexplicables.
—Los extraterrestres aterrizan dejando una zona quemada —especuló Scully
midiendo las huellas con una cinta métrica—. Pero no suelen destrozar
bosques.
Fox Mulder lanzó un sonrisa de triunfo a su compañera. Ella estaba tomando
en cuenta la posibilidad de que hubiesen sido los alienígenas.
Scully dijo que quería adentrarse en lo que quedaba del bosque para tomar
unas fotos y grabar con la cámara de vídeo. Mulder se quedó mirando el
paisaje, mientras llamaba por teléfono móvil a sus amigos del Pistolero
Solitario. Pasaron cinco minutos en los que sólo se oyó el canto de
los pájaros. Súbitamente, hasta ese manso sonido se acalló. Mulder lo
notó y sintió que su instinto se ponía en alerta. Algo iba a suceder,
algo tremendo.
El agente federal sintió la tierra temblando bajo sus pies. Pensó en
que debían tratarse de elefantes o animales de mayor tamaño que rondaban
por allí. Hasta especuló con la posibilidad de que un científico loco
hubiese resucitado al tiranosaurius rex; ya se creía cualquier
cosa. Se trataba de algo peor.
Los temblores se hacían mas fuertes. Eran provocadas por... Mulder miró
al fondo, atónito.
A menos de cien metros de él, un gigante de diez metros de altura, vestido
con una especie de armadura marrón claro y portando un fusil de tamaño
proporcional a su altura surgió entre los árboles. Sus formas eran como
las de un ser humano: tenía cabeza, brazos y piernas. Pero su actitud
era la de un guerrero reconociendo el terreno.
Sin pensárselo dos veces, Mulder corrió buscando a su compañera. El gigante
pasaría muy cerca de ella.
Al gigante que Mulder viera se le unieron dos más. Mulder se adentró
en el bosquecillo y encontró a Scully enfrascada tomando fotos de una
de las incontables huellas del bosque destrozado.
—¡Scully! —gritó Mulder a su compañera—. ¡Ven!
Ella le miró. Demasiado tarde. El primero de los gigantes extendió su
mano y atrapó a la desprevenida Scully como una persona normal hiciera
con un hámster.
Lo único que pudo ver Mulder antes de huir era que Scully se había desmayado
nada más ver a su captor.
Fox Mulder corrió hacia el Cadillac, entró en él y giró la llave del
contacto. A la tercera intentona, el motor arrancó. Dio marcha atrás y
enfiló a la carretera. Sus constantes vitales estaban a cien.
El Cadillac derrapó en el terreno. Mulder cogió con mano firme el volante,
pero uno de los gigantes se interpuso en su camino. Mulder intentó rectificar
la dirección, sin éxito alguno. Descontrolado, el Cadillac cayó por un
terraplén y pegó tres vueltas de campana, quedando con las ruedas arriba
y el techo en el firme. Mulder perdió el conocimiento y gracias a ello
no se dio cuenta de que uno de los gigantes se había acercado para observar
el vehículo accidentado.
El gigante que era jefe de los otros dos hizo una señal a sus compañeros.
—He recibido órdenes de Khyron por radio —les dijo a los otros—. Volvemos
a estar en el sector equivocado.
Tenía en la mano una especie de receptor, y en la otra el cuerpo inconsciente
de la agente Scully.
—¿Matamos a la microniana? —preguntó uno de los subordinados a su jefe.
—No —negó éste—, Khyron la quiere como rehén. La nave de transporte nos
recogerá dentro de cinco minutos.
A cinco mil kilómetros de la Luna, espacio exterior.
2 de noviembre del 2009.
La flotilla zentraedi comandada por el almirante Breetai orbitaba alrededor
de la Luna, esperando órdenes del líder supremo de la Flota Imperial,
Dolza. Breetai y su lugarteniente, Exedore, llevaban horas en el puente
del crucero de mando esperando.
—Este absurdo plan de Dolza no dará resultado —opinaba Breetai con la
mirada fija en las pantallas holográficas de radar.
—Si nuestras tentativas de capturar al SDF-1 son infructuosas —replicó
Exedore haciendo gala de su refinado lenguaje—, es lícito utilizar alternativas.
Breetai miró a Exedore a través de su infrarrojo, reflejando un total
desacuerdo.
—¿Alternativas? —preguntó retóricamente, enfadado—. ¿Enviar a ese indisciplinado
de Khyron con un crucero y un escuadrón de guerreros diez años atrás en
el planeta de los micronianos para hacerse con el SDF-1 antes de que se
estrelle? ¿Es eso una alternativa? —Breetai estaba dolido por no haber
logrado capturar la fortaleza en su primer ataque contra los terrícolas
y aborrecía que un zentraedi orgulloso y anárquico como Khyron estuviera
al frente de ese descabellado plan.
Además, la maniobra de transposición temporal no era segura. Podían suceder
imprevistos...
De momento, la flotilla del almirante Breetai aguardaba órdenes. El SDF-1
se hallaba entre la Tierra y la Luna, en unas coordenadas fijas.
Una de las holopantallas dio el aviso. ¡El SDF-1 desapareció de repente
de los sensores zentraedi! Exedore pidió información a la computadora
y sus peores temores se confirmaron.
—¿Qué sucede ahora? —inquirió Breetai quisquilloso.
—Milord, el SDF-1 ha... imitado nuestro sistema de transposición temporal.
Parece que detectaron la maniobra que realizó el crucero de Khyron y la
han imitado.
Breetai reaccionó con rapidez.
—¿Podemos hacer lo mismo nosotros? —preguntó el almirante.
—Necesitaremos media hora para hacer los cálculos —respondió Exedore—.
Pero es factible.
—Hazlo —le ordenó Breetai. El almirante pulsó un botón y emitió un mensaje
a los cinco cruceros de la flotilla para que se prepararan para la transposición.
Bosque de Greensville, Virginia.
11:09 hs. AM
Mulder abrió los ojos y vio que un joven alto y rubio le estaba atendiendo.
Llevaba un atuendo muy parecido al de los pilotos militares. El agente
federal se llevó una mano a la cabeza. El joven se la había vendado y
le había sacado del coche.
—¿Se encuentra bien? —preguntó el piloto.
—Sí... —Mulder entonces recordó en forma de shock el incidente con los
gigantes—. Dios mío... Scully... ¿Dónde está?
—¿Quién es Scully?
Mulder se lo explicó todo al joven. Este le escuchó con comprensión.
—¿Es usted del ejército? —preguntó Mulder al piloto.
—Se puede decir que sí. Esos gigantes de los que habla se llaman zentraedis.
—Oh, ¿tienen nombre? —Mulder sintió su cabeza a punto de estallar.
—Le voy a inyectar un sedante y le llevaré en mi avión. Necesitamos toda
la información que podamos recabar.
—Espere... ¿Cuál es su nombre...?
El piloto le administró el sedante y un momento antes de que Mulder sucumbiera
al efecto le contestó.
—Roy Fokker.
Puente del SDF-1.
11:51 hs. AM del mismo día.
El capitán Henry Gloval, comandante del SDF-1 se dio la vuelta cuando
se abrió la puerta que permitía el acceso al puente.
El agente federal Fox Mulder se adentró dando un paso y se fijó que excepto
el capitán, toda la tripulación estaba formada por mujeres. El capitán
Gloval se le acercó y le estrechó la mano.
—Capitán Henry Gloval, comandante del SDF-1 —se presentó el comandante.
Señaló a una joven de cabello castaño y uniforme blanco y a otra de de
raza negra y uniforme verde oscuro—. Estas son las tenientes Lisa Hayes
y Claudia Grant.
Mulder las saludó con un gesto parco. El resto de la tripulación estaba
ajena a la llegada del agente federal. Unos segundos después, el agente
federal, recuperado ya del todo del shock sufrido y con la cabeza curada
dijo sin salir de su asombro:
—Esto no es una nave de los Estados Unidos.
—Pertenece al mando de defensa del Ejército de la Tierra Unida —le aclaró
Gloval—. ¿Qué hacía usted con los zentraedi?
Mulder se identificó como agente de la oficina federal de investigación.
Le aclaró lo de la investigación en el bosque de Greensville y como su
compañera había sido secuestrada por los gigantes. Mulder se sentía culpable,
pensaba que había perdido a Scully para siempre y para colmo, los alienígenas
había vuelto a ser los responsables.
Gloval le puso al corriente de la situación.
—Los zentraedis de los que nos habla embarcaron en un crucero clase B
de asalto. —Gloval se acercó a una de las consolas y una pantalla informática
le mostró la posición exacta del crucero, sobrevolando el Océano Pacífico
a gran altitud—. Hace dos días ese crucero atravesó la barrera del espacio-tiempo
retrocediendo hasta esta época. Tardamos en averiguarlo, pero nada más
saberlo vinimos aquí para desbaratar sus planes.
—¿Ustedes vienen del futuro y están en guerra con esos gigantes? —preguntó
Mulder—. ¿Qué es lo que quieren? Cada vez lo entiendo menos.
Mientras la tripulación seguía pendiente de los mandos, Gloval le explicó
el origen del problema. El 17 de julio de 1999, una gigantesca fortaleza
de origen extraterrestre se estrelló en la isla Macross. Pensando que
se trataba de la avanzadilla de una invasión alienígena, los gobiernos
del mundo se unieron y transformaron la fortaleza en el SDF-1. Pero el
día de su inauguración oficial, una raza de guerreros gigante, los zentraedi,
habían enviado su flota para recuperar la nave. Y desde ese día llevaban
recorriendo todo el sistema solar, soportando las acometidas de la flota
enemiga. El Gobierno de la Tierra Unida les había negado el permiso para
volver a la Tierra, de ese modo se veían en la obligación de tener a los
zentraedi alejados del planeta.
—Ahora han cambiado de estrategia —precisó Gloval. Jugueteaba con una
pipa entre sus manos—. Han enviado un destacamento para hacerse con el
SDF-1 antes de que se estrelle. Una jugada muy hábil, pero se lo impediremos.
Parece ser que la patrulla que capturó a su compañera, agente Mulder,
seguía un plan para identificar el lugar donde se estrellará el SDF-1.
Ahora, sin embargo, han localizado el sitio exacto. Será, como ya he dicho,
en la isla Macross, en el pacífico Sur. —Gloval miró un reloj de la pantalla—.
En menos de dieciocho horas. Por cierto —Gloval cambió de tema—, ¿qué
tal va la guerra?
—¿La guerra? ¿Qué guerra? ¿La de Kosovo? —se extrañó Mulder.
—La Guerra Civil Global, o la Tercera Guerra Mundial, como prefiera;
la que de debe estar asolando el planeta en esta fecha —precisó Gloval.
—No sé nada de ninguna guerra mundial —dijo Mulder, confuso. Gloval iba
a añadir algo, pero el cerebro de Mulder comenzó a pensar rápidamente.
— Capitán Gloval, me temo que esa fortaleza de la que me habla no se
estrellará contra la Tierra...
Sala de comunicaciones del portaaviones USS. Eisenhower, Pacifico
Sur.
16 de julio de 1999.
12:03 hs. PM
El almirante Warren Barnes acudió a la llamada del controlador de radar
Victor Meadows. Este le había pedido opinión sobre un extraño objeto que
aparecía en la pantalla del radar.
—No quiero oír hablar nada sobre OVNIs —advirtió el almirante.
El objeto mediría cerca de seiscientos metros de longitud y estaba a
una altitud de veintiún kilómetros. En la pantalla del radar, aparecía
como un eco mal definido, como una señal difusa. Parecía como si se tratara
de una avión invisible al radar con un sistema de antidetección que funcionara
a veces sí, a veces no.
—¿Podrían ser los rusos probando un nuevo modelo de avión? —preguntó
el sargento Meadows más para sí mismo que para el almirante.
—¿En medio del Pacífico? No lo creo... —Barnes se dirigió a un oficial
y le ordenó que informara al Pentágono. Poco después, al comprobar que
el objeto bajaba de altitud, el almirante ordenó que un F-18 armado con
misiles aire-aire realizara una inspección visual del intruso.
El almirante estuvo pendiente de la operación. Encendieron los altavoces
de la sala de comunicaciones para poder oír al piloto del caza de reconocimiento.
Se trataba del mayor Duke Simpson, veterano de la campaña de Bosnia de
1995. A los pocos minutos, el USS. Eisenhower y el F-18 perdieron contacto
con el extraño objeto.
—Regrese al portaaviones —ordenó el viejo almirante.
—De acuerdo —sonaron los altavoces—. ¡Maldita sea! —exclamó repentinamente
el mayor—. ¡Me persiguen dos... dos... no tengo ni idea...!
Barnes imaginó al F-18 efectuando los rápidos virajes para emprender
la acción evasiva. Los altavoces estuvieron callados unos segundos y el
piloto volvió a informar.
—¡Señor! ¡Me están disparando! ¡Solicito permiso para responder al ataque!
—Concedido —accedió Barnes—. ¿Puede identificar los cazas enemigos?
—¡¿Cazas?! —El mayor tenía los nervios crispados—. ¡No tengo ni puta
idea! ¡Me están disparando rayos láser!
Meadows y Barnes intercambiaron sendas miradas de asombro. El almirante
ordenó que despegaran dos F-14 para ayudar al acorralado mayor Simpson.
Una explosión crepitó en los altavoces. El F-18 había sido destruido,
y ni siquiera recibieron la señal de auxilio que confirmaría que el mayor
había saltado en paracaídas.
—Perdida la comunicación, señor —informó el sargento Meadows.
El almirante Barnes sintió que algo iría condenadamente mal. Su navío
se hallaba en medio del pacífico Sur, a miles de kilómetros de cualquier
base de los Estados Unidos. ¿Quién tendría las agallas suficientes para
derribar un caza norteamericano?
—Informe a la Casa Blanca inmediatamente —dijo el almirante Barnes—,
de que el USS. Eisenhower pasa a alerta roja.
Barnes agarró un micrófono de mano y pronunció las palabras que electrizan
la tripulación de cualquier buque de guerra.
—Zafarrancho de combate.
Crucero de guerra zentraedi.
Posición: a 3 km. de la futura isla Macross y a 200 km. del USS. Eisenhower.
Khyron veía la isla Macross cubierta de vegetación desde el puente de
mando. El gigantesco crucero de combate, color verde oscuro, bajó progresivamente
la altitud para aterrizar en la isla. Un fallo en el sistema de antiradar
les había hecho visibles durante un tiempo a los sistemas de detección
micronianos, pero eso ya estaba resuelto.
Por su parte, los aparatos de detección zentraedi estarían pendientes
de la llegada procedente del hiperespacio del SDF-1. No era cuestión de
que la fortaleza se estrellara en la isla aplastando al batallón de guerreros
zentraedi que la esperaba.
El joven Khyron recibió una llamada por el videófono. En la pantalla
se mostró la arrogante figura de Dolza, pidiendo información.
—Tuvimos problemas para localizar el sitio exacto de la colisión —informó
Khyron con voz marcial—. Debido a un error en los ordenadores, pensábamos
que se había estrellado en el continente, pero ya lo hemos corregido.
—¿Algún problema con los micronianos? —preguntó Dolza.
—Aparte del incidente con dos de ellos en el continente, nada importante.
Hace una hora mis pilotos tuvieron que efectuar una salida para derribar
un primitivo avión de combate microniano, pero no nos dio ningún problema
neutralizarlo. Ahora lo único que tenemos que hacer es aterrizar en la
isla y esperar.
—Muy bien. ¡Por la victoria! —se despidió Dolza.
—¡Por la victoria! —repitió Khyron y la comunicación se cortó.
Pero lo que el joven y arrogante Khyron no le había dicho es que tenía
a una microniana como rehén.
La pobre Dana Katherine Scully seguía inconsciente, encerrada en una
burda caja de metal, como si de una pájaro enjaulado se tratara.
Puente del SDF-1.
Mulder explicó a Gloval su teoría.
—En mi mundo no hay ningún conflicto a escala planetaria —decía el agente
federal—. Y esto solo tiene una explicación.
Gloval escuchó la acertada teoría del agente Mulder. Los zentraedi no
sólo habían viajado en el tiempo, sino a una realidad completamente distinta.
En el año 1999 donde Mulder y Scully luchaban contra la Conspiración no
había ninguna guerra. Se hacía cierta entonces pues, la teoría de los
universos paralelos, dos realidades distintas transcurriendo en una misma
línea de tiempo pero ambas separadas, aunque ahora esas dos realidades
—la que Mulder y el SDF-1 representaban simultáneamente— compartían el
mismo plano físico.
—En mi mundo hubiera sido imposible convertir esta fortaleza en una nave
espacial —prosiguió Mulder.
Pero aún así el peligro subsistía. Si el mundo de Fox Mulder de 1999
no estaba preparado para asumir la existencia de alienígenas, lo estaría
menos para saber que estaban amenazados por una raza de guerreros gigantes.
La voz de una joven oficial con gafas les interrumpió.
—Los zentraedi han derribado una avión sobre el Pacífico —informó ella—.
Pero el piloto ha sobrevivido y está flotando en el mar.
—Envíen un Veritech de rescate —ordenó Gloval—, y que lo traigan ante
mi presencia inmediatamente.
Mulder se encaró con el capitán Gloval. Le dijo que lo que más le importaba
era que Scully estuviese viva. Y Gloval le replicó que eso era cuanto
menos tan importante como evitar que el mundo de finales del siglo XX
conociera a los bárbaros zentraedi.
Isla Macross, Pacífico Sur.
17 de julio de 1999.
0:58 hs. AM
Khyron había ordenado a sus tropas que desembarcaran en la isla, para
poder despejarse un poco y preparar el dispositivo para atrapar al SDF-1.
Mientras, Scully seguía en la jaula. Había recobrado el conocimiento
y estaba asumiendo su nueva situación de cautiva. Ella se sentía como
una Gulliver femenina en el país de los gigantes. Sabía que científicamente
era imposible que existieran gigantes como los zentraedi, pero Mulder
le había enseñado que todo era posible.
Scully se asustó cuando el gigante abrió la jaula, envolvió su cuerpo
con una mano y la alzó, mirándola como si fuera a reírse de ella.
—Parece mentira que una raza de debiluchos enclenques como vosotros nos
haya creado tantos problemas. Cuando logremos descubrir el secreto de
la protocultura, nada nos podrá detener.
Khyron metió a Scully de nuevo en la jaula. Alucinada, había oído al
gigante hablarle con una voz distorsionada en un correctísimo inglés.
Hangares de la sección Prometeo del SDF-1.
3:40 hs. AM
Los aviones que estaban estacionados en los hangares eran muy parecidos
a los F-14 Tomcat de la Marina estadounidense, pero estaban pintados de
blanco. Mientras Gloval esperaba que trajeran al piloto derribado, su
mente comenzaba a trazar ya un plan de rescate para salvar a Scully.
Se presentaron cuatro personas ante el capitán, tres jóvenes pilotos
y una linda muchachita oriental que tendría menos de dieciocho años. Entre
los jóvenes estaba Roy Fokker, el que rescatara a Mulder del bosque de
Greensville. Los otros dos era Rick Hunter, recién ascendido a jefe de
escuadrón y Max Sterling.
A Mulder le parecieron excesivamente jóvenes para ser parte de la tripulación
de una nave de guerra. Sobre todo la presencia de la muchacha era de lo
más extraño, no llevaba ningún tipo de uniforme militar y, por así decirlo,
era demasiado guapa.
El plan sería el siguiente: un destacamento compuesto por Roy Fokker,
Max Sterling y Rick Hunter iría a la isla para rescatar a Scully. Lo siguiente
sería idear un medio para apartar a los zentraedi de la Tierra, y eso
implicaba presentarles batalla más allá de la órbita lunar. Gloval también
estaba preocupado por la flotilla de cruceros zentraedi que habían aparecido
hacía relativamente poco. Nunca había imaginado que una de las batallas
más decisivas del SDF-1 se libraría justo el día en que la fortaleza llegara
a la Tierra, aunque fuera en una realidad diferente.
—Es un placer conocerle, señor Mulder —le había dicho antes la muchachita
al agente federal.
Se llamaba Lynn Minmei y constituía, según Gloval, el arma secreta del
SDF-1. Más en concreto, su música. Los zentraedi aborrecían conceptos
tales como la música o la belleza y la música de Minmei les impedía combatir.
El plan era perfecto, salvo por algo con lo que Gloval no contaba que
Fox Mulder diría.
—Quiero participar en la misión —dijo secamente. Esto produjo una momentánea
risita en los pilotos.
—¿Sabe pilotar un Veritech? —preguntó Rick Hunter al agente federal.
—¿Un qué?
—Así se llaman nuestros aviones de combate.
—Me falta la licencia de piloto, pero sé dirigir una avioneta.
—Señor Mulder. —El tono de Gloval era de lo más respetuoso—. Los aviones
Veritech no tienen nada que ver con lo que usted pueda conocer de su época.
Están específicamente diseñados para luchar contra los zentraedi. Comprendo
su actitud, pero va a tener que esperar.
—¿A qué? ¿A enterarme más tarde de que estábamos planeando rescatar un
cadáver en vez de a Scully?
Los pilotos pasaron entonces a una actitud meditabunda. Mulder temía
por la vida de Scully tanto, que su imaginación la consideraba más entre
los muertos que entre los vivos.
Mulder miró a otro lado, avergonzado.
—No quería ser tan pesimista —dijo.
En medio del hangar, tronó una voz que había pilotado cientos de horas,
la del primer soldado del siglo XX que había luchado contra las naves
zentraedi y había perdido.
—¿Qué es esto? ¿Una reunión de hippies? —Era el mayor Duke Simpson, recién
rescatado de las aguas del Pacífico, y se refería despectivamente a las
largas cabelleras de los pilotos que estaban reunidos con Mulder. Simpson
tenía su pelo rubio rapado casi al cero, y exhibía un talante rayano en
la arrogancia. Se fijó en que uno de los pilotos llevaba gafas (era Max
Sterling) y eso no le daba buena impresión. En la Marina norteamericana
no le habrían dejado pilotar.
—Mejor será que me encargue yo de ponerle al corriente de los acontecimientos
—dijo Mulder, separándose del grupo—. Discutan las estrategias que quieran;
a mí me llevará rato convencer a este tipo...
Isla Macross, Pacífico Sur.
17 de julio de 1999.
4:00 hs. AM
Según la información con la que contaba Khyron, el SDF-1 se estrellaría
exactamente a las cinco de la mañana. Quedaba todavía una hora.
Alrededor del crucero zentraedi, habían desembarcado siete vehículos
de combate. Cada de uno de ellos era como una especie de avestruz gigante
sin cuello; dos patas delgadas que sostenían un módulo central armado
con cuatro cañones láser. Dos de esos vehículos se habían encargado de
derribar el F-18 del mayor Simpson sin ninguna complicación. Y Khyron
no quería arriesgar la misión porque unos micronianos con armas primitivas
se entrometieran en sus asuntos.
Pero aparte de servir como armas ofensivas, las unidades de combate custodiaban
lo que la tecnología zentraedi había bautizado como "bomba dimensional".
Era un bloque de formas redondeadas de tres metros de altura y su funcionamiento
semejaba al de un acelerador de partículas. Cuando el SDF-1 estuviese
en rumbo de colisión contra la isla, la bomba dimensional le lanzaría
una onda de choque energética que enviaría a la fortaleza al año en que
la armada zentraedi acosaba al remozado SDF-1.
La mente guerrera de los zentraedi no había pensado ni en paradojas temporales
ni en nada de eso. Cuando la fortaleza estuviese en sus manos, eso no
importaría en absoluto.
Khyron siguió mirando el firmamento. Dentro de poco más de una hora,
la misión se llevaría a buen término.
Hangares de la sección Prometeo, SDF-1.
4:18 hs. AM
—Si tiene alas, puedo pilotar lo que sea —afirmó orgullosamente el mayor
Simpson ante Gloval y compañía.
Mulder le había explicado la situación. Sin embargo, el mayor no mostró
extrañeza alguna. Al contrario, tenía el orgullo tan herido por haber
sido derribado que su mente sólo buscaba resarcimiento.
Gloval se negaba a que un piloto de esas características tomara parte
en la misión de rescatar a Scully. Se lo pensó mejor y preguntó a Mulder.
—¿Quiere participar, agente Mulder?
—Sí. —El tono de Mulder era de decisión total—. Se lo debo a ella. Es
lo menos que puedo hacer. Si no la hubiera convencido para que estuviese
conmigo en ese bosque persiguiendo extraterrestres ahora estaría sana
y salva.
—Mayor Simpson. —Gloval se encaró con el mayor—. Participará de forma
indirecta en la misión. Pilotará un Veritech biplaza con el agente Mulder
y cuando el terreno esté despejado ayudará a Mulder a buscar a Scully.
Supongo que ella necesitará ver a alguien conocido después de la desagradable
experiencia por la que estará pasando.
"Esperaremos una hora exacta. Cuando los zentraedi descubran que
sus previsiones son incorrectas, que el SDF-1 no llega a la Tierra, les
atacaremos.
Isla Macross, Pacífico Sur.
5:06 hs. AM
Si los cálculos hubiesen sido correctos, el SDF-1 tendría que haberse
materializado ya. Pero nada, fracaso total. La fortaleza seguía sin aparecer.
A Khyron no le extrañó que la flotilla del almirante Breetai se hubiese
teletransportado a esa época para perseguir al otro SDF-1, el que ya había
sido reconstruido. ¿Y si el viaje temporal no les hubiera llevado al momento
preciso? El joven Khyron se estaba poniendo nervioso.
Un zentraedi no se queda sentado esperando. Siempre actúa. Y Khyron actuó.
Cogió la jaula donde Scully estaba cautiva y solicitó que enviaran un
mensaje al SDF-1.
Puente del SDF-1.
5:07 hs. AM
Fox Mulder y Duke Simpson estaban a punto de despedirse de Gloval cuando
la oficial Claudia Grant informó de que recibía un mensaje por la frecuencia
que los zentraedi utilizaban para lanzar sus ultimátums al SDF-1.
En la pantalla se materializó el rostro de Khyron.
—Si en dos horas no me entregan el SDF-1 —dijo Khyron, y enseñó a la
pantalla la jaula donde Scully estaba encerrada—, mataremos a esta microniana
y destruiremos el portaaviones que patrulla la zona... Sabe usted lo que
eso significa, capitán Gloval. Cientos de vidas micronianas valen más
que la fortaleza espacial.
El mayor Simpson, encolerizado ante la idea de que el buque de donde
procedía estaba amenazado, casi estalló en un ataque de ira, pero logró
contenerse. Por su parte, Mulder ardía en deseos de ajustar las cuentas
con esos indeseables, más peligrosos que todos los peligros juntos a los
que él y su compañera se habían enfrentado. Segundos después, la figura
de Khyron desapareció de la pantalla.
Gloval dijo a Mulder y a Simpson:
—Es hora de actuar ya. ¡Buena suerte!
El mayor Simpson y el agente Mulder, antes de subirse al Veritech biplaza
fueron testigos e una romántica escena. Rick Hunter y Minmei se besaron
antes de que el primero se montara en su Veritechs.
Pero lo que Mulder vio, sin decirle nada al mayor, fue que una de las
mujeres del puente, la teniente Lisa Hayes se había acercado hasta el
hangar, y escondida tras una esquina, había estado espiando a Rick Hunter.
Fox Mulder habría jurado que Lisa Hayes torcía el gesto como lo haría
una mujer celosa cuando Rick Hunter y Minmei se besaron.
El SDF-1 se fue acercando paulatinamente a la órbita, terrestre, para
sobrevolar la zona cercana a la isla Macross.
—El grupo de rescate ha salido —confirmó Claudia Grant.
—Inicien la táctica Minmei dentro de tres minutos —ordenó el capitán
Gloval.
Los cuatro Veritechs estaban a punto de entrar en la atmósfera terrestre.
El mayor Simpson descubrió que a pesar de la falta de gravedad, el Veritech
se mantenía muy bien. El resto de los Veritechs estaban más adelantados,
en formación de cuña, y sus respectivos pilotos entablaban una charla
ligera antes de entrar en combate.
—Sería interesante desviarnos por un momento e irnos a hacernos una visita
a nosotros mismos en el pasado —comentó Rick Hunter bromeando al resto
del grupo. Fokker rectificó a su amigo Rick explicándole el tema de la
realidad alternativa en donde se hallaban.
—Siempre me quedaré con la duda de saber si en este mundo existo yo o
alguno de vosotros —dijo Fokker, en tono pensativo.
—¡Oh, vamos! —intervino Max Sterling—. Si no se llama Roy Fokker, seguro
que hay por ahí abajo algún as del aire tan bueno como tú.
—¿Cómo yo...? —dijo conteniendo una risa Fokker—. Imposible....
—Fokker —añadió Rick Hunter—, siempre has sido muy modesto, ¿verdad?
—Por lo menos —puntualizó Fokker—, yo no interrumpo las exhibiciones
aéreas como tú lo hiciste el día de la inauguración del SDF-1.
Rick Hunter pensó que Fokker siempre haría el papel de "hermano
mayor", fueran cuales fueran las circunstancias.
Sala de comunicaciones del USS. Eisenhower.
5:16 hs. AM
—Estamos incomunicados, señor —dijo el sargento Meadows al almirante
Barnes.
—¿Cómo es posible? —preguntó Barnes fijando su vista en la pantalla del
radar.
—Algo bloquea todas las frecuencias de radio... ¡Espere! —Meadows se
ajustó los auriculares que llevaba—. Estoy recibiendo una señal en la
banda de onda corta... Lo voy a pasar a los altavoces.
Barnes esperaba oír, como el resto de los que estaban en la sala, el
barullo típico de las transmisiones encriptadas. Nada más lejos de la
realidad.
A través de la onda corta sonaron los compases musicales de una linda
vocecilla cantando a pleno pulmón:
Stage lights, flashing,
the feeling is smashing.
My heart and soul belongs to you.
And I’m here now, singing.
All bells are ringing
My dream has finally come true...
El almirante se llevó las manos a la frente. Recordó que uno de sus amigos
de la Marina le envidiaba por haber recibido el mando del portaaviones
para patrullar una zona del mundo "donde nunca sucedía nada".
El coronel Gerald Wise, jefe del mando aéreo aconsejó al almirante poner
en el aire el primer escuadrón de F-14 del Grupo de Intervención Rápida,
con el fin de prevenir un eventual ataque enemigo.
—¿Y qué le digo a los pilotos? —preguntó Barnes desmotivado—. ¿Qué luchen
contra una canción? Por cierto, sargento Meadows, ¿puede decirme la procedencia
de esa señal?
—Sólo puedo confirmar que viene del espacio exterior, señor.
—Vaya por dios... —Barnes notó que los treinta y siete años servidos
en la Marina se le amontonaban en los hombros. Hizo una pausa y comentó
a Meadows—, Qué bien canta esa chica, ¿verdad?
Grupo de rescate Veritech.
El mayor Simpson pilotaba el Veritech con mano firme. Su aparato se había
quedado atrás, mientras que los otros tres aparatos volaban en formación,
liderados por el avión de Roy Fokker.
Ya habían atravesado la atmósfera y ahora volaban entre las nubes. —Se
pilota muy bien —dijo el mayor Simpson a Fox Mulder, que se hallaba en
el asiento de atrás. Mulder sentía la cabeza pesada por el casco que llevaba.
Sólo pensaba en Scully, repitiéndose mentalmente: Tranquila, Dana,
enseguida llegamos.
El grupo de rescate se aproximó a la isla Macross. Desde su altitud,
podían divisar el crucero zentraedi que había aterrizado.
Mientras, el SDF-1 comenzaba a transmitir la letal música que aterrorizaba
a los guerrerps zentraedi. Y el capitán Gloval, además, tenía un as extra
en la manga.
Isla Macross
5:20 hs. AM
Khyron se hallaba en el puente de mando del crucero cuando comenzó la
ofensiva psicológica y militar diseñada por el capitán Gloval. A través
de todas las frecuencias radiofónicas que el crucero podía recibir, se
coló la rítmica música de Minmei. Khyron ordenó a todos sus subordinados
(once soldados) que se montaran en los vehículos de combate, pues ya conocían
los aturdidores efectos de aquella música, y peor aún, era señal de que
el enemigo estaba cerca.
Un sector del limpio y oscuro cielo del alba se llenó con la imagen holográfica
de una gigantesca y bellísima Minmei cantando, vestida con sus mejores
galas. Poco después, la música que acompañaba a la imagen sonó como un
descomunal eco llegando a toda la isla. Khyron se olvidó de la misión
de capturar al SDF-1.
Life is only what we choose to make it
Let’s just take it,
let us be free...
we can find the glory we all dream of
And with our love, we can win.
Still, we must fight or face defeat.
We must stand tall and not retreat...
La experiencia les había enseñado que cuando los micronianos enviaban
esa música, llegaba la hora de entablar batalla.
El SDF-1 enviaba la proyección holográfica desde el espacio exterior.
—O sea que esa era el arma secreta de la que hablaba ese cabrón de Gloval
—dijo el mayor Simpson, virando el Veritech hacia la derecha. Conocía
casi todas las funciones de los mandos, excepto de tres palancas. ¿Para
qué servirían?
Los tres Veritechs que pilotaban Roy Fokker, Max Sterling y Rick Hunter
efectuaron una pasada rasante sobre la isla. Las doce unidades de combate
zentraedi les respondieron abriendo fuego. Aún así, las habilidades de
los pilotos zentraedi estaban muy mermadas, al tener que soportar la música
del SDF-1. Trazas de rayos dorados iluminaron la isla. Fokker disparó
tres misiles, logrando aniquilar dos naves zentraedi y dañando gravemente
una tercera. A lo largo de consecutivas pasadas, los habilidosos pilotos
fueron reduciendo el numero de vehículos hostiles, quedándose reducidos
a seis. Reducida la desproporción, Fokker ordenó cambiar la configuración
de los aviones a la modalidad battloid para luchar cuerpo a cuerpo con
el enemigo.
Dos de las unidades zentraedi lograron despegar de la isla y persiguió
al avión pilotado por Simpson y Mulder.
El mayor, manejando el Veritech con mano de hierro, consiguió resarcirse
de la anterior humillación sufrida. Aprovechando al máximo las prestaciones
del caza y con una certera ráfaga de metralla láser borró sendos adversarios
del cielo.
Simpson dejó escapar un grito de triunfo.
Mulder sentía su corazón latiéndole en la garganta. Miró como los otros
tres Veritechs, de ser aviones de combate normales, se habían transformado
en gigantescas máquinas de aspecto humanoide, dispuestas a entablar batalla.
La confrontación pasó de desarrollarse en el aire a ser exclusivamente
terrestre. Max Sterling colocó su battloid en primera línea de fuego,
cubriendo a sus dos compañeros. Ahora, los Veritechs y las unidades zentraedi
se enzarzaron en un tiroteo.
Minutos después, un disparo enemigo inutilizó el cañón portátil del battloid
de Sterling.
—¡Retírate! —le ordenó Roy Fokker. Max pasó a modalida G, una
posición intermedia entre la de un avión y battloid y logró salir volando
de la isla, en dirección al SDF-1.
Acurrucado detrás de un montículo, Khyron rabiaba. Todo había salido
mal. Sólo quedaban él y tres soldados más. No había previsto que el SDF-1
comandado por Gloval decidiera actuar tan pronto en su contra. Y para
colmo, dentro de la unidad de combate, recibió señal videofónica procedente
de la flotilla del almirante Breetai, la cual se hallaba orbitando cerca
de la Luna.
—Vuelve inmediatamente —decía la voz de Breetai a Khyron—. Los cruceros
bajo mi mando han estado rastreando todo el hiperespacio. No hay ni rastro
del SDF-1. Dolza ha ordenado abortar la operación.
—¡Nunca! —exclamó enfurecido Khyron dando un golpe el aire—. Tenemos
ahora la oportunidad de capturar la fortaleza. Si amenazamos a Gloval
con atacar a los micronianos de esta época, nos darán lo que le pidamos.
—Como desobedezcas esta orden de Dolza —le advirtió Breetai muy seriamente—,
te enfrentarás a un consejo de guerra en el que yo no escatimaré esfuerzos
para que se te condene a muerte por desobedecer.
Un minuto después, las restantes fuerzas zentraedi embarcaron en el crucero
con el propósito de reunirse con la flotilla de Breetai. Khyron reconoció
que la batalla había estado perdida de antemano. Breetai no querría arriesgar
su pequeña flota en un ataque infructuoso contra el SDF-1, sus subordinados
eran incapaces de luchar adecuadamente teniendo que soportar la música
de los micronianos y ni fue capaz de aprovechar la ventaja que le daba
tener una rehén microniana en su poder.
Antes de despegar, Khyron dejó la jaula donde Scully estaba encerrada
fuera, así como una sorpresa para los micronianos...
—Misión cumplida —dijo triunfalmente Roy Fokker a través de la radio
a Rick Hunter.
—Ha sido más fácil de lo que pensaba —dijo Rick mientras el crucero zentraedi
ascendía por los aires.
—En efecto. —Fokker se puso en contacto con el Veritech que pilotaba
Simpson—. Mayor Simpson, puede aterrizar en la isla.
—Por curiosidad... —se aventuró a preguntar el mayor—. ¿Se puede hacer
con mi avión lo mismo que habéis hecho vosotros?
—Sí —le confirmó Fokker, pero no se lo recomendó. Sería demasiado complejo
para un piloto no experimentado. Rick Hunter y él configuraron sus respectivos
Veritechs a la posición normal y se retiraron rumbo al SDF-1.
Isla Macross.
5:32 hs. AM
Después de aterrizar en una zona de la isla sin vegetación, Mulder y
Simpson buscaron a Scully. Resultaba extraño comprobar que lo que habían
visto desde el cielo era cierto, que los zentraedi la habían abandonado
a ella ahí. Caminaron unos minutos y Mulder fue el primero en verla, al
lado de la jaula de metal. Ella había logrado salir con sus propios medios
de la prisión, pero tenía los brazos con diversos cortes y magulladuras.
Estaba tumbada boca arriba en el suelo, inconsciente. Mulder logró hacerla
recuperar el conocimiento. Ella entreabrió los ojos y reconoció a Mulder.
Como una chiquilla a la que han asustado, se lanzó sobre su compañero
y lo abrazó.
—¡Ha sido horrible! —exclamó ella al borde del llanto—. ¡Pensé que me
iban a matar!
—Ya ha pasado todo, Scully. —El la ayudó a ponerse de pie—. Vas a hacer
un viajecito en algo en lo que no has montado nunca, Scully. —Mulder le
sonrió con su típica sonrisilla traviesa.
—Oh, Mulder, si ya he viajado en helicóptero. —Ella se había pasado toda
la batalla entre los Veritech y los zentraedi encerrada en el crucero
e ignoraba los peculiares vehículos de combate que habían tomado parte
en ella—. No importa... lo importante es que estés aquí. Scully apoyó
un brazo suyo en el hombro de Mulder.
—Te presentaré al mayor Simpson —le dijo Mulder—. Por cierto —miró a
su alrededor—, ¿dónde está?
Simpson salió de entre unos arbustos.
—Aquí —contestó él con voz apesadumbrada—. Mulder, me temo que esto no
ha acabado... Nuestros amigos nos han dejado un regalo.
Simpson los llevó hacia donde estaba la "bomba dimensional".
En su base, había un panel con una pantalla rectangular que mostraba un
diagrama de la isla y un punto apartado unidos por una línea curva que
parpadeaba.
—¿Y esto? ¿Qué es? —preguntó Mulder sin entender nada del panel, que
debía ser extremadamente pequeño a los ojos de un zentraedi.
—Pensé que usted lo sabría. Los agentes del FBI son especialistas en
explosivos, ¿verdad? —dijo Simpson con evidente sarcasmo.
Mulder y Scully se miraron mutuamente a los ojos. ¿Un explosivo?
—Evidentemente, esto no es una máquina de hacer palomitas —dijo Simpson
señalando el panel—. Necesito ayuda. Agente Mulder, en el suelo de la
carlinga del Veritech hay algo parecido a una radio portátil. ¿Podría
traérmela, por favor?
Mulder obedeció y Scully se quedó mirando, asustada, al mayor Simpson.
Este adivinó lo que pasaba por la mente de Scully.
—Siento haberla asustado, señorita —se disculpó el mayor.
Para fortuna de Simpson y los demás, la radio portátil era un realidad
un videófono. El mayor sintonizó a la primera con lo que suponía que era
la frecuencia del SDF-1 y puso a Gloval al corriente de la situación.
El capitán solicitó ayuda al doctor Emil Lang, del personal científico
de la nave. Simpson enfocó la cámara del videófono para que el doctor
Lang viera el panel e inmediatamente, el científico evaluó la situación.
—Los zentraedi han debido de invertir el flujo de energía —dedujo el
doctor Lang—. Originalmente, eso era un generador de partículas nucleónicas,
basado en la misma tecnología con la que debieron romper la barrera del
tiempo. Ahora es un arma mortífera; proyectará una inmensa cantidad de
energía destructiva al punto señalado en el diagrama, pero ignoro cual
es ese punto.
Mulder y Simpson intercambiaron una mirada de complicidad. Imaginaban
cual sería ese punto.
—¡El portaaviones USS. Eisenhower! —exclamaron los dos casi al unísono.
Así era como Khyron quería vengarse de los micronianos por no haber podido
cumplir su objetivo.
Lang explicó que para neutralizar el generador sería necesario reinvertir
el flujo nucleónico y calibrarlo en posición de Equilibrio Cero para que
dejase de funcionar.
Alguien debería quedarse en la isla y seguir las instrucciones del doctor
Lang para inutilizar el artefacto.
—Me quedaré yo —dijo sin vacilar Simpson.
—Y yo —agregó Mulder en tono decidido.
—No —se opuso el mayor—, tú pilotarás el Veritech y te llevarás a Scully
lejos de aquí. Esto es muy peligroso, y si ha de morir alguien, seré yo.
—Nos quedaremos los tres —intervino la agente Scully—. Os ayudaré a inutilizar
el generador. Además, Mulder no sabe pilotar.
—¿Nunca has pilotado un avión, Mulder? —se extrañó el mayor.
Mulder optó por la sinceridad.
—Una vez seguí un cursillo para ser piloto. Incluso una vez piloté una
avioneta Cessna yo solo... pero nunca un reactor.
—Maldita sea, Mulder. —El mayor Simpson miraba de reojo al panel—. Conducir
un trasto de esos es como andar en bicicleta. Una vez hecho, no se olvida
nunca. Además, ese reactor está tan computerizado que hasta un crío con
los ojos vendados podría manejarlo. El ordenador lo hace todo.
El tiempo apremiaba. Fox Mulder consideró la posibilidad de quedarse
con el mayor por encima de todo, pero pensó en Scully. Ya la había arrastrado
a demasiadas locuras, y esa no iba a ser otra más.
Mulder le ofreció la mano y ambos se la estrecharon con fuerza. Los dos
agentes federales le desearon la mejor suerte del mundo.
Hasta que el mayor Simpson no vio el Veritech despegando, no comenzó
a atender las órdenes del doctor Lang.
—Tenemos seis minutos todavía —decía la figura del doctor Lang en el
videófono—. Siga mis instrucciones.
Simpson las siguió al pie de la letra. Primero, apretar los resortes
metálicos de encima. Luego, regular los discos giratorios, que eran en
sí el calibrador energético.
—¿Ya está?
—Perfecto —aprobó el científico. En la pantalla del panel, el diagrama
dio paso a una gráfica de rendimiento. Al principio, la línea se situó
en el nivel de Equilibrio Cero. Segundos después, la línea comenzó a moverse
de ahí.
—¿Qué diablos pasa ahora? —se enfureció el mayor. Lang le dio otras instrucciones,
pero fueron inútiles. El generador comenzó a vibrar, emitiendo un zumbido
quejumbroso.
—El generador... —vaciló Lang—. Ha entrado en la fase crítica. Está acumulando
energía para...
—¿PARA QUE? —Simpson miraba de uno a otro lado.
—Para iniciar el proceso de transgresión dimensional. El generador y
usted serán absorbidos por un vórtice espacio-temporal. Ningún ser humano
puede sobrevivir a esto.
—¿Cuánto tiempo me queda?
—Menos de dos minutos. Lo siento, yo ya no puedo hacer nada.
—Gracias por todo... —Simpson tiró el videófono al suelo y golpeó el
panel cuatro veces, lleno de muda desesperación.
En ciento veinte segundos hizo un repaso de su vida. Imaginaba que moriría
en combate como un soldado, como le ocurrió a su padre en Corea, derribado
por un MIG y no por un vórtice espacio-temporal o como demonios se llamara...
Cien segundos.
Simpson descubrió que era incapaz de llorar.
Sesenta segundos.
Duke Simpson, hijo póstumo del coronel Philip Simpson, dio su vida por
defender a su patria de los extraterrestres. Bonito epitafio.
Treinta segundos.
Por lo menos, Fox Mulder y Dana Scully se tenían el uno al otro.
Veinte segundos. Oh, dios, nunca conocí a mi padre.
Diez segundos.
Cinco.
Mira, papá, estoy donde tú querías. ¡En la cima del mundo!
Uno.
Resplandor sin ruido...
El mayor Simpson tenía razón, reconoció Mulder; el Veritech se pilotaba
muy fácilmente. El agente federal ascendió hasta una altitud de quinientos
metros.
Cuando descubrió el vórtice temporal que se formaba en la isla, el avión
sintió una fuerte sacudida, debido a la onda expansiva. Al ver el aspecto
del vórtice, una gigantesca explosión azulada , Mulder pensó que el fatal
desenlace se había producido y solo pensó en sacar a Scully de ahí. Empujó
la palanca reguladora de potencia hasta la posición de afterburner
y los reactores del Veritech escupieron fuego. Pero en pocos instantes,
el resplandor se apagó, dejando la isla intacta. Aún así, Mulder no miró
atrás y ascendió hasta los límites de la estratosfera, hasta rozar el
espacio exterior.
Scully miraba atónita el increíble espectáculo, tan fugaz como intenso.
Mulder puso rumbo al SDF-1, el cual orbitaba todavía alrededor de la Tierra.
Por radio, Mulder entabló contacto con el capitán Gloval.
—¿Están bien? —fue la primera pregunta del capitán.
—Sí. Bueno, en realidad, mi compañera está alucinada porque estamos en
el espacio exterior.
—Ya no queda ningún crucero zentraedi en esta época —puntualizó el capitán
Gloval—. Dentro de diez minutos, volveremos a nuestro tiempo.
—Les estoy infinitamente agradecidos por lo que han hecho por mi compañera
—dijo Mulder al capitán Gloval.
—Es nuestro trabajo —intervino Roy Fokker. Estaba también en el puente
de mando del SDF-1—. Siento lo del mayor Simpson —añadió.
Gloval le recomendó a Mulder que hiciera uso del sistema de navegación
automática del Veritech para así poder aterrizar en un lugar adecuado.
Era la despedida. Fue breve, sencilla, pero cargada de respeto y admiración
por parte de los dos agentes. Cuando el Veritech enfiló hacia la Tierra
de nuevo, la voz de la linda muchacha quiso ser la última en despedirse.
Era Minmei, y muy certeramente, quería poner la guinda al último adiós.
—Esta canción que voy a cantar —dijo Minmei—, está dedicada a vosotros,
con mis mejores deseos.
Gracias a las ondas radiofónicas, la dulce voz de Minmei entonó una canción
lenta y melódica, tan agradable que sumergió a Mulder y a Scully en un
estado de ensoñación melancólica.
To be in love...
must be the sweetest feeling that a girl can feel...
to be in love...
to share a dream...
with somebody you care about like no one else...
Scully le puso a Mulder una mano sobre el hombro. Embargada por la emoción,
le preguntó:
—¿Has hecho esto por mí, Mulder?
—Si no me importó ir hasta el Polo Sur para buscarte, que menos que involucrarme
en una guerra interestelar... —Al oír el tono de voz de Scully, Mulder
preguntó—, ¿Estás llorando, Scully?
—No... sólo es que se me ha metido algo en el ojo.
A special man... A dearest man...
who needs to share his life with you alone.
Who’ll hold you close and feel things
That only love brings,
To know that he is all your own.
La canción seguía, y Mulder se aprovechó de la atmósfera íntima que se
respiraba dentro de la carlinga, entre las estrellas y la Tierra.
To be my love,
my love must be much more than any other man...
To be my love...
To share my dreams,
My hero, he must take me where no other can...
—¿Quieres casarte conmigo, Scully?
Where we will find a brand new world...
a world of things we’ve never seen before...
—Scully... —insistió Mulder.
Ella se había quedado dormida, postrada en el asiento trasero, rendida
después de haber pasado tantas emociones.
Where silver suns have golden moons,
Each year has thirteen junes.
That’s what must be for me...
To be in love...
Mientras, el SDF-1 iniciaba la maniobra de transposición, coincidiendo
con el fin de la canción de Minmei, distorsionándose sus majestuosas formas
y adquiriendo una coloración anaranjada.
Al pensar Mulder que los hombres de su época que habían estado en el
espacio exterior se podían contar con los dedos de la mano, Mulder reconoció
que el mayor Simpson había estado en lo cierto. Pilotar un Veritech era
tan sencillo como montar en bicicleta.
Sala de comunicaciones del USS. Eisenhower.
17 de julio de 1999.
10:12 hs. AM
—Que sean buenas noticias, sargento —dijo la voz del almirante Barnes.
—Hemos recuperado la comunicación vía satélite con el Pentágono, la Casa
Blanca y Pearl Harbor —informó el sargento Meadows—. Los efectos del bloqueo
anterior —se refería al producido por la música de Minmei— han desaprecido.
Y respecto a la explosión detectada en el cuadrante norte, puedo confirmar
que no se trataba de una detonación nuclear. Las lecturas de radioactividad
son negativas.
—Menos mal. —Barnes seguiría todavía con el portaaviones bajo su mando
en alerta roja, pero el peligro inmediato había pasado.
La pantalla de radar de vuelo dio una señal. El sargento Meadows informó
de que se trataba de un avión y poco después éste pidió permiso para aterrizar
en el navío. Viendo los cambios de altitud del aparato, Barnes supuso
que debía tratarse de un piloto inexperto, y previno a los equipos de
emergencia para intervenir en el previsible aterrizaje forzoso.
Fox Mulder desconfiaba de los militares, pero aquel portaaviones era
el sitio más adecuado para aterrizar, y el avión andaba escaso de combustible.
El Veritech tomó tierra de forma casi perfecta, sin recurrir al sistema
de enganche automático del que disponen las pistas de los portaaviones.
—Estamos a salvo, Scully —le dijo Mulder a su compañera, la cual despertó
abriendo lentamente los ojos.
—¿Dónde?
—En un portaaviones de la Marina norteamericana.
Mulder ayudó a Scully a bajar del aparato. El agente federal se sentía
maravillosamente ridículo con el uniforme azul y blanco típico de las
tropas del SDF-1. Nada más bajar, vieron el "comité de bienvenida"
del USS. Eisenhower que se les acercaba; un hombre mayor vestido con el
uniforme caqui de la Marina y galones de almirante seguido de un coronel
y cuatro policías militares. El almirante Barnes pidió a Mulder que se
identificara, y éste, burlón, sacó la cartera con la placa del FBI y su
carnet de identificación.
—Agente Fox Mulder, de la oficina federal de investigación —se presentó
Mulder, y Scully miró a otro lado, reprimiendo una risita nerviosa.
—¿FBI? ¿Es una broma? —Barnes ya había visto demasiadas cosas aquel día.
Había perdido un piloto en un enfrentamiento con un OVNI y casi pensaba
que estaban en medio de la Tercera Guerra Mundial al detectar aquella
explosión.
Mulder dijo que él y Scully habían sido testigos directos de aquellos
acontecimientos.
—No me cuente nada —le atajó el almirante—. Esta tarde va a venir hasta
aquí un delegado de la Casa Blanca para iniciar una investigación. Ustedes
se pondrán bajo la custodia de la policía militar... Supongo que querrán
ducharse y ponerse ropa limpia. Vamos a tener una reunión de alto nivel
con ese chupatintas de Washington, y si es verdad que ustedes estuvieron
allí, se lo contarán todo a él.
Mulder y Scully deseaban, más que ducharse, una larga siesta de dos días.
Uno de los policías militares les guió hasta un almacén donde podrían
encontrar ropa limpia. Mientras, Barnes, el coronel Wise y un corrillo
de pilotos y mozos de pista miraban extrañados el Veritech, cuyos colores
beige y naranja contrataban con el gris metal mate de los F-14 y los F-18
estacionados en la pista del portaaviones.
El almirante fijó su vista en el emblema triangular de las fuerzas de
defensa Robotech que el Veritech exhibía debajo de la carlinga a ambos
lados. Barnes preguntó al coronel Wise a qué país pertenecía aquel extraño
aparato.
—No tengo ni idea, señor —dijo el coronel Wise, igualmente confundido.
—¿Te pasa algo, Mulder? —le preguntó Scully mientras los dos estaban
en un camarote que había sido reservado para ellos dos.
—No dejo de preguntarme si el mayor Simpson estará de verdad muerto o
no.
—Viste la explosión como yo, Mulder. Es imposible que haya sobrevivido.
Mulder meditó la respuesta. Queriendo apartar su mente de funestos pensamientos
como aquel, se acercó a su compañera y la besó en los labios.
El mayor Duke Simpson llevaba cerca de día y medio sin comer, perdido
en aquella extensa zona desértica. Sólo tenía como arma una pistola de
nueve milímetros con un cargador de quince balas.
Si pudiste sobrevivir a los serbios y a un generador zentraedi,
pensaba el mayor para infundirse ánimos, podrás sobrevivir a esto.
Después de la explosión, el mundo había cambiado para él, la isla Macross
se había tornado en aquel lugar, tan raro e inhóspito.
En 1995, una batería de misiles SAM serbia le había derribado, y estuvo
cuatro días perdidos en las montañas ocultándose las patrullas de guerrilleros
serbio-croatas, hasta que le rescataron los marines. En aquellos días
contaba con víveres y una radio portátil. Pero ahora sólo tenía la pistola,
y, después de haberse quitado el inútil traje azul y blanco del SDF-1,
estaba vestido con el mono anti-G de la Marina. No tenía nada más.
Había sobrevivido a base de agua que encontró en un manantial, agua que
sabía a rayos y estaba caliente, pero era suficiente para sobrevivir.
Estaba sentado a la sombra de una roca, pensando a dónde caminar.
—Levántese y ponga las manos en alto —le sobresaltó una severa voz de
mujer. Como un rayo, Simpson empuñó su pistola con las dos manos, y tembloroso,
apuntó a la joven mujer que le había dado la orden. La miró. Debía ser
japonesa; tenía una larga cabellera morena que le cubría los hombros.
Ella también estaba armada. Los dos se apuntaron mutuamente, con sendas
pistolas.
—¿Quién es usted? —preguntó Simpson, incapaz de reconocer si lo que llevaba
la joven era un uniforme o no.
—Aquí las preguntas las hacemos nosotros —advirtió ella.
Nosotros, pensó Simpson. Entonces, hay más gente.
Era un pulso de fortaleza. El mayor advirtió una heladora frialdad en
el porte de la joven; no dudaría en dispararle.
Simpson cerró los ojos. Amartilló la nueve milímetros, pero en el último
momento, la tiró al suelo. La joven la recogió y comentó despectivamente
sin dejar de apuntarle:
—No sabía que todavía se fabricaran antiguallas de éstas. —Se la guardó
en un bolsillo y lanzó al mayor dos juegos de esposas—. Póngaselas en
los pies y en las muñecas. Y no haga ninguna tontería o ni dudaré en dispararle.
A punta de pistola, la joven llevó al mayor hasta un jeep. Maniatado,
Simpson no podía hacer nada. La joven condujo el jeep a través del desierto,
mientras el mayor ignoraba a donde le llevaba.
El paisaje era monótono, desolador, sin apenas vegetación. La mente de
Simpson comenzó a cavilar. Testigo de la reciente batalla con los zentraedi,
su intuición le decía que algo no encajaba, que aquel no era su mundo.
Probó suerte dejando caer como quien no quiere la cosa:
—¿Tiene noticias del SDF-1? —fue lo primero que se le ocurrió.
La joven de expresión fría y severa le miró como si estuviera con un
lunático o un semi-idiota.
—El SDF-1 quedó destruido en el último ataque de los rebeldes zentraedi
hace quince años —le dijo ella torciendo el jeep hacia la derecha. A lo
lejos, se divisaba una especie de recinto rodeado de verjas que al mayor
Simpson se le antojó casi idéntico al de una base de las Fuerzas Aéreas.
Por lo menos sé dónde estoy, pensó el mayor. El vórtice del
generador me ha llevado a la realidad del SDF-1, pero quince años después.
El jeep se detuvo dentro del recinto militar. Cerca de ellos pasó otra
mujer, de apariencia algo más joven que le que había apresado a Simpson.
Su pelo era rubio, y su actitud era más risueña, más suave, en suma, más
humana.
—¿A quien ha capturado hoy? —preguntó la rubia.
—Teniente Sterling —le recriminó la que conducía el jeep—. Le advierto
que la actitud irrespetuosa con los oficiales de la Policía Militar está
gravemente...
—Me sé el reglamento. ¿Dónde ha encontrado a este caballero?
—En el sector N-8, la zona restringida. Le voy a llevar a los calabozos
y luego le interrogaremos.
Simpson se la quedó mirando. La joven rubia irradiaba tanta simpatía,
que pensaba que iba a interceder por él y lo liberaría. Incluso cuando
ella se fue, todavía soñaba con esa posibilidad.
De vuelta a la realidad, vio que la joven que decía ser miembro de la
Policía Militar cogía una especie de teléfono móvil y pedía un furgón
celular para recoger al intruso.
—¿De dónde sacó ese uniforme de piloto? —preguntó ella, intrigada—. ¿Es
que ha robado algún museo?
Los ojos azules de Simpson se tornaron suplicantes. Estaba vivo, pero
saber ante todo donde estaba, y quién era ella.
La expresión de la joven se tornó de repente casi humana, comprensiva.
—Soy la teniente comandante Nova Satori de la Policía Militar. Se halla
usted en la base central del Ejército de la Cruz del Sur, a tres kilómetros
de Ciudad Monumental.
Para Simpson aquello era como si le hubieran hablado en chino. El mayor
se identificó como oficial de la Marina de los Estados Unidos. El furgón
celular que Nova Satori había solicitado venía desde lejos, y Simpson
se dio por vencido. Estaba en un mundo, en una realidad diferente. Había
sobrevivido, pero no sabía si había salido del fuego para caer en las
brasas.
—¿Sabe, teniente Satori? —Ella aparentaba seguridad, aunque estaba claro
que aquel individuo que había capturado tendría muchas cosas que explicar—.
Hay días en los que uno no debería levantarse de la cama.
Base Aeronaval de Pearl Harbor.
17 de julio de 1999.
18:40 hs. PM
El helicóptero de doble hélice de la Marina despegó sin ninguna novedad,
llevando dentro al delegado de la Casa Blanca. En menos de una hora, después
de sobrevolar el Pacífico, llegarían al USS. Eisenhower, que les estaba
esperando.
El delegado llevaba un maletín repleto de documentos, impresos a toda
prisa, procedentes de distintas fuentes y que en su conjunto pesarían
más de dos kilos y medio. El delegado, cuyo traje negro y corbata había
destacado sobremanera en el ambiente militar de Pearl Harbor, apenas había
tenido tiempo de digerir la información. Abrió el maletín y examinó con
mayor detenimiento las hojas: la NASA había detectada extrañas apariciones
y desapariciones de energía en el espacio exterior, un portaaviones de
la Marina involucrado en un extrañísimo enfrentamiento y había sido testigo
de una explosión no nuclear, pese a lo cual la CIA insistía en que alguna
potencia asiática era la responsable... Luego estaban los extraños destrozos
en el bosque de Greensville, antesala de todo el asunto.
El delegado se veía incapaz de digerir tal cantidad de datos. Si ya era
complicado que el Gobierno ocultara la nave alienígena de Rosswell a la
opinión pública, ¿Cómo afrontar aquello?
El delegado cayó en la cuenta de que había olvidado algo tan importante
como el maletín. Estando el helicóptero en pleno vuelo, y mientras atardecía
en el pacífico, se desabrochó los cinturones de seguridad y se dirigió
a la cabina donde estaban el piloto y el copiloto.
—¿Tienen tabaco? —preguntó el delegado—. Olvidé mi cajetilla en el reactor
que me trajo desde Washington.
—Está prohibido fumar —le indicó el piloto.
El delegado no se movió de su sitio y, al final, a base de insistir,
ganó la partida.
—No fumo Winston —dijo el delegado rechazando con un gesto la caja que
le ofrecía el piloto.
El copiloto, entonces, sacó una cajetilla de su propiedad y al delegado
se le iluminó la cara.
Era una cajetilla de Morley’s arrugada, que contenía solo tres cigarros.
—Quedéselos —le dijo el copiloto.
—Gracias. —El delegado sonrió, con una torpe sonrisa típica de los que
no se alegran a menudo—. Me ha salvado el día.
Acto seguido volvió a su asiento. El piloto comentó a su compañero que
era raro que el delegado no hubiese vomitado; no debía ser la primera
vez que montaba en helicóptero.
El delegado, que era un "viejo conocido" de los agentes Fox
Mulder y Dana Scully. No tenía ni idea de que ellos también habían estado
involucrados en semejante embrollo.
Fin
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