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1999: Rescate en Macross

un crossover entre Robotech y The X Files
por Jost

Robotech y personajes y situaciones derivadas son Copyright © Harmony Gold USA, Inc. The X Files es propiedad de Chris Carter, 1013 producciones y la cadena Fox.


Bosque de Greensville, Virginia.
16 de julio de 1999.
10:58 hs. AM

—A no ser que me digas que Godzilla existe de verdad —decía Dana Scully a Fox Mulder, estando los dos examinando el panorama del bosque destrozado que se presentaba ante ellos—, no sé cómo se puede aclarar esto.

El área donde se hallaban los agentes federales estaba destrozada. Donde antes crecían infinidad de pinos, sólo había ahora troncos derribados, y el terreno presentaba innumerables "huellas gigantescas", como si por ahí hubiesen pasado dinosaurios prehistóricos.

Scully se agachó para observar una de las huellas. Medía medio metro de ancho y dos metros de longitud.

—Esto no puede tener ninguna explicación —sentenció ella. Scully era experta en investigar fenómenos inauditos—. Es absurdo.

Mulder se refirió a las declaraciones de los habitantes del pueblo. Hacía dos noches, se había oído un gran estruendo procedente del firmamento. Las autoridades locales estuvieron investigando por la zona, sin resultado, y el FBI había recurrido a sus dos "expertos" en cuestiones inexplicables.

—Los extraterrestres aterrizan dejando una zona quemada —especuló Scully midiendo las huellas con una cinta métrica—. Pero no suelen destrozar bosques.

Fox Mulder lanzó un sonrisa de triunfo a su compañera. Ella estaba tomando en cuenta la posibilidad de que hubiesen sido los alienígenas.

Scully dijo que quería adentrarse en lo que quedaba del bosque para tomar unas fotos y grabar con la cámara de vídeo. Mulder se quedó mirando el paisaje, mientras llamaba por teléfono móvil a sus amigos del Pistolero Solitario. Pasaron cinco minutos en los que sólo se oyó el canto de los pájaros. Súbitamente, hasta ese manso sonido se acalló. Mulder lo notó y sintió que su instinto se ponía en alerta. Algo iba a suceder, algo tremendo.

El agente federal sintió la tierra temblando bajo sus pies. Pensó en que debían tratarse de elefantes o animales de mayor tamaño que rondaban por allí. Hasta especuló con la posibilidad de que un científico loco hubiese resucitado al tiranosaurius rex; ya se creía cualquier cosa. Se trataba de algo peor.

Los temblores se hacían mas fuertes. Eran provocadas por... Mulder miró al fondo, atónito.

A menos de cien metros de él, un gigante de diez metros de altura, vestido con una especie de armadura marrón claro y portando un fusil de tamaño proporcional a su altura surgió entre los árboles. Sus formas eran como las de un ser humano: tenía cabeza, brazos y piernas. Pero su actitud era la de un guerrero reconociendo el terreno.

Sin pensárselo dos veces, Mulder corrió buscando a su compañera. El gigante pasaría muy cerca de ella.

Al gigante que Mulder viera se le unieron dos más. Mulder se adentró en el bosquecillo y encontró a Scully enfrascada tomando fotos de una de las incontables huellas del bosque destrozado.

—¡Scully! —gritó Mulder a su compañera—. ¡Ven!

Ella le miró. Demasiado tarde. El primero de los gigantes extendió su mano y atrapó a la desprevenida Scully como una persona normal hiciera con un hámster.

Lo único que pudo ver Mulder antes de huir era que Scully se había desmayado nada más ver a su captor.


Fox Mulder corrió hacia el Cadillac, entró en él y giró la llave del contacto. A la tercera intentona, el motor arrancó. Dio marcha atrás y enfiló a la carretera. Sus constantes vitales estaban a cien.

El Cadillac derrapó en el terreno. Mulder cogió con mano firme el volante, pero uno de los gigantes se interpuso en su camino. Mulder intentó rectificar la dirección, sin éxito alguno. Descontrolado, el Cadillac cayó por un terraplén y pegó tres vueltas de campana, quedando con las ruedas arriba y el techo en el firme. Mulder perdió el conocimiento y gracias a ello no se dio cuenta de que uno de los gigantes se había acercado para observar el vehículo accidentado.


El gigante que era jefe de los otros dos hizo una señal a sus compañeros.

—He recibido órdenes de Khyron por radio —les dijo a los otros—. Volvemos a estar en el sector equivocado.

Tenía en la mano una especie de receptor, y en la otra el cuerpo inconsciente de la agente Scully.

—¿Matamos a la microniana? —preguntó uno de los subordinados a su jefe.

—No —negó éste—, Khyron la quiere como rehén. La nave de transporte nos recogerá dentro de cinco minutos.


A cinco mil kilómetros de la Luna, espacio exterior.
2 de noviembre del 2009.

La flotilla zentraedi comandada por el almirante Breetai orbitaba alrededor de la Luna, esperando órdenes del líder supremo de la Flota Imperial, Dolza. Breetai y su lugarteniente, Exedore, llevaban horas en el puente del crucero de mando esperando.

—Este absurdo plan de Dolza no dará resultado —opinaba Breetai con la mirada fija en las pantallas holográficas de radar.

—Si nuestras tentativas de capturar al SDF-1 son infructuosas —replicó Exedore haciendo gala de su refinado lenguaje—, es lícito utilizar alternativas.

Breetai miró a Exedore a través de su infrarrojo, reflejando un total desacuerdo.

—¿Alternativas? —preguntó retóricamente, enfadado—. ¿Enviar a ese indisciplinado de Khyron con un crucero y un escuadrón de guerreros diez años atrás en el planeta de los micronianos para hacerse con el SDF-1 antes de que se estrelle? ¿Es eso una alternativa? —Breetai estaba dolido por no haber logrado capturar la fortaleza en su primer ataque contra los terrícolas y aborrecía que un zentraedi orgulloso y anárquico como Khyron estuviera al frente de ese descabellado plan.

Además, la maniobra de transposición temporal no era segura. Podían suceder imprevistos...

De momento, la flotilla del almirante Breetai aguardaba órdenes. El SDF-1 se hallaba entre la Tierra y la Luna, en unas coordenadas fijas.

Una de las holopantallas dio el aviso. ¡El SDF-1 desapareció de repente de los sensores zentraedi! Exedore pidió información a la computadora y sus peores temores se confirmaron.

—¿Qué sucede ahora? —inquirió Breetai quisquilloso.

—Milord, el SDF-1 ha... imitado nuestro sistema de transposición temporal. Parece que detectaron la maniobra que realizó el crucero de Khyron y la han imitado.

Breetai reaccionó con rapidez.

—¿Podemos hacer lo mismo nosotros? —preguntó el almirante.

—Necesitaremos media hora para hacer los cálculos —respondió Exedore—. Pero es factible.

—Hazlo —le ordenó Breetai. El almirante pulsó un botón y emitió un mensaje a los cinco cruceros de la flotilla para que se prepararan para la transposición.


Bosque de Greensville, Virginia.
11:09 hs. AM

Mulder abrió los ojos y vio que un joven alto y rubio le estaba atendiendo. Llevaba un atuendo muy parecido al de los pilotos militares. El agente federal se llevó una mano a la cabeza. El joven se la había vendado y le había sacado del coche.

—¿Se encuentra bien? —preguntó el piloto.

—Sí... —Mulder entonces recordó en forma de shock el incidente con los gigantes—. Dios mío... Scully... ¿Dónde está?

—¿Quién es Scully?

Mulder se lo explicó todo al joven. Este le escuchó con comprensión.

—¿Es usted del ejército? —preguntó Mulder al piloto.

—Se puede decir que sí. Esos gigantes de los que habla se llaman zentraedis.

—Oh, ¿tienen nombre? —Mulder sintió su cabeza a punto de estallar.

—Le voy a inyectar un sedante y le llevaré en mi avión. Necesitamos toda la información que podamos recabar.

—Espere... ¿Cuál es su nombre...?

El piloto le administró el sedante y un momento antes de que Mulder sucumbiera al efecto le contestó.

—Roy Fokker.


Puente del SDF-1.
11:51 hs. AM del mismo día.

El capitán Henry Gloval, comandante del SDF-1 se dio la vuelta cuando se abrió la puerta que permitía el acceso al puente.

El agente federal Fox Mulder se adentró dando un paso y se fijó que excepto el capitán, toda la tripulación estaba formada por mujeres. El capitán Gloval se le acercó y le estrechó la mano.

—Capitán Henry Gloval, comandante del SDF-1 —se presentó el comandante. Señaló a una joven de cabello castaño y uniforme blanco y a otra de de raza negra y uniforme verde oscuro—. Estas son las tenientes Lisa Hayes y Claudia Grant.

Mulder las saludó con un gesto parco. El resto de la tripulación estaba ajena a la llegada del agente federal. Unos segundos después, el agente federal, recuperado ya del todo del shock sufrido y con la cabeza curada dijo sin salir de su asombro:

—Esto no es una nave de los Estados Unidos.

—Pertenece al mando de defensa del Ejército de la Tierra Unida —le aclaró Gloval—. ¿Qué hacía usted con los zentraedi?

Mulder se identificó como agente de la oficina federal de investigación. Le aclaró lo de la investigación en el bosque de Greensville y como su compañera había sido secuestrada por los gigantes. Mulder se sentía culpable, pensaba que había perdido a Scully para siempre y para colmo, los alienígenas había vuelto a ser los responsables.

Gloval le puso al corriente de la situación.

—Los zentraedis de los que nos habla embarcaron en un crucero clase B de asalto. —Gloval se acercó a una de las consolas y una pantalla informática le mostró la posición exacta del crucero, sobrevolando el Océano Pacífico a gran altitud—. Hace dos días ese crucero atravesó la barrera del espacio-tiempo retrocediendo hasta esta época. Tardamos en averiguarlo, pero nada más saberlo vinimos aquí para desbaratar sus planes.

—¿Ustedes vienen del futuro y están en guerra con esos gigantes? —preguntó Mulder—. ¿Qué es lo que quieren? Cada vez lo entiendo menos.

Mientras la tripulación seguía pendiente de los mandos, Gloval le explicó el origen del problema. El 17 de julio de 1999, una gigantesca fortaleza de origen extraterrestre se estrelló en la isla Macross. Pensando que se trataba de la avanzadilla de una invasión alienígena, los gobiernos del mundo se unieron y transformaron la fortaleza en el SDF-1. Pero el día de su inauguración oficial, una raza de guerreros gigante, los zentraedi, habían enviado su flota para recuperar la nave. Y desde ese día llevaban recorriendo todo el sistema solar, soportando las acometidas de la flota enemiga. El Gobierno de la Tierra Unida les había negado el permiso para volver a la Tierra, de ese modo se veían en la obligación de tener a los zentraedi alejados del planeta.

—Ahora han cambiado de estrategia —precisó Gloval. Jugueteaba con una pipa entre sus manos—. Han enviado un destacamento para hacerse con el SDF-1 antes de que se estrelle. Una jugada muy hábil, pero se lo impediremos. Parece ser que la patrulla que capturó a su compañera, agente Mulder, seguía un plan para identificar el lugar donde se estrellará el SDF-1. Ahora, sin embargo, han localizado el sitio exacto. Será, como ya he dicho, en la isla Macross, en el pacífico Sur. —Gloval miró un reloj de la pantalla—. En menos de dieciocho horas. Por cierto —Gloval cambió de tema—, ¿qué tal va la guerra?

—¿La guerra? ¿Qué guerra? ¿La de Kosovo? —se extrañó Mulder.

—La Guerra Civil Global, o la Tercera Guerra Mundial, como prefiera; la que de debe estar asolando el planeta en esta fecha —precisó Gloval.

—No sé nada de ninguna guerra mundial —dijo Mulder, confuso. Gloval iba a añadir algo, pero el cerebro de Mulder comenzó a pensar rápidamente.

— Capitán Gloval, me temo que esa fortaleza de la que me habla no se estrellará contra la Tierra...


Sala de comunicaciones del portaaviones USS. Eisenhower, Pacifico Sur.
16 de julio de 1999.
12:03 hs. PM

El almirante Warren Barnes acudió a la llamada del controlador de radar Victor Meadows. Este le había pedido opinión sobre un extraño objeto que aparecía en la pantalla del radar.

—No quiero oír hablar nada sobre OVNIs —advirtió el almirante.

El objeto mediría cerca de seiscientos metros de longitud y estaba a una altitud de veintiún kilómetros. En la pantalla del radar, aparecía como un eco mal definido, como una señal difusa. Parecía como si se tratara de una avión invisible al radar con un sistema de antidetección que funcionara a veces sí, a veces no.

—¿Podrían ser los rusos probando un nuevo modelo de avión? —preguntó el sargento Meadows más para sí mismo que para el almirante.

—¿En medio del Pacífico? No lo creo... —Barnes se dirigió a un oficial y le ordenó que informara al Pentágono. Poco después, al comprobar que el objeto bajaba de altitud, el almirante ordenó que un F-18 armado con misiles aire-aire realizara una inspección visual del intruso.


El almirante estuvo pendiente de la operación. Encendieron los altavoces de la sala de comunicaciones para poder oír al piloto del caza de reconocimiento. Se trataba del mayor Duke Simpson, veterano de la campaña de Bosnia de 1995. A los pocos minutos, el USS. Eisenhower y el F-18 perdieron contacto con el extraño objeto.

—Regrese al portaaviones —ordenó el viejo almirante.

—De acuerdo —sonaron los altavoces—. ¡Maldita sea! —exclamó repentinamente el mayor—. ¡Me persiguen dos... dos... no tengo ni idea...!

Barnes imaginó al F-18 efectuando los rápidos virajes para emprender la acción evasiva. Los altavoces estuvieron callados unos segundos y el piloto volvió a informar.

—¡Señor! ¡Me están disparando! ¡Solicito permiso para responder al ataque!

—Concedido —accedió Barnes—. ¿Puede identificar los cazas enemigos?

—¡¿Cazas?! —El mayor tenía los nervios crispados—. ¡No tengo ni puta idea! ¡Me están disparando rayos láser!

Meadows y Barnes intercambiaron sendas miradas de asombro. El almirante ordenó que despegaran dos F-14 para ayudar al acorralado mayor Simpson.

Una explosión crepitó en los altavoces. El F-18 había sido destruido, y ni siquiera recibieron la señal de auxilio que confirmaría que el mayor había saltado en paracaídas.

—Perdida la comunicación, señor —informó el sargento Meadows.

El almirante Barnes sintió que algo iría condenadamente mal. Su navío se hallaba en medio del pacífico Sur, a miles de kilómetros de cualquier base de los Estados Unidos. ¿Quién tendría las agallas suficientes para derribar un caza norteamericano?

—Informe a la Casa Blanca inmediatamente —dijo el almirante Barnes—, de que el USS. Eisenhower pasa a alerta roja.

Barnes agarró un micrófono de mano y pronunció las palabras que electrizan la tripulación de cualquier buque de guerra.

—Zafarrancho de combate.


Crucero de guerra zentraedi.
Posición: a 3 km. de la futura isla Macross y a 200 km. del USS. Eisenhower.

Khyron veía la isla Macross cubierta de vegetación desde el puente de mando. El gigantesco crucero de combate, color verde oscuro, bajó progresivamente la altitud para aterrizar en la isla. Un fallo en el sistema de antiradar les había hecho visibles durante un tiempo a los sistemas de detección micronianos, pero eso ya estaba resuelto.

Por su parte, los aparatos de detección zentraedi estarían pendientes de la llegada procedente del hiperespacio del SDF-1. No era cuestión de que la fortaleza se estrellara en la isla aplastando al batallón de guerreros zentraedi que la esperaba.

El joven Khyron recibió una llamada por el videófono. En la pantalla se mostró la arrogante figura de Dolza, pidiendo información.

—Tuvimos problemas para localizar el sitio exacto de la colisión —informó Khyron con voz marcial—. Debido a un error en los ordenadores, pensábamos que se había estrellado en el continente, pero ya lo hemos corregido.

—¿Algún problema con los micronianos? —preguntó Dolza.

—Aparte del incidente con dos de ellos en el continente, nada importante. Hace una hora mis pilotos tuvieron que efectuar una salida para derribar un primitivo avión de combate microniano, pero no nos dio ningún problema neutralizarlo. Ahora lo único que tenemos que hacer es aterrizar en la isla y esperar.

—Muy bien. ¡Por la victoria! —se despidió Dolza.

—¡Por la victoria! —repitió Khyron y la comunicación se cortó.

Pero lo que el joven y arrogante Khyron no le había dicho es que tenía a una microniana como rehén.

La pobre Dana Katherine Scully seguía inconsciente, encerrada en una burda caja de metal, como si de una pájaro enjaulado se tratara.


Puente del SDF-1.

Mulder explicó a Gloval su teoría.

—En mi mundo no hay ningún conflicto a escala planetaria —decía el agente federal—. Y esto solo tiene una explicación.

Gloval escuchó la acertada teoría del agente Mulder. Los zentraedi no sólo habían viajado en el tiempo, sino a una realidad completamente distinta. En el año 1999 donde Mulder y Scully luchaban contra la Conspiración no había ninguna guerra. Se hacía cierta entonces pues, la teoría de los universos paralelos, dos realidades distintas transcurriendo en una misma línea de tiempo pero ambas separadas, aunque ahora esas dos realidades —la que Mulder y el SDF-1 representaban simultáneamente— compartían el mismo plano físico.

—En mi mundo hubiera sido imposible convertir esta fortaleza en una nave espacial —prosiguió Mulder.

Pero aún así el peligro subsistía. Si el mundo de Fox Mulder de 1999 no estaba preparado para asumir la existencia de alienígenas, lo estaría menos para saber que estaban amenazados por una raza de guerreros gigantes.

La voz de una joven oficial con gafas les interrumpió.

—Los zentraedi han derribado una avión sobre el Pacífico —informó ella—. Pero el piloto ha sobrevivido y está flotando en el mar.

—Envíen un Veritech de rescate —ordenó Gloval—, y que lo traigan ante mi presencia inmediatamente.

Mulder se encaró con el capitán Gloval. Le dijo que lo que más le importaba era que Scully estuviese viva. Y Gloval le replicó que eso era cuanto menos tan importante como evitar que el mundo de finales del siglo XX conociera a los bárbaros zentraedi.


Isla Macross, Pacífico Sur.
17 de julio de 1999.
0:58 hs. AM

Khyron había ordenado a sus tropas que desembarcaran en la isla, para poder despejarse un poco y preparar el dispositivo para atrapar al SDF-1.

Mientras, Scully seguía en la jaula. Había recobrado el conocimiento y estaba asumiendo su nueva situación de cautiva. Ella se sentía como una Gulliver femenina en el país de los gigantes. Sabía que científicamente era imposible que existieran gigantes como los zentraedi, pero Mulder le había enseñado que todo era posible.

Scully se asustó cuando el gigante abrió la jaula, envolvió su cuerpo con una mano y la alzó, mirándola como si fuera a reírse de ella.

—Parece mentira que una raza de debiluchos enclenques como vosotros nos haya creado tantos problemas. Cuando logremos descubrir el secreto de la protocultura, nada nos podrá detener.

Khyron metió a Scully de nuevo en la jaula. Alucinada, había oído al gigante hablarle con una voz distorsionada en un correctísimo inglés.


Hangares de la sección Prometeo del SDF-1.
3:40 hs. AM

Los aviones que estaban estacionados en los hangares eran muy parecidos a los F-14 Tomcat de la Marina estadounidense, pero estaban pintados de blanco. Mientras Gloval esperaba que trajeran al piloto derribado, su mente comenzaba a trazar ya un plan de rescate para salvar a Scully.

Se presentaron cuatro personas ante el capitán, tres jóvenes pilotos y una linda muchachita oriental que tendría menos de dieciocho años. Entre los jóvenes estaba Roy Fokker, el que rescatara a Mulder del bosque de Greensville. Los otros dos era Rick Hunter, recién ascendido a jefe de escuadrón y Max Sterling.

A Mulder le parecieron excesivamente jóvenes para ser parte de la tripulación de una nave de guerra. Sobre todo la presencia de la muchacha era de lo más extraño, no llevaba ningún tipo de uniforme militar y, por así decirlo, era demasiado guapa.

El plan sería el siguiente: un destacamento compuesto por Roy Fokker, Max Sterling y Rick Hunter iría a la isla para rescatar a Scully. Lo siguiente sería idear un medio para apartar a los zentraedi de la Tierra, y eso implicaba presentarles batalla más allá de la órbita lunar. Gloval también estaba preocupado por la flotilla de cruceros zentraedi que habían aparecido hacía relativamente poco. Nunca había imaginado que una de las batallas más decisivas del SDF-1 se libraría justo el día en que la fortaleza llegara a la Tierra, aunque fuera en una realidad diferente.

—Es un placer conocerle, señor Mulder —le había dicho antes la muchachita al agente federal.

Se llamaba Lynn Minmei y constituía, según Gloval, el arma secreta del SDF-1. Más en concreto, su música. Los zentraedi aborrecían conceptos tales como la música o la belleza y la música de Minmei les impedía combatir. El plan era perfecto, salvo por algo con lo que Gloval no contaba que Fox Mulder diría.

—Quiero participar en la misión —dijo secamente. Esto produjo una momentánea risita en los pilotos.

—¿Sabe pilotar un Veritech? —preguntó Rick Hunter al agente federal.

—¿Un qué?

—Así se llaman nuestros aviones de combate.

—Me falta la licencia de piloto, pero sé dirigir una avioneta.

—Señor Mulder. —El tono de Gloval era de lo más respetuoso—. Los aviones Veritech no tienen nada que ver con lo que usted pueda conocer de su época. Están específicamente diseñados para luchar contra los zentraedi. Comprendo su actitud, pero va a tener que esperar.

—¿A qué? ¿A enterarme más tarde de que estábamos planeando rescatar un cadáver en vez de a Scully?

Los pilotos pasaron entonces a una actitud meditabunda. Mulder temía por la vida de Scully tanto, que su imaginación la consideraba más entre los muertos que entre los vivos.

Mulder miró a otro lado, avergonzado.

—No quería ser tan pesimista —dijo.


En medio del hangar, tronó una voz que había pilotado cientos de horas, la del primer soldado del siglo XX que había luchado contra las naves zentraedi y había perdido.

—¿Qué es esto? ¿Una reunión de hippies? —Era el mayor Duke Simpson, recién rescatado de las aguas del Pacífico, y se refería despectivamente a las largas cabelleras de los pilotos que estaban reunidos con Mulder. Simpson tenía su pelo rubio rapado casi al cero, y exhibía un talante rayano en la arrogancia. Se fijó en que uno de los pilotos llevaba gafas (era Max Sterling) y eso no le daba buena impresión. En la Marina norteamericana no le habrían dejado pilotar.

—Mejor será que me encargue yo de ponerle al corriente de los acontecimientos —dijo Mulder, separándose del grupo—. Discutan las estrategias que quieran; a mí me llevará rato convencer a este tipo...


Isla Macross, Pacífico Sur.
17 de julio de 1999.
4:00 hs. AM

Según la información con la que contaba Khyron, el SDF-1 se estrellaría exactamente a las cinco de la mañana. Quedaba todavía una hora.

Alrededor del crucero zentraedi, habían desembarcado siete vehículos de combate. Cada de uno de ellos era como una especie de avestruz gigante sin cuello; dos patas delgadas que sostenían un módulo central armado con cuatro cañones láser. Dos de esos vehículos se habían encargado de derribar el F-18 del mayor Simpson sin ninguna complicación. Y Khyron no quería arriesgar la misión porque unos micronianos con armas primitivas se entrometieran en sus asuntos.

Pero aparte de servir como armas ofensivas, las unidades de combate custodiaban lo que la tecnología zentraedi había bautizado como "bomba dimensional". Era un bloque de formas redondeadas de tres metros de altura y su funcionamiento semejaba al de un acelerador de partículas. Cuando el SDF-1 estuviese en rumbo de colisión contra la isla, la bomba dimensional le lanzaría una onda de choque energética que enviaría a la fortaleza al año en que la armada zentraedi acosaba al remozado SDF-1.

La mente guerrera de los zentraedi no había pensado ni en paradojas temporales ni en nada de eso. Cuando la fortaleza estuviese en sus manos, eso no importaría en absoluto.

Khyron siguió mirando el firmamento. Dentro de poco más de una hora, la misión se llevaría a buen término.


Hangares de la sección Prometeo, SDF-1.
4:18 hs. AM

—Si tiene alas, puedo pilotar lo que sea —afirmó orgullosamente el mayor Simpson ante Gloval y compañía.

Mulder le había explicado la situación. Sin embargo, el mayor no mostró extrañeza alguna. Al contrario, tenía el orgullo tan herido por haber sido derribado que su mente sólo buscaba resarcimiento.

Gloval se negaba a que un piloto de esas características tomara parte en la misión de rescatar a Scully. Se lo pensó mejor y preguntó a Mulder.

—¿Quiere participar, agente Mulder?

—Sí. —El tono de Mulder era de decisión total—. Se lo debo a ella. Es lo menos que puedo hacer. Si no la hubiera convencido para que estuviese conmigo en ese bosque persiguiendo extraterrestres ahora estaría sana y salva.

—Mayor Simpson. —Gloval se encaró con el mayor—. Participará de forma indirecta en la misión. Pilotará un Veritech biplaza con el agente Mulder y cuando el terreno esté despejado ayudará a Mulder a buscar a Scully. Supongo que ella necesitará ver a alguien conocido después de la desagradable experiencia por la que estará pasando.

"Esperaremos una hora exacta. Cuando los zentraedi descubran que sus previsiones son incorrectas, que el SDF-1 no llega a la Tierra, les atacaremos.


Isla Macross, Pacífico Sur.
5:06 hs. AM

Si los cálculos hubiesen sido correctos, el SDF-1 tendría que haberse materializado ya. Pero nada, fracaso total. La fortaleza seguía sin aparecer.

A Khyron no le extrañó que la flotilla del almirante Breetai se hubiese teletransportado a esa época para perseguir al otro SDF-1, el que ya había sido reconstruido. ¿Y si el viaje temporal no les hubiera llevado al momento preciso? El joven Khyron se estaba poniendo nervioso.

Un zentraedi no se queda sentado esperando. Siempre actúa. Y Khyron actuó.

Cogió la jaula donde Scully estaba cautiva y solicitó que enviaran un mensaje al SDF-1.


Puente del SDF-1.
5:07 hs. AM

Fox Mulder y Duke Simpson estaban a punto de despedirse de Gloval cuando la oficial Claudia Grant informó de que recibía un mensaje por la frecuencia que los zentraedi utilizaban para lanzar sus ultimátums al SDF-1.

En la pantalla se materializó el rostro de Khyron.

—Si en dos horas no me entregan el SDF-1 —dijo Khyron, y enseñó a la pantalla la jaula donde Scully estaba encerrada—, mataremos a esta microniana y destruiremos el portaaviones que patrulla la zona... Sabe usted lo que eso significa, capitán Gloval. Cientos de vidas micronianas valen más que la fortaleza espacial.

El mayor Simpson, encolerizado ante la idea de que el buque de donde procedía estaba amenazado, casi estalló en un ataque de ira, pero logró contenerse. Por su parte, Mulder ardía en deseos de ajustar las cuentas con esos indeseables, más peligrosos que todos los peligros juntos a los que él y su compañera se habían enfrentado. Segundos después, la figura de Khyron desapareció de la pantalla.

Gloval dijo a Mulder y a Simpson:

—Es hora de actuar ya. ¡Buena suerte!


El mayor Simpson y el agente Mulder, antes de subirse al Veritech biplaza fueron testigos e una romántica escena. Rick Hunter y Minmei se besaron antes de que el primero se montara en su Veritechs.

Pero lo que Mulder vio, sin decirle nada al mayor, fue que una de las mujeres del puente, la teniente Lisa Hayes se había acercado hasta el hangar, y escondida tras una esquina, había estado espiando a Rick Hunter. Fox Mulder habría jurado que Lisa Hayes torcía el gesto como lo haría una mujer celosa cuando Rick Hunter y Minmei se besaron.


El SDF-1 se fue acercando paulatinamente a la órbita, terrestre, para sobrevolar la zona cercana a la isla Macross.

—El grupo de rescate ha salido —confirmó Claudia Grant.

—Inicien la táctica Minmei dentro de tres minutos —ordenó el capitán Gloval.


Los cuatro Veritechs estaban a punto de entrar en la atmósfera terrestre. El mayor Simpson descubrió que a pesar de la falta de gravedad, el Veritech se mantenía muy bien. El resto de los Veritechs estaban más adelantados, en formación de cuña, y sus respectivos pilotos entablaban una charla ligera antes de entrar en combate.

—Sería interesante desviarnos por un momento e irnos a hacernos una visita a nosotros mismos en el pasado —comentó Rick Hunter bromeando al resto del grupo. Fokker rectificó a su amigo Rick explicándole el tema de la realidad alternativa en donde se hallaban.

—Siempre me quedaré con la duda de saber si en este mundo existo yo o alguno de vosotros —dijo Fokker, en tono pensativo.

—¡Oh, vamos! —intervino Max Sterling—. Si no se llama Roy Fokker, seguro que hay por ahí abajo algún as del aire tan bueno como tú.

—¿Cómo yo...? —dijo conteniendo una risa Fokker—. Imposible....

—Fokker —añadió Rick Hunter—, siempre has sido muy modesto, ¿verdad?

—Por lo menos —puntualizó Fokker—, yo no interrumpo las exhibiciones aéreas como tú lo hiciste el día de la inauguración del SDF-1.

Rick Hunter pensó que Fokker siempre haría el papel de "hermano mayor", fueran cuales fueran las circunstancias.


Sala de comunicaciones del USS. Eisenhower.
5:16 hs. AM

—Estamos incomunicados, señor —dijo el sargento Meadows al almirante Barnes.

—¿Cómo es posible? —preguntó Barnes fijando su vista en la pantalla del radar.

—Algo bloquea todas las frecuencias de radio... ¡Espere! —Meadows se ajustó los auriculares que llevaba—. Estoy recibiendo una señal en la banda de onda corta... Lo voy a pasar a los altavoces.

Barnes esperaba oír, como el resto de los que estaban en la sala, el barullo típico de las transmisiones encriptadas. Nada más lejos de la realidad.

A través de la onda corta sonaron los compases musicales de una linda vocecilla cantando a pleno pulmón:

Stage lights, flashing,
the feeling is smashing.
My heart and soul belongs to you.
And I’m here now, singing.
All bells are ringing
My dream has finally come true...

El almirante se llevó las manos a la frente. Recordó que uno de sus amigos de la Marina le envidiaba por haber recibido el mando del portaaviones para patrullar una zona del mundo "donde nunca sucedía nada". El coronel Gerald Wise, jefe del mando aéreo aconsejó al almirante poner en el aire el primer escuadrón de F-14 del Grupo de Intervención Rápida, con el fin de prevenir un eventual ataque enemigo.

—¿Y qué le digo a los pilotos? —preguntó Barnes desmotivado—. ¿Qué luchen contra una canción? Por cierto, sargento Meadows, ¿puede decirme la procedencia de esa señal?

—Sólo puedo confirmar que viene del espacio exterior, señor.

—Vaya por dios... —Barnes notó que los treinta y siete años servidos en la Marina se le amontonaban en los hombros. Hizo una pausa y comentó a Meadows—, Qué bien canta esa chica, ¿verdad?


Grupo de rescate Veritech.

El mayor Simpson pilotaba el Veritech con mano firme. Su aparato se había quedado atrás, mientras que los otros tres aparatos volaban en formación, liderados por el avión de Roy Fokker.

Ya habían atravesado la atmósfera y ahora volaban entre las nubes. —Se pilota muy bien —dijo el mayor Simpson a Fox Mulder, que se hallaba en el asiento de atrás. Mulder sentía la cabeza pesada por el casco que llevaba. Sólo pensaba en Scully, repitiéndose mentalmente: Tranquila, Dana, enseguida llegamos.

El grupo de rescate se aproximó a la isla Macross. Desde su altitud, podían divisar el crucero zentraedi que había aterrizado.

Mientras, el SDF-1 comenzaba a transmitir la letal música que aterrorizaba a los guerrerps zentraedi. Y el capitán Gloval, además, tenía un as extra en la manga.


Isla Macross
5:20 hs. AM

Khyron se hallaba en el puente de mando del crucero cuando comenzó la ofensiva psicológica y militar diseñada por el capitán Gloval. A través de todas las frecuencias radiofónicas que el crucero podía recibir, se coló la rítmica música de Minmei. Khyron ordenó a todos sus subordinados (once soldados) que se montaran en los vehículos de combate, pues ya conocían los aturdidores efectos de aquella música, y peor aún, era señal de que el enemigo estaba cerca.

Un sector del limpio y oscuro cielo del alba se llenó con la imagen holográfica de una gigantesca y bellísima Minmei cantando, vestida con sus mejores galas. Poco después, la música que acompañaba a la imagen sonó como un descomunal eco llegando a toda la isla. Khyron se olvidó de la misión de capturar al SDF-1.

Life is only what we choose to make it
Let’s just take it,
let us be free...
we can find the glory we all dream of
And with our love, we can win.
Still, we must fight or face defeat.
We must stand tall and not retreat...

La experiencia les había enseñado que cuando los micronianos enviaban esa música, llegaba la hora de entablar batalla.


El SDF-1 enviaba la proyección holográfica desde el espacio exterior.

—O sea que esa era el arma secreta de la que hablaba ese cabrón de Gloval —dijo el mayor Simpson, virando el Veritech hacia la derecha. Conocía casi todas las funciones de los mandos, excepto de tres palancas. ¿Para qué servirían?


Los tres Veritechs que pilotaban Roy Fokker, Max Sterling y Rick Hunter efectuaron una pasada rasante sobre la isla. Las doce unidades de combate zentraedi les respondieron abriendo fuego. Aún así, las habilidades de los pilotos zentraedi estaban muy mermadas, al tener que soportar la música del SDF-1. Trazas de rayos dorados iluminaron la isla. Fokker disparó tres misiles, logrando aniquilar dos naves zentraedi y dañando gravemente una tercera. A lo largo de consecutivas pasadas, los habilidosos pilotos fueron reduciendo el numero de vehículos hostiles, quedándose reducidos a seis. Reducida la desproporción, Fokker ordenó cambiar la configuración de los aviones a la modalidad battloid para luchar cuerpo a cuerpo con el enemigo.

Dos de las unidades zentraedi lograron despegar de la isla y persiguió al avión pilotado por Simpson y Mulder.

El mayor, manejando el Veritech con mano de hierro, consiguió resarcirse de la anterior humillación sufrida. Aprovechando al máximo las prestaciones del caza y con una certera ráfaga de metralla láser borró sendos adversarios del cielo.

Simpson dejó escapar un grito de triunfo.

Mulder sentía su corazón latiéndole en la garganta. Miró como los otros tres Veritechs, de ser aviones de combate normales, se habían transformado en gigantescas máquinas de aspecto humanoide, dispuestas a entablar batalla.


La confrontación pasó de desarrollarse en el aire a ser exclusivamente terrestre. Max Sterling colocó su battloid en primera línea de fuego, cubriendo a sus dos compañeros. Ahora, los Veritechs y las unidades zentraedi se enzarzaron en un tiroteo.

Minutos después, un disparo enemigo inutilizó el cañón portátil del battloid de Sterling.

—¡Retírate! —le ordenó Roy Fokker. Max pasó a modalida G, una posición intermedia entre la de un avión y battloid y logró salir volando de la isla, en dirección al SDF-1.


Acurrucado detrás de un montículo, Khyron rabiaba. Todo había salido mal. Sólo quedaban él y tres soldados más. No había previsto que el SDF-1 comandado por Gloval decidiera actuar tan pronto en su contra. Y para colmo, dentro de la unidad de combate, recibió señal videofónica procedente de la flotilla del almirante Breetai, la cual se hallaba orbitando cerca de la Luna.

—Vuelve inmediatamente —decía la voz de Breetai a Khyron—. Los cruceros bajo mi mando han estado rastreando todo el hiperespacio. No hay ni rastro del SDF-1. Dolza ha ordenado abortar la operación.

—¡Nunca! —exclamó enfurecido Khyron dando un golpe el aire—. Tenemos ahora la oportunidad de capturar la fortaleza. Si amenazamos a Gloval con atacar a los micronianos de esta época, nos darán lo que le pidamos.

—Como desobedezcas esta orden de Dolza —le advirtió Breetai muy seriamente—, te enfrentarás a un consejo de guerra en el que yo no escatimaré esfuerzos para que se te condene a muerte por desobedecer.

Un minuto después, las restantes fuerzas zentraedi embarcaron en el crucero con el propósito de reunirse con la flotilla de Breetai. Khyron reconoció que la batalla había estado perdida de antemano. Breetai no querría arriesgar su pequeña flota en un ataque infructuoso contra el SDF-1, sus subordinados eran incapaces de luchar adecuadamente teniendo que soportar la música de los micronianos y ni fue capaz de aprovechar la ventaja que le daba tener una rehén microniana en su poder.

Antes de despegar, Khyron dejó la jaula donde Scully estaba encerrada fuera, así como una sorpresa para los micronianos...


—Misión cumplida —dijo triunfalmente Roy Fokker a través de la radio a Rick Hunter.

—Ha sido más fácil de lo que pensaba —dijo Rick mientras el crucero zentraedi ascendía por los aires.

—En efecto. —Fokker se puso en contacto con el Veritech que pilotaba Simpson—. Mayor Simpson, puede aterrizar en la isla.

—Por curiosidad... —se aventuró a preguntar el mayor—. ¿Se puede hacer con mi avión lo mismo que habéis hecho vosotros?

—Sí —le confirmó Fokker, pero no se lo recomendó. Sería demasiado complejo para un piloto no experimentado. Rick Hunter y él configuraron sus respectivos Veritechs a la posición normal y se retiraron rumbo al SDF-1.


Isla Macross.
5:32 hs. AM

Después de aterrizar en una zona de la isla sin vegetación, Mulder y Simpson buscaron a Scully. Resultaba extraño comprobar que lo que habían visto desde el cielo era cierto, que los zentraedi la habían abandonado a ella ahí. Caminaron unos minutos y Mulder fue el primero en verla, al lado de la jaula de metal. Ella había logrado salir con sus propios medios de la prisión, pero tenía los brazos con diversos cortes y magulladuras. Estaba tumbada boca arriba en el suelo, inconsciente. Mulder logró hacerla recuperar el conocimiento. Ella entreabrió los ojos y reconoció a Mulder. Como una chiquilla a la que han asustado, se lanzó sobre su compañero y lo abrazó.

—¡Ha sido horrible! —exclamó ella al borde del llanto—. ¡Pensé que me iban a matar!

—Ya ha pasado todo, Scully. —El la ayudó a ponerse de pie—. Vas a hacer un viajecito en algo en lo que no has montado nunca, Scully. —Mulder le sonrió con su típica sonrisilla traviesa.

—Oh, Mulder, si ya he viajado en helicóptero. —Ella se había pasado toda la batalla entre los Veritech y los zentraedi encerrada en el crucero e ignoraba los peculiares vehículos de combate que habían tomado parte en ella—. No importa... lo importante es que estés aquí. Scully apoyó un brazo suyo en el hombro de Mulder.

—Te presentaré al mayor Simpson —le dijo Mulder—. Por cierto —miró a su alrededor—, ¿dónde está?

Simpson salió de entre unos arbustos.

—Aquí —contestó él con voz apesadumbrada—. Mulder, me temo que esto no ha acabado... Nuestros amigos nos han dejado un regalo.


Simpson los llevó hacia donde estaba la "bomba dimensional". En su base, había un panel con una pantalla rectangular que mostraba un diagrama de la isla y un punto apartado unidos por una línea curva que parpadeaba.

—¿Y esto? ¿Qué es? —preguntó Mulder sin entender nada del panel, que debía ser extremadamente pequeño a los ojos de un zentraedi.

—Pensé que usted lo sabría. Los agentes del FBI son especialistas en explosivos, ¿verdad? —dijo Simpson con evidente sarcasmo.

Mulder y Scully se miraron mutuamente a los ojos. ¿Un explosivo?

—Evidentemente, esto no es una máquina de hacer palomitas —dijo Simpson señalando el panel—. Necesito ayuda. Agente Mulder, en el suelo de la carlinga del Veritech hay algo parecido a una radio portátil. ¿Podría traérmela, por favor?

Mulder obedeció y Scully se quedó mirando, asustada, al mayor Simpson. Este adivinó lo que pasaba por la mente de Scully.

—Siento haberla asustado, señorita —se disculpó el mayor.


Para fortuna de Simpson y los demás, la radio portátil era un realidad un videófono. El mayor sintonizó a la primera con lo que suponía que era la frecuencia del SDF-1 y puso a Gloval al corriente de la situación. El capitán solicitó ayuda al doctor Emil Lang, del personal científico de la nave. Simpson enfocó la cámara del videófono para que el doctor Lang viera el panel e inmediatamente, el científico evaluó la situación.

—Los zentraedi han debido de invertir el flujo de energía —dedujo el doctor Lang—. Originalmente, eso era un generador de partículas nucleónicas, basado en la misma tecnología con la que debieron romper la barrera del tiempo. Ahora es un arma mortífera; proyectará una inmensa cantidad de energía destructiva al punto señalado en el diagrama, pero ignoro cual es ese punto.

Mulder y Simpson intercambiaron una mirada de complicidad. Imaginaban cual sería ese punto.

—¡El portaaviones USS. Eisenhower! —exclamaron los dos casi al unísono. Así era como Khyron quería vengarse de los micronianos por no haber podido cumplir su objetivo.

Lang explicó que para neutralizar el generador sería necesario reinvertir el flujo nucleónico y calibrarlo en posición de Equilibrio Cero para que dejase de funcionar.

Alguien debería quedarse en la isla y seguir las instrucciones del doctor Lang para inutilizar el artefacto.

—Me quedaré yo —dijo sin vacilar Simpson.

—Y yo —agregó Mulder en tono decidido.

—No —se opuso el mayor—, tú pilotarás el Veritech y te llevarás a Scully lejos de aquí. Esto es muy peligroso, y si ha de morir alguien, seré yo.

—Nos quedaremos los tres —intervino la agente Scully—. Os ayudaré a inutilizar el generador. Además, Mulder no sabe pilotar.

—¿Nunca has pilotado un avión, Mulder? —se extrañó el mayor.

Mulder optó por la sinceridad.

—Una vez seguí un cursillo para ser piloto. Incluso una vez piloté una avioneta Cessna yo solo... pero nunca un reactor.

—Maldita sea, Mulder. —El mayor Simpson miraba de reojo al panel—. Conducir un trasto de esos es como andar en bicicleta. Una vez hecho, no se olvida nunca. Además, ese reactor está tan computerizado que hasta un crío con los ojos vendados podría manejarlo. El ordenador lo hace todo.

El tiempo apremiaba. Fox Mulder consideró la posibilidad de quedarse con el mayor por encima de todo, pero pensó en Scully. Ya la había arrastrado a demasiadas locuras, y esa no iba a ser otra más.

Mulder le ofreció la mano y ambos se la estrecharon con fuerza. Los dos agentes federales le desearon la mejor suerte del mundo.


Hasta que el mayor Simpson no vio el Veritech despegando, no comenzó a atender las órdenes del doctor Lang.

—Tenemos seis minutos todavía —decía la figura del doctor Lang en el videófono—. Siga mis instrucciones.

Simpson las siguió al pie de la letra. Primero, apretar los resortes metálicos de encima. Luego, regular los discos giratorios, que eran en sí el calibrador energético.

—¿Ya está?

—Perfecto —aprobó el científico. En la pantalla del panel, el diagrama dio paso a una gráfica de rendimiento. Al principio, la línea se situó en el nivel de Equilibrio Cero. Segundos después, la línea comenzó a moverse de ahí.

—¿Qué diablos pasa ahora? —se enfureció el mayor. Lang le dio otras instrucciones, pero fueron inútiles. El generador comenzó a vibrar, emitiendo un zumbido quejumbroso.

—El generador... —vaciló Lang—. Ha entrado en la fase crítica. Está acumulando energía para...

—¿PARA QUE? —Simpson miraba de uno a otro lado.

—Para iniciar el proceso de transgresión dimensional. El generador y usted serán absorbidos por un vórtice espacio-temporal. Ningún ser humano puede sobrevivir a esto.

—¿Cuánto tiempo me queda?

—Menos de dos minutos. Lo siento, yo ya no puedo hacer nada.

—Gracias por todo... —Simpson tiró el videófono al suelo y golpeó el panel cuatro veces, lleno de muda desesperación.

En ciento veinte segundos hizo un repaso de su vida. Imaginaba que moriría en combate como un soldado, como le ocurrió a su padre en Corea, derribado por un MIG y no por un vórtice espacio-temporal o como demonios se llamara...

Cien segundos.

Simpson descubrió que era incapaz de llorar.

Sesenta segundos.

Duke Simpson, hijo póstumo del coronel Philip Simpson, dio su vida por defender a su patria de los extraterrestres. Bonito epitafio.

Treinta segundos.

Por lo menos, Fox Mulder y Dana Scully se tenían el uno al otro.

Veinte segundos. Oh, dios, nunca conocí a mi padre.

Diez segundos.

Cinco.

Mira, papá, estoy donde tú querías. ¡En la cima del mundo!

Uno.

Resplandor sin ruido...


El mayor Simpson tenía razón, reconoció Mulder; el Veritech se pilotaba muy fácilmente. El agente federal ascendió hasta una altitud de quinientos metros.

Cuando descubrió el vórtice temporal que se formaba en la isla, el avión sintió una fuerte sacudida, debido a la onda expansiva. Al ver el aspecto del vórtice, una gigantesca explosión azulada , Mulder pensó que el fatal desenlace se había producido y solo pensó en sacar a Scully de ahí. Empujó la palanca reguladora de potencia hasta la posición de afterburner y los reactores del Veritech escupieron fuego. Pero en pocos instantes, el resplandor se apagó, dejando la isla intacta. Aún así, Mulder no miró atrás y ascendió hasta los límites de la estratosfera, hasta rozar el espacio exterior.

Scully miraba atónita el increíble espectáculo, tan fugaz como intenso. Mulder puso rumbo al SDF-1, el cual orbitaba todavía alrededor de la Tierra. Por radio, Mulder entabló contacto con el capitán Gloval.

—¿Están bien? —fue la primera pregunta del capitán.

—Sí. Bueno, en realidad, mi compañera está alucinada porque estamos en el espacio exterior.

—Ya no queda ningún crucero zentraedi en esta época —puntualizó el capitán Gloval—. Dentro de diez minutos, volveremos a nuestro tiempo.

—Les estoy infinitamente agradecidos por lo que han hecho por mi compañera —dijo Mulder al capitán Gloval.

—Es nuestro trabajo —intervino Roy Fokker. Estaba también en el puente de mando del SDF-1—. Siento lo del mayor Simpson —añadió.

Gloval le recomendó a Mulder que hiciera uso del sistema de navegación automática del Veritech para así poder aterrizar en un lugar adecuado.

Era la despedida. Fue breve, sencilla, pero cargada de respeto y admiración por parte de los dos agentes. Cuando el Veritech enfiló hacia la Tierra de nuevo, la voz de la linda muchacha quiso ser la última en despedirse. Era Minmei, y muy certeramente, quería poner la guinda al último adiós.

—Esta canción que voy a cantar —dijo Minmei—, está dedicada a vosotros, con mis mejores deseos.

Gracias a las ondas radiofónicas, la dulce voz de Minmei entonó una canción lenta y melódica, tan agradable que sumergió a Mulder y a Scully en un estado de ensoñación melancólica.

To be in love...
must be the sweetest feeling that a girl can feel...
to be in love...
to share a dream...
with somebody you care about like no one else...

Scully le puso a Mulder una mano sobre el hombro. Embargada por la emoción, le preguntó:

—¿Has hecho esto por mí, Mulder?

—Si no me importó ir hasta el Polo Sur para buscarte, que menos que involucrarme en una guerra interestelar... —Al oír el tono de voz de Scully, Mulder preguntó—, ¿Estás llorando, Scully?

—No... sólo es que se me ha metido algo en el ojo.

A special man... A dearest man...
who needs to share his life with you alone.
Who’ll hold you close and feel things
That only love brings,
To know that he is all your own.

La canción seguía, y Mulder se aprovechó de la atmósfera íntima que se respiraba dentro de la carlinga, entre las estrellas y la Tierra.

To be my love,
my love must be much more than any other man...
To be my love...
To share my dreams,
My hero, he must take me where no other can...

—¿Quieres casarte conmigo, Scully?

Where we will find a brand new world...
a world of things we’ve never seen before...

—Scully... —insistió Mulder.

Ella se había quedado dormida, postrada en el asiento trasero, rendida después de haber pasado tantas emociones.

Where silver suns have golden moons,
Each year has thirteen junes.
That’s what must be for me...
To be in love...

Mientras, el SDF-1 iniciaba la maniobra de transposición, coincidiendo con el fin de la canción de Minmei, distorsionándose sus majestuosas formas y adquiriendo una coloración anaranjada.

Al pensar Mulder que los hombres de su época que habían estado en el espacio exterior se podían contar con los dedos de la mano, Mulder reconoció que el mayor Simpson había estado en lo cierto. Pilotar un Veritech era tan sencillo como montar en bicicleta.


Sala de comunicaciones del USS. Eisenhower.
17 de julio de 1999.
10:12 hs. AM

—Que sean buenas noticias, sargento —dijo la voz del almirante Barnes.

—Hemos recuperado la comunicación vía satélite con el Pentágono, la Casa Blanca y Pearl Harbor —informó el sargento Meadows—. Los efectos del bloqueo anterior —se refería al producido por la música de Minmei— han desaprecido. Y respecto a la explosión detectada en el cuadrante norte, puedo confirmar que no se trataba de una detonación nuclear. Las lecturas de radioactividad son negativas.

—Menos mal. —Barnes seguiría todavía con el portaaviones bajo su mando en alerta roja, pero el peligro inmediato había pasado.

La pantalla de radar de vuelo dio una señal. El sargento Meadows informó de que se trataba de un avión y poco después éste pidió permiso para aterrizar en el navío. Viendo los cambios de altitud del aparato, Barnes supuso que debía tratarse de un piloto inexperto, y previno a los equipos de emergencia para intervenir en el previsible aterrizaje forzoso.


Fox Mulder desconfiaba de los militares, pero aquel portaaviones era el sitio más adecuado para aterrizar, y el avión andaba escaso de combustible. El Veritech tomó tierra de forma casi perfecta, sin recurrir al sistema de enganche automático del que disponen las pistas de los portaaviones.

—Estamos a salvo, Scully —le dijo Mulder a su compañera, la cual despertó abriendo lentamente los ojos.

—¿Dónde?

—En un portaaviones de la Marina norteamericana.

Mulder ayudó a Scully a bajar del aparato. El agente federal se sentía maravillosamente ridículo con el uniforme azul y blanco típico de las tropas del SDF-1. Nada más bajar, vieron el "comité de bienvenida" del USS. Eisenhower que se les acercaba; un hombre mayor vestido con el uniforme caqui de la Marina y galones de almirante seguido de un coronel y cuatro policías militares. El almirante Barnes pidió a Mulder que se identificara, y éste, burlón, sacó la cartera con la placa del FBI y su carnet de identificación.

—Agente Fox Mulder, de la oficina federal de investigación —se presentó Mulder, y Scully miró a otro lado, reprimiendo una risita nerviosa.

—¿FBI? ¿Es una broma? —Barnes ya había visto demasiadas cosas aquel día. Había perdido un piloto en un enfrentamiento con un OVNI y casi pensaba que estaban en medio de la Tercera Guerra Mundial al detectar aquella explosión.

Mulder dijo que él y Scully habían sido testigos directos de aquellos acontecimientos.

—No me cuente nada —le atajó el almirante—. Esta tarde va a venir hasta aquí un delegado de la Casa Blanca para iniciar una investigación. Ustedes se pondrán bajo la custodia de la policía militar... Supongo que querrán ducharse y ponerse ropa limpia. Vamos a tener una reunión de alto nivel con ese chupatintas de Washington, y si es verdad que ustedes estuvieron allí, se lo contarán todo a él.

Mulder y Scully deseaban, más que ducharse, una larga siesta de dos días. Uno de los policías militares les guió hasta un almacén donde podrían encontrar ropa limpia. Mientras, Barnes, el coronel Wise y un corrillo de pilotos y mozos de pista miraban extrañados el Veritech, cuyos colores beige y naranja contrataban con el gris metal mate de los F-14 y los F-18 estacionados en la pista del portaaviones.

El almirante fijó su vista en el emblema triangular de las fuerzas de defensa Robotech que el Veritech exhibía debajo de la carlinga a ambos lados. Barnes preguntó al coronel Wise a qué país pertenecía aquel extraño aparato.

—No tengo ni idea, señor —dijo el coronel Wise, igualmente confundido.


—¿Te pasa algo, Mulder? —le preguntó Scully mientras los dos estaban en un camarote que había sido reservado para ellos dos.

—No dejo de preguntarme si el mayor Simpson estará de verdad muerto o no.

—Viste la explosión como yo, Mulder. Es imposible que haya sobrevivido.

Mulder meditó la respuesta. Queriendo apartar su mente de funestos pensamientos como aquel, se acercó a su compañera y la besó en los labios.


El mayor Duke Simpson llevaba cerca de día y medio sin comer, perdido en aquella extensa zona desértica. Sólo tenía como arma una pistola de nueve milímetros con un cargador de quince balas.

Si pudiste sobrevivir a los serbios y a un generador zentraedi, pensaba el mayor para infundirse ánimos, podrás sobrevivir a esto. Después de la explosión, el mundo había cambiado para él, la isla Macross se había tornado en aquel lugar, tan raro e inhóspito.

En 1995, una batería de misiles SAM serbia le había derribado, y estuvo cuatro días perdidos en las montañas ocultándose las patrullas de guerrilleros serbio-croatas, hasta que le rescataron los marines. En aquellos días contaba con víveres y una radio portátil. Pero ahora sólo tenía la pistola, y, después de haberse quitado el inútil traje azul y blanco del SDF-1, estaba vestido con el mono anti-G de la Marina. No tenía nada más.

Había sobrevivido a base de agua que encontró en un manantial, agua que sabía a rayos y estaba caliente, pero era suficiente para sobrevivir.

Estaba sentado a la sombra de una roca, pensando a dónde caminar.

—Levántese y ponga las manos en alto —le sobresaltó una severa voz de mujer. Como un rayo, Simpson empuñó su pistola con las dos manos, y tembloroso, apuntó a la joven mujer que le había dado la orden. La miró. Debía ser japonesa; tenía una larga cabellera morena que le cubría los hombros. Ella también estaba armada. Los dos se apuntaron mutuamente, con sendas pistolas.

—¿Quién es usted? —preguntó Simpson, incapaz de reconocer si lo que llevaba la joven era un uniforme o no.

—Aquí las preguntas las hacemos nosotros —advirtió ella.

Nosotros, pensó Simpson. Entonces, hay más gente.

Era un pulso de fortaleza. El mayor advirtió una heladora frialdad en el porte de la joven; no dudaría en dispararle.

Simpson cerró los ojos. Amartilló la nueve milímetros, pero en el último momento, la tiró al suelo. La joven la recogió y comentó despectivamente sin dejar de apuntarle:

—No sabía que todavía se fabricaran antiguallas de éstas. —Se la guardó en un bolsillo y lanzó al mayor dos juegos de esposas—. Póngaselas en los pies y en las muñecas. Y no haga ninguna tontería o ni dudaré en dispararle.


A punta de pistola, la joven llevó al mayor hasta un jeep. Maniatado, Simpson no podía hacer nada. La joven condujo el jeep a través del desierto, mientras el mayor ignoraba a donde le llevaba.

El paisaje era monótono, desolador, sin apenas vegetación. La mente de Simpson comenzó a cavilar. Testigo de la reciente batalla con los zentraedi, su intuición le decía que algo no encajaba, que aquel no era su mundo.

Probó suerte dejando caer como quien no quiere la cosa:

—¿Tiene noticias del SDF-1? —fue lo primero que se le ocurrió.

La joven de expresión fría y severa le miró como si estuviera con un lunático o un semi-idiota.

—El SDF-1 quedó destruido en el último ataque de los rebeldes zentraedi hace quince años —le dijo ella torciendo el jeep hacia la derecha. A lo lejos, se divisaba una especie de recinto rodeado de verjas que al mayor Simpson se le antojó casi idéntico al de una base de las Fuerzas Aéreas.

Por lo menos sé dónde estoy, pensó el mayor. El vórtice del generador me ha llevado a la realidad del SDF-1, pero quince años después.


El jeep se detuvo dentro del recinto militar. Cerca de ellos pasó otra mujer, de apariencia algo más joven que le que había apresado a Simpson. Su pelo era rubio, y su actitud era más risueña, más suave, en suma, más humana.

—¿A quien ha capturado hoy? —preguntó la rubia.

—Teniente Sterling —le recriminó la que conducía el jeep—. Le advierto que la actitud irrespetuosa con los oficiales de la Policía Militar está gravemente...

—Me sé el reglamento. ¿Dónde ha encontrado a este caballero?

—En el sector N-8, la zona restringida. Le voy a llevar a los calabozos y luego le interrogaremos.

Simpson se la quedó mirando. La joven rubia irradiaba tanta simpatía, que pensaba que iba a interceder por él y lo liberaría. Incluso cuando ella se fue, todavía soñaba con esa posibilidad.

De vuelta a la realidad, vio que la joven que decía ser miembro de la Policía Militar cogía una especie de teléfono móvil y pedía un furgón celular para recoger al intruso.

—¿De dónde sacó ese uniforme de piloto? —preguntó ella, intrigada—. ¿Es que ha robado algún museo?

Los ojos azules de Simpson se tornaron suplicantes. Estaba vivo, pero saber ante todo donde estaba, y quién era ella.

La expresión de la joven se tornó de repente casi humana, comprensiva.

—Soy la teniente comandante Nova Satori de la Policía Militar. Se halla usted en la base central del Ejército de la Cruz del Sur, a tres kilómetros de Ciudad Monumental.

Para Simpson aquello era como si le hubieran hablado en chino. El mayor se identificó como oficial de la Marina de los Estados Unidos. El furgón celular que Nova Satori había solicitado venía desde lejos, y Simpson se dio por vencido. Estaba en un mundo, en una realidad diferente. Había sobrevivido, pero no sabía si había salido del fuego para caer en las brasas.

—¿Sabe, teniente Satori? —Ella aparentaba seguridad, aunque estaba claro que aquel individuo que había capturado tendría muchas cosas que explicar—. Hay días en los que uno no debería levantarse de la cama.


Base Aeronaval de Pearl Harbor.
17 de julio de 1999.
18:40 hs. PM

El helicóptero de doble hélice de la Marina despegó sin ninguna novedad, llevando dentro al delegado de la Casa Blanca. En menos de una hora, después de sobrevolar el Pacífico, llegarían al USS. Eisenhower, que les estaba esperando.

El delegado llevaba un maletín repleto de documentos, impresos a toda prisa, procedentes de distintas fuentes y que en su conjunto pesarían más de dos kilos y medio. El delegado, cuyo traje negro y corbata había destacado sobremanera en el ambiente militar de Pearl Harbor, apenas había tenido tiempo de digerir la información. Abrió el maletín y examinó con mayor detenimiento las hojas: la NASA había detectada extrañas apariciones y desapariciones de energía en el espacio exterior, un portaaviones de la Marina involucrado en un extrañísimo enfrentamiento y había sido testigo de una explosión no nuclear, pese a lo cual la CIA insistía en que alguna potencia asiática era la responsable... Luego estaban los extraños destrozos en el bosque de Greensville, antesala de todo el asunto.

El delegado se veía incapaz de digerir tal cantidad de datos. Si ya era complicado que el Gobierno ocultara la nave alienígena de Rosswell a la opinión pública, ¿Cómo afrontar aquello?

El delegado cayó en la cuenta de que había olvidado algo tan importante como el maletín. Estando el helicóptero en pleno vuelo, y mientras atardecía en el pacífico, se desabrochó los cinturones de seguridad y se dirigió a la cabina donde estaban el piloto y el copiloto.

—¿Tienen tabaco? —preguntó el delegado—. Olvidé mi cajetilla en el reactor que me trajo desde Washington.

—Está prohibido fumar —le indicó el piloto.

El delegado no se movió de su sitio y, al final, a base de insistir, ganó la partida.

—No fumo Winston —dijo el delegado rechazando con un gesto la caja que le ofrecía el piloto.

El copiloto, entonces, sacó una cajetilla de su propiedad y al delegado se le iluminó la cara.

Era una cajetilla de Morley’s arrugada, que contenía solo tres cigarros.

—Quedéselos —le dijo el copiloto.

—Gracias. —El delegado sonrió, con una torpe sonrisa típica de los que no se alegran a menudo—. Me ha salvado el día.

Acto seguido volvió a su asiento. El piloto comentó a su compañero que era raro que el delegado no hubiese vomitado; no debía ser la primera vez que montaba en helicóptero.

El delegado, que era un "viejo conocido" de los agentes Fox Mulder y Dana Scully. No tenía ni idea de que ellos también habían estado involucrados en semejante embrollo.

Fin

 

 
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Ultima actualización:  16/12/01