Espera
un fanfic de Ranma ½
por Koji
Ranma ½ y personajes mencionados en este texto son Copyright © Rumiko
Takahashi
—Akane.
Akane no respondió.
—Akane —dijo con más insistencia—, es hora del desayuno.
Ella abrió los ojos un poco, lo suficiente como para que la intensa luz
de una mañana despejada no le molestara demasiado.
—¿Ranma...?
—Sí.
—Oh... —dijo, y bostezó perezosamente—. Quiero dormir... —Se estiró un
poco en la cama. Su pierna tocó una mano del otro lado de la sábana. Abrió
los ojos—. ¡Ranma!
Akane se retrajo, impulsivamente llevándose la sábana al cuerpo, aún
sabiendo que tenía pijama puesto.
—Kasumi nos llama al desayuno —sonrió, casualmente, Ranma—. Disculpa,
no quería asustarte.
Akane notó que Ranma solamente estaba sentado en su cama. Lo examinó
con los párpados pesados, y pronto se dio cuenta de que lo que decía seguramente
era verdad.
—Estaré abajo en un minuto. Déjame ponerme algo de ropa.
—Claro —dijo, y salió de la habitación.
En la soledad de su cuarto, Akane se admitió a sí misma que tenía ganas
de llorar. La vida que estaba llevando los últimos días era algo hermoso,
y al mismo tiempo que trágico, porque sabía, lo leía en sus rostros y
actos, que ellos no se sentían realmente felices. Bueno, nunca fue ningún
misterio para ella. Aunque no estaba segura de Ranma... Nunca supo si
él la apreciaba, o si no. Pero verlo preocupado sí quería decir que sentía
algo por ella, tuvo que admitirse de nuevo. El pensamiento hizo que se
sintiera mejor. No importaba ya; sin embargo, era algo bonito en que pensar.
Suspiró, y se terminó de vestir rápidamente.
Afuera, un pez saltó del agua del estanque con un sonido, sólo para caer
de vuelta al agua de la que salió, en un ruido final.
Mientras la mayoría ya casi terminaba de comer su desayuno, Ranma no
parecía llevar ninguna ventaja notoria ante ellos. A nadie parecía extrañarle.
A nadie parecía importarle. Pero Akane terminó su comida, y Ranma también,
poco después suyo.
—Ranma, ¿hoy vas a querer más comida? —preguntó Kasumi, con esa imborrable
sonrisa, aunque aquel día parecía, de alguna manera, menos radiante.
—Gracias, Kasumi, pero no hoy. —Ranma se levantó de su lugar, y tomó
su bolso—. Akane, ¿nos vamos?
—Seguro.
Ranma y Akane salieron tranquilamente por la puerta, uno al lado del
otro. Detrás de ellos, Soun soltaba sus palillos, mientras sus dedos comenzaban
a temblar.
Camino a la escuela iban los dos. Como era usual, Ranma sobre la reja
del canal. Iba mirando a Akane melancólicamente. Si alguien hubiera mirado
en lo profundo de sus ojos, habría descubierto algo de desesperación.
Y no le quitaba la mirada de encima. Akane no parecía notarlo.
Akane entró antes que Ranma al salón de clases, aunque con Ranma cerca
de su espalda. Dentro del salón, todos parecieron voltear y hacer un respetuoso
silencio al paso de Akane. Ella odiaba eso.
Se sentó en su asiento de siempre, y Ranma a su lado; aquel asiento era
evadido por todos, porque su "dueño" podía enojarse. Ranma le
tiró una sonrisa a Akane, quien la recibió como una herida más del día
y la semana, y no la respondió. Ranma se movió, incómodo, en la silla,
con el rostro culpable.
—Ahora presten atención mientras les explico la formación celular de...
Aquel profesor siempre fue el más experto en hacer las clases aburridas
y difíciles de comprender. Ranma pensaba que, algún buen día, llegaría
a decirle a cada profesor en la cara lo que no le gustaba de sus clases.
Bostezó, y trató de poner más atención, dándole un último vistazo a su
compañera, en el asiento contiguo.
—No me sigas.
—¿Que qué?
—¡Que no me sigas!
—Tengo que ir adonde vayas, yo...
—¡Tú nada! —gritó Akane, con un nudo en la garganta.
Ranma palideció un poco. Podía ver a su casi-suegro levantarse de su
asiento frente al tablero de shogi en ira, y gritarle en el rostro que
cómo pudo haberla dejado sola.
—Akane, es que te podría pasar... Quiero decir que, en tu estado...
—¡Ya basta, Ranma! —Puso un pie, firme, en el suelo—. ¡Todos se preocupan
por mí, pero ya estoy enferma de todo esto! —Se dejó caer pesadamente,
sus rodillas al pavimento. Con Akane escondiendo su rostro, Ranma solamente
se dio cuenta de que lloraba por la manera en que tiritaba y los leves
quejidos que se le escapaban de vez en cuando.
—Perdóname... —Se agachó junto a ella, y la abrazó lentamente. Ella no
se resistió, pero no cesó de llorar ni un solo segundo—. Está bien, te
dejaré sola, pero quiero que me prometas que... que te vas a cuidar, que
si algo pasa no vas a dudar en pedir ayuda...
Akane comenzaba a dejar de llorar. —Es que —logró decir entre sollozos—
todos alrededor mío parecen estar en un teatro, actuando sólo para mí,
y ¡odio eso! —Miró a Ranma con los ojos mojados.
Ranma sabía que Akane tenía razón. Pero si no hubiera sido así, lo hubiera
sido aún peor, él estaba seguro.
—Akane, todos estamos... dolidos por lo que está ocurriendo. Yo... me
disculpo por todo esto. —Algo de verdadero sentimiento se filtró. Trató
de no ponerse nervioso, sin buenos resultados.
Akane dudó un instante antes de besarle la mejilla.
—Gracias, Ranma.
Ambos sonrojaron, juntos, un instante, pero pronto Akane habría desaparecido.
Ranma suspiró, y esperó lo mejor.
El frío del helado bajaba la temperatura del vidrio de la copa, haciendo
que, con el calor del aire que lo envolvía, el vapor se juntara sobre
él en forma de pequeñas gotas. La cuchara de Akane bajaba a la copa cada
cierto tiempo a recibir un trozo del helado rosado y amarillo, el cual
se llevaba a la boca mientras miraba distraída el hiragana invertido en
la ventana de la tienda.
—Vaya. Ahora que nadie me molesta, no tengo idea de qué hacer. Y lo peor
es que el tiempo se acaba... —Se llevó un poco de helado a la boca. Tragó—.
En más de una manera.
Terminó su helado y se fue del lugar, sin saber realmente dónde ir. Eligió
una ruta al azar, y dejó que el camino le dijera dónde parar.
Miró las calles llenas de todo tipo de gente, trabajando, paseando, o
incluso sin hacer nada más que estar allí. Como era su caso, más o menos.
Y observó los rostros de las personas; trató de recordar cada sonrisa
que veía, aunque no debió ser tan difícil, porque realmente eran escasas.
Y se detuvo a mirar dentro de las tiendas.
Saludó al floristero cuando se acercó a oler y mirar las flores. Las
habían, como no era de extrañar, de todos colores y tipos, y también aromas.
Un ramo le llamó particularmente la atención, y, sonriendo, preguntó al
floristero por su precio. Con una mueca se dio cuenta de que no le quedaba
un solo yen, y se largó del lugar.
Notó que pronto se pondría oscuro. Calles adelante suyo, sobre el techo
negro de alguna pequeña vivienda, el Sol se escondía lentamente, lanzando
sus rojizos rayos sobre el rostro de Akane en un último adiós del día,
o tal vez de toda una vida.
—Tengo que volver.
Pasos.
—Eh...
¿Pasos?
—Quién... —murmuró con voz adormilada.
—Akane.
—¡¿Eh?! —Ranma saltó a sus pies—. ¡Al fin vuelves! —sonrió.
Akane parpadeó unas veces. —¿Y qué haces aquí, fuera de la casa?
—¿Qué crees? Duer... Quiero decir, no puedo entrar si no es contigo,
y tú lo sabes.
Ella se sonrojó un poco, en vergüenza.
—Disculpa, no debí insistir en que me dejaras sola, debí pensar en las
consecuencias...
Ranma le respondió con una nueva sonrisa, y le habló, poniéndole la mano
en el hombro.
—Hey, está bien, en serio, no hay problema...
Akane lo examinó un poco.
—Ranma, ¿sabes que, si no fuera por... esto, me estarías insultando en
este minuto, y yo estaría golpeándote, porque te lo merecerías?
Ranma no hizo más que asentir con un solo movimiento de cabeza, lento.
—Entonces, ¿entiendes a lo que me refería con eso de las actuaciones?
Esta vez Ranma sabía que Akane no estaba del todo en lo correcto, que
había algo más, y un segundo antes de pronunciar una sola sílaba, cerró
la boca.
—¿Qué? ¿Ibas a decirme algo, Ranma? —parpadeó Akane.
Ranma negó con la cabeza un tanto paranoicamente, aún con los labios
apretados, y esta vez un tono rosado asomó en su piel, justo en las mejillas
y el puente de la nariz.
—¡Ranma! —dijo Akane, poniéndose los puños sobre las caderas—. No me
lo ocultes. Ya dime lo que... —Se detuvo en sus palabras, y su rostro
cambió levemente; un poco de dolor...— Ranma, creo que... que ya... —Agotó
todo el aire en sus pulmones, y perdió el equilibrio; se comenzó a inclinar
hacia adelante, aunque Ranma estaba ahí para sujetarla, horrorizado.
—¡No! ¡Akane, no! —La histeria dejó huellas en el timbre de Ranma.
La sujetó firmemente de los brazos, y la sacudió de manera violenta,
preso de una desesperación que sabía vendría cuando fuera el momento a
tomarlo por sorpresa y a despedazarlo, no para matarlo, pero para dejarle
una sola gran cicatriz que nunca sanaría, ni en mil vidas. Saliva escapó
los entrecerrados dientes de la prometida, y fluyó hacia su cuello.
Alguien... Algunos... llegaron corriendo donde Ranma; unos simplemente
caminantes de por ahí, y otros, los realmente importantes, del dojo Tendo.
Las voces dejaron de ser parte de individuales, y pasaron a ser un ruido
más entre todo el de esa atmósfera de miedo.
Nabiki no habló; prefirió actuar. Se acercó a Ranma y le arrebató a Akane
rápidamente; éste último no se opuso, aunque no pudo evitar seguir a Akane
con una mirada vidriosa y deshecha, sin cambiar su posición. Nabiki la
acostó en el pasto, y ya comenzaba a tener convulsiones, aunque todavía
mínimas. Sabía que no había nada que hacer, ¡pero había que hacer algo!
Genma y Soun lloraban, agachados en el pasto, abrazados; ellos tampoco
hacían nada. En otro lado, Kasumi tiritaba, perdía el control de sí misma
una vez más..., desde que murió su madre. Y Ranma recién se acercaba al
lugar, caminando, o eso trataba en sus descoordinados movimientos. Al
centro de todos ellos, y más gente, se hallaba la pálida Tendo Akane,
tiritando y convulsionando cada vez más frecuentemente, pero sin gritar,
sin quejarse.
En un momento, Ranma se derrumbó al suelo, y las lágrimas lo invadieron,
tal cual hizo la desolación y la desesperanza. Todo lo que salía de su
lengua eran murmullos y gemidos incomprensibles, a los que nadie dedicaba
un oído.
Nabiki terminó abrazando a su hermana pequeña, llorando, como los demás
hacían. Entonces, escuchó. —Mamá...
—Mamá. —repitió Nabiki frente al oído de Akane.
—Mamá... —dijo, una vez más, Akane, con los ojos perdidos—. Voy a verte,
mamá... Al fin...
Nabiki lloró un poco más. Su hermanita se habría ido, y se habría ido
con mamá. Estaría en buenas manos. No había por qué llorar.
Aún así, lloró. Todos lloraron. Y el corazón de Akane cesó de moverse.
Fin
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