Desde el Otro Lado del Río
un fanfic de Ranma ½
por Koji
Ranma ½ y personajes mencionados en este texto son Copyright © Rumiko
Takahashi.
Capítulo 3: El Destino / Perdido en mi Mente
¿Por qué es éste mi destino? ¿Por qué? ¿Por qué nunca puedo ser feliz,
ni con lo que tengo, ni con lo que tendré? ¿Soy ambicioso? ¿Quiero más
de lo que puedo tener? ¿Será éste el camino que tengo que tomar? ¿Debo
conformarme con lo que soy?
...
Akane no me ama; nunca lo ha hecho. Es más, hay muchas posibilidades
de que me odie. Claro, ella no me pertenece, es de Ranma. Pero, ¿por qué?
Yo la he tratado mucho mejor que él, la he adorado, le he ayudado, le
he hecho justicia. ¿Es mi destino? ¿Tendría que resignarme?
—Akane no me ama.
Es mi destino.
Después del coma, primera noche.
Una sombra contrastaba con la Luna inmóvil. Los tejados de casas pequeñas
se quejaban al paso del inesperado extraño. El chico de las bandanas
había llegado al dojo Tendo, la noche del mismo día en que despertó, en
una hora justa para no ser visto por nadie más que una sola persona. Y
para, al mismo tiempo, no poder ver a cierta otra persona.
No fue mucho el ruido que hizo la puerta de la habitación. No habría
sido bueno si lo hubiera hecho. En el cuarto habían dos sujetos bajo el
más profundo de los sueños. El visitante no hizo nada más que observar
unos momentos.
Uno de los que dormían abrió los ojos. —Ryoga... —murmuró.
—No, Ranma, no he venido a pelear, ni nada parecido. —Sin embargo,
Ranma notaba, su rostro no era sino hostil.
— ¿No vienes a pelear? ¿Entonces a qué? —dijo Ranma, agregando
un suave sarcasmo a sus palabras.
Ryoga salió al patio, y ahí esperó a que Ranma le siguiera. El último
no tardó demasiado en llegar.
— Bien, Ryoga. Espero lo que me tengas que decir.
Ryoga se demoró un poco en comenzar a hablarle, como si se estuviera
despidiendo de sus palabras. —Ranma, ahora que no me tienes como
competidor, tú eres quien debe cuidarla y protegerla por el resto de tu
vida.
Ranma examinó su oración con cuidado. —No sé de quién o qué
hablas —mintió. Sus puños se abrían y cerraban impulsivamente,
nerviosos, a la espera de una respuesta.
— No, Ranma; tú sabes bien de quién hablo. Y sabes que todo aquello
en lo que creo no me permite estar en contra de éste, mi destino. —Su
voz seguía pacífica, pero sin emociones.
Ranma, esta vez, no contestó. Sus ojos no se desprendían de los de
Ryoga, buscando una pista de temor, de dolor, de duda. Nada más encontró
un frío azul, sólido, enorme.
Ryoga volteó, y volvió por donde vino. Detrás suyo, Ranma seguía inmóvil.
Está bien. No la merezco. Nunca la mereceré. Creo que puedo aceptarlo,
de alguna forma.
...
El destino es lo que inevitablemente tendrá que suceder. No se puede
saber el futuro, precisamente porque eso es el destino, y está fuera del
alcance de un humano. Y es el destino el que me ha separado de Akane.
Y es el destino el que nos ha casado a mí y a Ukyo.
...
Pero, ¿por qué Ukyo? Jamás ha habido nada entre ella y yo. Y nunca, nunca
lo habrá.
—No se puede saber el futuro, precisamente porque eso es el destino.
¿Por qué Ukyo? ¿Por qué Ukyo? ¿Por qué Ukyo?
—Creo que puedo aceptarlo, de alguna forma.
El coma termina.
No me acordaba de nada. Lo último en mi mente era la batalla con ese
misterioso hombre, y ni siquiera eso lo tenía muy claro en el desorden
de mi mente. La cabeza me daba vueltas cuando me
estaba despertando, y al abrir los ojos pensé que iba a caerme. Ukyo,
al parecer, se dio cuenta de mi malestar, y me tomó una mano.
— Ya estás bien, cariño. Eso me alegra. —Eso fue lo que me
dijo, y luego sonrió. Yo traté de sonreírle también, pero mi cabeza no
paraba de girar, y no pude lograrlo del todo.
En ese momento le pregunté qué era lo que había pasado. Ella me contestó
que no sabía, que solamente me encontró en la plaza, muy malherido. Me
dijo que incluso caí en un coma. Creo que,
entonces, le agradecí que se haya preocupado por mí. Y, aunque no
se lo haya dicho, al menos sí le estaba agradecido.
Después, Ukyo me llevó al okonomiyaki-ya. Como yo casi no podía caminar,
nos fuimos en un taxi. Me avergüenzo de que no traía nada de dinero, y
pagó ella.
Ukyo parecía cansada cuando llegamos. Le pregunté por qué, y ella
me respondió—, Porque estuve casi todo el día en el hospital. —Lo
dijo como si fuera algo obvio, pero yo estaba asombrado.
Fue hasta más tarde en el día cuando me di cuenta de que le estaba
muy agradecido. Y no supe muy bien por qué, pero no tenía verdaderas ganas
de irme tan pronto, así que le dije que aún no me sentía bien. Dijo que
ella insistía en que me quedara hasta que me repusiera.
Aunque Ukyo nunca me ha hecho nada malo. Es más, ella es muy buena persona.
Pero casarme con ella me sigue pareciendo una barbaridad.
...
La lucha en la plaza no hizo más que agrandar mi torbellino de cosas
nuevas y desagradables. Ese hombre no era cualquiera. Es más, llego a
pensar que fue enviado especialmente para derrotarme en combate.
Me imagino al destino como un viejo muy sabio, pero cruel en su manera
de mantener el orden. Me lo imagino dictando palabras de conjuro, oscuro
presagio emanando de sus poros, formando algo que alteraría la vida de
alguien. Alguien como yo.
Minutos antes del coma.
El hombre sin ojos dejó de apretar la mano de Ryoga, y así sus huesos
dejaron de sonar. —Puede que esto sea interesante —dijo
con una sonrisa, no precisamente de amistad.
Ryoga todavía contemplaba la posibilidad de que el hombre fuera un
demonio de subtierra, cuando el adversario se le comenzó a acercar. Hacía
frío, mas Ryoga no temblaba por él, sino por un estrecho miedo que le
recorría la espalda. Se preguntó si era posible que un ser humano así
existiera, y si habían posibilidades de provocarle daño. Sus habilidades,
al menos, no creía suficientes.
Por eso, y por un pensamiento proveniente de más allá del raciocinio,
corrió. Por su vida, porque todavía no quería perderla, por muy complicada
que estuviera en el momento.
Creyó correr entre los árboles, aunque nunca acabaría recordando bien
dónde, porque la desesperación ciega los sentidos. No escuchaba los pasos
del hombre detrás suyo, y eso le daba cierto alivio, aunque no podría
saber con certeza, tomando en cuenta de lo que sabía que era capaz.
En lo que para Ryoga fue horas más tarde, la persecución acabó. El
extraño estaba ahí, frente suyo, como si toda la vida lo hubiera estado.
Creyó ver sus ojos brillar, e incluso se imaginó a sí mismo encandilado
por su fulgor. Y el oponente se lanzó al ataque.
Lo que Ryoga vio como una básica manipulación del ki acabó haciéndole
sentir quizá el mayor dolor que nunca hubiera creído. Algo peor que el
fuego quemaba su cuerpo entero. Cuando cesó el
ataque, Ryoga cayó al piso, en busca de alivio.
— Levántate. No hemos terminado.
Con incontable rabia, Ryoga maldijo al hombre, y se prometió que aún
no había acabado la pelea.
Se concentró en su poder y en su energía. Habilidad y rapidez no eran
la clave en ese juego, así que, no le quedaba otra, debía usar la fuerza
bruta. Caminó hacia su adversario, reuniendo su fuerza, sintiendo todo
el ki pedir ser liberado desesperadamente.
El hombre le lanzó un golpe. Esta vez, Ryoga sí alcanzó a verlo, quizá
debido a su extrema concentración; pero no pudo evadirlo, sólo imponérsele.
Aún sabiendo que no le iría bien a su hombro, se impulsó hacia el puño,
tratando de que la fuerza de ambos se extinguiera mutuamente. Un dolor
inmenso le recorrió. Pero siguió concentrado, y tuvo el tiempo de ponerle
las manos en el pecho y liberar todo el ki fatal.
No supo exactamente lo que le ocurrió a su enemigo en ese momento,
porque, ya perdiendo la concentración, empezó a resentirse del daño en
del hombro. Con la vista nebulosa pudo apenas ver al hombre acercarse
a él nuevamente.
— Muy bien hecho —le alcanzó a oir—. Pero no es suficiente
para derrotarme. —Sus manos le rodearon el cuello, y fue tanta
la presión que sufrió, que se encontró a sí mismo diciéndole adiós al
Mundo y a todas las cosas que quería. Luego, obscuridad.
El cuarto era frío, y estaba inundado por el suave murmullo de varias
máquinas conectadas a una persona, acostada en una camilla. En una silla,
la chica de pelo café estaba muda, contemplando al paciente con ojos cansados.
Ante su sorpresa, la camilla tembló por instantes. Entonces vio que era
el chico acostado en ella, intentando levantarse con las pocas fuerzas
que poseía.
Le tomó una mano para tranquilizarlo, porque parecía perturbado. —Ya
estás bien, cariño. Eso me alegra. Sonrió.
Aún sin poder siquiera enfocar correctamente el rostro de Ukyo, Ryoga
trató de responderle con otra sonrisa.
Ambos se mantuvieron ahí por instantes, mientras el Sol iba cayendo tras
la ventana.
Fin del capítulo
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