Código de Silencio
un fanfic de The Vision of Escaflowne
por Jost
The Vision of Escaflowne y personajes y situaciones derivadas son Copyright
© Hajime Yadate y Shouji Kawamori.
—Sería aconsejable que no te tocaras tanto la herida —dijo el teniente
Marcos a la capitana Dilandau.
Dilandau, a otro, por decirle eso, le habría abofeteado sin contemplaciones.
Sin embargo, el teniente Marcos era harina de otro costal.
Dejó de acariciarse la cicatriz. La herida que Van la había dejado nunca
se borraría. Y ahora, tenía un asunto más urgente que zanjar.
—Recuerda que tenemos una cuenta pendiente —dijo Marcos.
Dilandau emitió un gruñido de aprobación.
A primera hora de la mañana siguiente, dos guymelefs del ejército de
Zaibach, tras un vuelo de una hora, aterrizaron en una explanada que se
hallaba a varios kilómetros de cualquier aldea.
Es preciso aclarar que en el ejército de Zaibach existía una prueba denominada
el "código de silencio". Si un teniente quería acceder a capitán
podía hacerlo o bien por méritos propios, o bien por una vía más rápida,
desafiando a un capitán en un duelo sin testigos. Si el aspirante a capitán
derrotaba a su adversario, el mando sería suyo. Todo esto bajo el mayor
secreto. Los soldados rasos sabían que si un teniente y un capitán no
se hallaban en sus puestos un mismo día, lo más probable es que se hallaran
luchando, uno aspirando al cargo y el otro defendiéndolo...
Dilandau no consentiría, bajo ningún concepto, que su prestigio personal
de hábil y despiadado piloto de guymelefs quedara en entredicho por un
ambicioso teniente.
¿Hasta dónde sería capaz de llegar el joven teniente Marcos? El duelo
sólo podía terminar de dos formas: o que uno de los dos se rindiera, arrodillando
su guymelef frente al otro... o por muerte del adversario.
Y Dilandau preferiría morir antes de sufrir la deshonra de ver degradada
su posición en el ejército de Zaibach.
El guymelef de Marcos era de color azulado, y el de Dilandau era color
rojo. El único protocolo existente antes del duelo era que los dos guymelefs
debían hacer una reverencia mutua. Tras eso, se levantó un poco de viento,
el cual hizo que las capas de los dos guymelefs se agitaran.
Un segundo más tarde, Dilandau y Marcos desenvainaron sus espadas. Y
comenzó el combate.
Pronto el fragor de las espadas rompió el silencioso ambiente. Las dos
armas, al chocar, producían chispas.
A Dilandau, si al principio la idea del combate le parecía un trámite
aburrido, pronto comenzó a disfrutarlo. Por lo que comprobó, Marcos quería
clavar su espada en el guymelef de su adversario cuanto antes. Sería sencillísimo,
pensaba Dilandau. Ella se limitaría a defenderse de las acometidas de
Marcos y cuando estuviera cansado, le asestaría el golpe definitivo.
—¡¿No puedes hacer nada mejor que esto?! —se carcajeó Dilandau, haciendo
gala de su experiencia en el combate con espadas—. ¡Me estoy aburriendo!
La única duda de Dilandau era, o tener clemencia con él y dejar que se
rindiera o matarle. Dilandau era tan arrogante, que mientras Marcos le
asestaba golpes con la espada, la capitana sopesaba qué le vendría mejor
a su prestigio, si seguir teniendo fama de despiadada, o demostrar que
tenía su punto de generosidad...
Entonces, de pronto, Dilandau sintió como, de un certero golpe, la espada
de Marcos le golpeaba una de sus manos.
La espada de Dilandau cayó al suelo.
¿Cómo ha podido ser? pensó ella.
Había que reaccionar deprisa. Dilandau iba a activar el sistema de invisibilidad
de su guymelef, pero Marcos, como premio de la diosa Fortuna a su constancia
logró asestarle otro golpe, destrozando de lleno el sistema de camuflaje.
Dilandau sintió miedo. Sin espada y sin mecanismo de camuflaje, estaba
desprotegida.
Entonces, Marcos, no queriendo arriesgarse, activó su sistema de invisibilidad,
desapareciendo ante los ojos de Dilandau.
—¡Cobarde! —exclamó Dilandau, intuyendo que su adversario retrocedía
posiciones.
Desde una distancia de varios metros, Marcos le lanzó una descarga de
lanzas extensibles, las cuales atravesaron la zona donde se unía el brazo
derecho con el cuerpo. Dilandau llegó a temer que su guymelef se quedara
sin brazo derecho.
Por fortuna, aunque mermada su movilidad, el brazo siguió fijo en su
sitio. Con expresión tensa, Dilandau miró a su alrededor a través de la
mira telescópica. Marcos no debía estar muy lejos.
Dilandau cogió la espada con el brazo izquierdo del guymelef. No lo iba
a permitir, por todos los demonios. Una cosa era que Van le hubiera desfigurado
el rostro... otra ser derrotada por un oficial de su propio ejército.
Lo que más temía Dilandau era que Marcos pudiera estar sobrevolando la
zona. La capitana comprobó que su guymelef tenía también dañado el sistema
de navegación aérea. Marcus era un soldado ambicioso, y con mucha suerte...
Y para fortuna de Dilandau, el cielo, que se había estado encapotando
mientras transcurría el combate, se iluminó con relámpagos.
Los cuales dieron paso a un repentino chaparrón.
Sería una tormenta de verano, breve pero intensa.
Dilandau distinguió, con ayuda de la mira telescópica, a menos de cien
metros de él, que la lluvia estaba empapando una figura invisible del
mismo tamaño que su guymelef...
¡Era el guymelef de Marcos! Su adversario, a pesar de todo, no era tan
rápido de reflejos como pensaba.
Dilandau hizo otra comprobación. El lanzallamas de su guymelef todavía
funcionaba... Marcos seguía ignorando que Dilandau conocía su posición.
Muy bien. Dilandau pilotó su guymelef acercándose paulatinamente a Marcos,
representando el papel de "piloto desorientado".
Dejó de llover al instante, pero no importaba. Dilandau ya sabía dónde
se hallaba Marcos...
Uno de los defectos de Marcos es que era tan orgulloso y arrogante como
Dilandau.
El teniente desactivó su sistema de camuflaje, volviéndose visible, y
con un gran salto, se plantó enfrento de Dilandau. Aprovechando la sorpresa,
Marcos le lanzó una llamarada de líquido inflamable.
Dilandau se apartó del chorro de fuego a presión. Como respuesta, disparó
una carga de lanzas extensibles, dando de lleno a Marcos. Este vio, como,
por pocos centímetros, las lanzas no habían atravesado la cabina de mando
de su guymelef...
Con su guymelef dañado, trató de tener de nuevo la iniciativa en el combate.
Y volvieron a las espadas.
Dilandau sostenía la suya con la mano izquierda.
Marcos, cansado, dándose cuenta de que había pecado de prudente cuando
estaba camuflado, sentía que había perdido su oportunidad de derrotar
a Dilandau.
El sol volvió a ocultarse. Amenazaba otra vez tormenta.
—¡Habrías llegado a ser un gran capitán, Marcos! —exclamó Dilandau.
—¡Te mataré! ¡Te mataré! —clamó Marcos repetidas veces.
Dilandau se compadeció de él. Ella no usaría el lanzallamas. Ni hablar.
Marcos estaba nervioso, y ponía todo su empeño en el ataque... pero no
en la defensa. Aquello le costó no solo perder el combate.
Sino también la vida.
En una décima de segundo en el que Marcos estaba con la guardia baja,
Dilandau asestó a Marcos el golpe definitivo. Con la mano izquierda, la
capitana clavó la espada en la cabina de mando del guymelef de Marcos.
Desde fuera, se oyó el desgarrador grito de Marcos.
Dilandau introdujo la espada hasta donde pudo, removiendo y destrozando
el cuerpo del que había sido su adversario.
—Ahora que empezaba a divertirme... —masculló Dilandau, retirando la
espada ensangrentada del guymelef azulado.
Este perdió el equilibrio, y se derrumbó sobre el césped.
Dilandau había ganado el combate.
Comenzó a llover de nuevo, una lluvia sin truenos ni relámpagos.
Dilandau levantó su espada en alto. Las gotas de lluvia escurrieron la
mezcla de sangre y líquido hidráulico que la manchaban...
A primera hora de la tarde, Dilandau, satisfecha por haber podido defender
su posición, procedió a servirse una copa de vino.
—He oído decir —le dijo Folken—, que has salido airosa de la prueba del
código de silencio.
—Sí —dijo Dilandau, con la copa de vino en la mano.
—Acaban de encontrar el cadáver y el guymelef de Marcos —informó Folken.
—Perfecto —dijo Dilandau, sonriendo.
—Dicen que te ensañaste con él.
—Que no me hubiera desafiado.
A continuación, Dilandau se llevó la copa de vino a los labios.
Folken recordó a Van Fanel, su hermano pequeño, que le consideraba un
traidor. Dilandau era uno de los mejores oficiales del ejército de Zaibach,
parte esencial del plan del emperador Dornkirk para llevar la Nueva Era
de Paz y Felicidad a Gaea.
Pensar que dentro de Dilandau estaba aprisionada una alma inocente, víctima
de los experimentos de la Máquina del Destino...
—Te felicito, Dilandau —dijo Folken con voz profunda.
Dilandau se llenó otra copa de vino. Siempre sabía mejor después de una
victoria.
Fin
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