El Arte del Cumplimiento del Deber
un fanfic de You’re Under Arrest!
por Jost
You’re Under Arrest! y personajes y situaciones derivadas son Copyright
© Fujishima Kosuke.
Agarro con firmeza el volante del coche patrulla. Es un nuevo día
el que ha amanecido en las calles de Tokyo. Llevo conduciendo una hora
y parece que hoy será un día tranquilo, sin delincuentes
que perseguir ni infractores que multar.
Hoy es uno de esos días en los que patrullar por la ciudad se
convierte en un placer. Podemos parar al lado del colegio y saludar a
nuestros pequeños amigos, esos chiquillos de párvulos que
siempre nos saludan al pasar.
Y claro, siempre que la radio no nos interrumpa, Natsumi y yo podemos
conversar... Bueno, ahora precisamente no. Ella (haciendo honor a su fama
de glotona) devora con palillos el contenido de un envase de cartón
de fideos chinos para llevar.
—Te va a sentar mal —le digo mientras paro el coche patrulla, respetando
un paso de cebra.
—Era el último paquete de la cafetería —dice ella (o por
lo menos eso logro entender, habla con la boca llena)—. Y no he desayunado...
Dejo pasar a una pareja de ancianos y reanudo la marcha. Natsumi, por
fin, termina su ración de fideos chinos. Baja el cristal de su
ventanilla y, comprobando que nadie mira, tira el paquete vacío
de cartón a la calle.
Piso el pedal del freno.
—¿Pero qué haces? —se queja Natsumi, reponiéndose del sobresalto
de la brusca frenada.
—Baja del coche y recoge lo que has tirado —le digo con severidad.
—¿Qué mas da? Nadie me ha visto.
—Somos policías y hemos de dar ejemplo —la reprendo aludiendo
a nuestra condición de servidoras del orden público.
Natsumi baja del coche, recoge el paquete y lo tira a una papelera cercana.
Reemprendemos la marcha. Ningún delito por esta zona... Pasamos
cerca de Aoi, quien está multando a un camión aparcado en
doble fila. Ella está hablando con el dueño, quien, al ver
la hermosura de Aoi, parece que no va a quejarse por la sanción.
Natsumi echa hacia atrás el respaldo de su asiento.
—Que rollo... —comenta ella con los brazos cruzados.
Suena la radio y Natsumi coge el micrófono.
Es la voz de Ken, el halcón blanco. ¡Mi querido Ken! Sé
que él me quiere, pero nunca se atreve a decírmelo claramente.
¡Es tan guapo pero tan tímido!
—Aquí Ken, aquí Ken... —dice la radio.
Natsumi identifica el número de serie de nuestro coche patrulla.
Entonces, Ken me saluda. Me viene a la mente su imagen montado en la moto
patrulla. Pero si nos está avisando es porque algo no va como debiera.
Ahí es donde entra en juego la labor de la policía.
Nuestra labor.
—Estoy persiguiendo a un coche, un Nissan Almera de color azul. Sus ocupantes
acaban de robar una joyería. —Nos dice el número de la matrícula,
para añadir a continuación—: Se aproxima a vuestro sector.
—Recibido —dice Natsumi.
Tras una comprobación en el mapa de la ciudad, cambiamos nuestra
ruta para desviarnos a la calle por la que pasará el coche sospechoso.
Ken les ha estado siguiendo a escondidas. Nos acercamos por detrás,
y, de improviso, el Nissan acelera y nos obliga a perseguirle.
Sus ocupantes se han delatado. Quieren huir de nosotras, ¿no? Pues se
van a enterar...
Aprieto el acelerador y conecto la sirena. El tráfico por esta
calle es denso, y el Nissan serpentea entre los demás vehículos.
¡Ningún problema para mí! Yo no puedo ser menos. Mi experiencia
no va a permitir que esos delincuentes se salgan con la suya.
—¡Quieren salir de la zona centro! —exclama Natsumi—. ¡No les pierdas
de vista!
El Nissan toma un desvío en dirección a la ría.
Su maniobra consiste en buscar una carretera espejada, para poder pisar
a fondo.
No me puedo quedar atrás. Piso el acelerador, pero quiero garantizar
mi ventaja. Es hora de usar el inyector de gas. Tiro de la palanca y el
óxido nitroso hace saltar la aguja del cuentarrevoluciones. Tengo
toda la potencia que quiero y más si me hace falta.
Natsumi pide refuerzos, pero la Central nos dice que todas las unidades
disponibles están regulando el tráfico en la zona Este;
una colisión en cadena ha colapsado el tránsito...
Mi gozo en un pozo.
Llegamos a las afueras de la ciudad. El Nissan da un brusco volantazo
y se adentra en una zona boscosa, saltándose la barrera que limita
el borde el de la carretera. Por un momento pensamos que han tenido un
problema con su coche, para ver que...
Son dos los atracadores que bajan del coche. Uno de ellos tienes una
bolsa con el botín. Ambos se montan en una moto que tienen escondida
entre los árboles.
Huyen campo a través. Ahora es momento de...
Detengo con un frenazo el coche patrulla y Natsumi, sin apenas esperar,
se encamina rauda y veloz al maletero y saca su pequeña joya motorizada,
su motocicleta Yamaha portátil.
Se pone el casco y los guantes. Apenas tiene tiempo para despedirse de
mí con un gesto.
Ahora todo depende de ella.
No voy a fallar a Miyuki. Se van a enterar esos atracadores que con nosotras
no se juega.
Pido a mi pequeña Yamaha toda la potencia que me pueda dar. Ahora
la persecución es campo a través. Los atracadores cruzan
el descampado y yo les sigo. Entonces, el que va sentado detrás
del piloto saca una escopeta recortada. ¡Por dios! Me apunta con ella,
quiere dispararme. Lo hace. Esquivo las dos descargas consecutivas que
me lanza. Perfecto. Mi adversario intenta recargarla...
¡Es mi oportunidad! Soy policía de tráfico, pero llevo
pistola. La saco y apunto a la rueda trasera de la moto... Se acabaron
las contemplaciones, ellos han disparado primero.
La suerte me sonríe y mi único disparo logra reventar el
neumático. El conductor de la moto pierde el control y los dos
ocupantes caen al suelo.
Me bajo de la moto y me dirijo a ellos, apuntándoles con la pistola.
—Señores, se acabó el juego —digo yo, recuperando el aliento—.
¡Están arrestados!
A los dos atracadores, ambos muy jóvenes, les duele todo el cuerpo
por el batacazo sufrido. Me da igual, les ordeno que se quiten el casco
y se desprendan de cualquier arma que lleven encima.
El de la escopeta recortada no da el juego por perdido. Hace un movimiento
queriendo coger su arma, pero otro disparo mío la separa de su
mano.
—¿Qué pretendes hacer? —pregunto yo, enfurecida—. ¡Quédense
tumbados con la cara mirando al suelo y las manos sobre la nuca!
Sin dejar de apuntarles aviso a Miyuki por el walkie talkie, diciéndole
donde he logrado apresar a los atracadores. A lo lejos, oigo el sonido
de la sirena. Perfecto.
Mientras llega el coche patrulla, saco las esposas e inmovilizo a los
dos delincuentes.
Miyuki baja del vehículo policial nada más llegar y con
una sonrisa me felicita por mi trabajo.
—Me debes una ración de fideos —le digo, guiñándola
un ojo. Tenemos acordado que siempre que una de nosotras salga airosa
de una persecución la otra le paga un almuerzo.
Miyuki echa un vistazo y avisa al a la Central. Enseguida nos enviarán
un coche celular para recoger a nuestros "amigos".
Estoy derrengada. Es decir, las dos lo estamos.
Miyuki llama por la radio a Ken. Ella le informa de cómo ha sucedido
todo y él le dice que llegará al descampado en pocos minutos.
Logro oír, al final de la conversación, que quedarán
esa noche para cenar en un restaurante caro. Menos mal que las conversaciones
radiofónicas entre policías son privadas...
El conductor de la moto intenta ponerse de pie.
Las dos le apuntamos con nuestras pistolas.
—¿No recuerdas que estás arrestado? —le dice Miyuki.
El se da por vencido y se deja caer al suelo.
Miyuki y yo intercambiamos una mirada. Ambas tenemos la satisfacción
del deber cumplido.
Fin
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