Turn
un fanfic de Card Captor Sakura
por Tim Mandigma
traducido al español por Azur
Card Captor Sakura y personajes mencionados en este texto son Copyright
© CLAMP.
Parte 2: Back
La calle era un desolado tramo de lluvia, asfalto y los lúgubres
sonidos de cientos de autos pasando a la distancia, proporcionando un
desolado fondo a los pies que golpeaban la avanzada noche, unidos a un
ocasional maullido de un gato extraviado; los solitarios pasos de una
solitaria muchacha regresando a casa.
Tomoyo sonrió tristemente. La fiesta había sido maravillosa,
como si tuviera que decírselo a sí misma. Organizarla no
había sido tarea fácil, especialmente desde que tuvo a su
madre a bordo para ayudarla. Sonomi había estallado en gran fiereza
cuando se enteró que Tomoyo aún estaba indecisa con respecto
al color de la decoración de la cena y de la fiesta, una semana
antes de que sucediera el bendito evento. Y Tomoyo no había tenido
fuerzas para disuadir a su madre una vez que esta última se había
convencido a sí misma de involucrase en el asunto, aunque así
lo hubiese querido. Sakura simplemente había estado muy feliz de
dejar todo en manos de "Tomoyo-chan" y de "Daidouji-san",
sólo insistiendo en que como postre se serviría pastel de
chocolate porque era el favorito de él. ¿Y que hubiese podido decir
Tomoyo después de eso?
Su cámara ya no estaba, había sido guardada en el seguro
compartimento de su auto. Tomoyo se estremeció, envolviéndose
con sus brazos para disipar el frío. Nunca debió haber insistido
en ir a casa caminando, sin su abrigo, sin por lo menos un paraguas...
Había abandonado el restaurante hacía menos de unos pocos
minutos cuando comenzó a llover con fuerza, llovía a cántaros,
empapando sus ropas, su cabello, su piel, por fuera y hasta casi podría
decirse que por dentro.
Pero hasta este cruel castigo de los elementos era mejor que haber permanecido
en aquel otro, tibio, y en un brillante lugar, observando a Sakura-chan
sonriendo, con su hermoso cabello castaño rojizo centellando con
brillos rojos bajo la suave luz de los candeleros, mientras se entrelazaba
en el amor y las risas que la rodeaban, que los rodeaban, en la
noche más feliz de sus vidas. La primera noche entre muchas otras
noches felices. Viviendo la vida juntos.
Vida.
Sakura y...
Sakura y...
Tomoyo suspiró. Sakura y Li-kun.
De todo lo que podía recordar, de todo lo que ella había
vivido, el único sueño de Tomoyo había sido asegurar
la felicidad de Sakura. Había visto esa felicidad revelándose
lentamente ante ella. Como los pétalos de una hermosa flor ante
la primera caricia de la primavera, y entonces develando sus coloridas
vendas como eran, con explosiva intensidad ante la envestida del calor
del sol.
Esa flor había cumplido su promesa hacía mucho tiempo.
Sakura finalmente era feliz.
Y el sueño de Tomoyo se había vuelto realidad.
¿Entonces de donde nacía este horrible vacío?
En realidad nunca se había dado cuenta de lo doloroso que sería
despertar. Se debería haber preparado, por supuesto: debió
haber sabido que llegaría, que estaba llegando, pero había
estado tan absorta observando su sueño caer a pedazos, que nunca
había pensado realmente en lo que vendría después.
O tal vez... Los ojos de Tomoyo se oscurecieron. O tal vez se había
estado engañando a sí misma, pensando, deseando que ese
sueño fuera solo eso. Un sueño, el cual ni siquiera una
súplica volvería realidad.
¿Entonces, era ella muy egoísta? ¿Tantos años de amar,
anhelar, vivir por un sueño, cuando todo ese tiempo no había
querido más que ver ese sueño hecho pedazos, negando la
realidad?
No. No podía ser eso. Tomoyo quitó un húmedo mechón
de cabello fuera de su rostro con una temblorosa mano. Ella nunca hubiera
traicionado a Sakura de esa forma, jamás. Ella era feliz.
Por Sakura. Por Li-kun. Por ambos.
¿Entonces por qué estaba llorando?
—¿Por qué no lo admites Tomoyo? —se preguntó a sí
misma.
Las lágrimas brotaron de sus ojos una vez más, mezclándose
con la lluvia, y se las limpió impaciente. Algo en su subconsciente
tiró de ella, recordándole otro tiempo y otro lugar cuando
había llorado de esta misma forma, y algo más además
de la lluvia había estado allí para compartir su dolor.
Alguien más.
El recuerdo, cuando finalmente llegó, fue muy reconfortante, como
la caricia de un amante.
—Lloras demasiado, Tomoyo-san.
—Es porque estoy tan feliz, Eriol-kun.
Susurró ella, sonriendo a pesar de todo, feliz por la distracción.
El le había escrito una carta diciendo que regresaría a
Japón a tiempo para la fiesta, pero ella no lo vio, a pesar de
que había deseado desesperadamente que él estuviera allí.
Necesitaba a alguien con quien hablar, un amigo con quien la afinidad
que compartía no forzara los límites de sus ya dañados
sentimientos. Y Eriol había sido —aún era— su amigo. Su
sonrisa asumió una forzada curva mientras recordaba las tardes
de su niñez pasadas en el parque, tomando helados, hablando de
todo en general y de nada en particular. Gentil y comprensivo, él
le había ayudado a mantener la tristeza a raya, le había
hecho ver y entender cosas que no había tenido en coraje de enfrentar,
a través de su propia voluntad alcanzada dentro de él mismo.
La imagen que se apareció en su mente fue la de dos niños,
uno el cual estaba aferrado a su juventud y otro el cual nunca había
sido realmente joven, forcejeando por vivir como un niño debe hacerlo,
sentir como un niño debe sentir; mitigando entre sí el dolor
de las heridas solo como los niños lo pueden hacer.
El había partido de regreso a Inglaterra, después de su
último año de la secundaria. Nunca le dijo verdaderamente
"por qué", solo dijo adiós con una nostálgica
mirada en sus ojos negros y la promesa de regresar "algún
día".
Se mantuvieron en contacto, escribiéndose constantemente, y se
encontró a si misma yendo al parque —el parque de ambos— cada tarde
después de clases, leyendo sus cartas en voz alta, fingiendo que
de alguna forma él aún estaba allí. De alguna forma,
escucharlo a través de su propia voz la reconfortaba. Y eso lo
había necesitado desesperadamente, especialmente durante las primeras
pocas semanas de su ausencia.
"Te has vuelto muy apegada a él, ¿verdad, Tomoyo-chan?"
había preguntado Sakura, sonriendo.
Ella se había negado, sacudiendo su cabeza, y la fiereza del gesto
la había sorprendido incluso a ella misma.
"No, no es así. Estar con él..." Sakura
la observó, con sus hermosos ojos verdes figurándose algo,
y Tomoyo había mirado hacia otro lado.
"Es solo que él... pudo haber sido tu..." Pero
ella no dijo esto en voz alta, y Sakura la dejó ser.
Pensar en eso ahora... la hizo reflexionar. ¿Era sólo eso todo
lo que Eriol era para ella? ¿Para compartir cosas que nunca podría
compartir con Sakura? ¿Con quien ser... ella misma, algo que nunca podría
hacer con Sakura?
¿Alguien a quien pudiera pretender amar, como amaba a Sakura?
Los pasos de Tomoyo vacilaron.
No... no es así.
¿Entonces que era? ¿Qué era "eso"?
En ese momento fue cuando simplemente se dio cuenta que lo extrañaba
terriblemente.
—Hola, ojousan...
Las palabras habían sido pronunciadas como una seductiva invitación,
pero el áspero tono de voz había estropeado el efecto. Tomoyo
se quedó tiesa al ver las sombras separarse de la oscuridad hacia
la acera, mezclándose entre ellas por un momento antes de oscilar
lentamente hasta separarse, ganando contundencia, metamorfoseándose
para convertirse en rebeldes pesadillas.
De repente, ella fue consciente de que su vestido se adhería a
su cuerpo con sugestivos pliegues, y que los hombres la estaban rodeando,
observándola descaradamente, mientras que es sus demacrados rostros
se formaban amplias y seguras sonrisas. La boca de Tomoyo se apretó
cuando dio un paso adelante, en un intento de pasarlos, pero una delgada
mano se lanzó hacia ella, se apoyó en su hombro, y la empujó
contra una pared. Tragó y su garganta estaba repentinamente seca.
—Disculpen, pero yo necesito...
—¿Qué está haciendo una muchacha tan linda como tú
caminando sola en una noche como esta?
Ella hizo una mueca de dolor cuando el repugnante aliento se deslizó
con vehemencia sobre su rostro como ansiosos y lujuriosos dedos.
—Yo... yo voy camino a mi casa...
Otro hombre rió, y el sonido repicó en sus oídos,
alejándola del reconfortante compás de la lluvia.
—No te preocupes, cariño. Te llevaremos a casa.
Tomoyo trató de empujar la mano que la retenía contra la
pared. La presión aumentó, y ella casi gritó de dolor,
de miedo, y de intolerable humillación. Ella tomó un profundo
respiro, tratando de controlarse lo suficiente como para hablar.
—Por favor... No quiero molestarlos. Yo solo voy camino a...
La mano se deslizó hacia abajo, acariciando su brazo.
—Mas tarde —dijo un áspero susurro—. Mientras tanto, ¿por qué
no nos divertimos un poco, hmm?
El pánico la volvió descuidada. Mordió la mano del
hombre. Exactamente entre los pliegues de la suave y liza, húmeda
y rancia carne.
Muy fuerte.
—¡Pequeña perra!
La bofetada resonó fuertemente en su oído, y Tomoyo cayó
de espaldas contra otro de los asaltantes. El hombre se acercó
y ella se encogió de miedo.
—Creo que mejor será que la dejen ir.
Tomoyo se estremeció por un momento cuando el mundo se detuvo
violentamente por la arremetida de recuerdos, palabras, rostros entretejiéndose
entre ellos para crear la sensación de completo reconocimiento.
No puede ser, gritó su mente el cliché medio histéricamente,
medio en alivio. El hombre que la sostenía por el brazo apretó
el agarre cuando todos voltearon simultáneamente, buscando la fuente
de esa calma, implacable y sutilmente peligrosa voz.
Pero lo es.
El permaneció en el medio de la calle empapada por la lluvia,
su negro paraguas, con su mango de madera descansando firmemente contra
su hombro, abierto para recibir la furia de la noche. Vacilantes líneas
cruzaban su rostro y su cuerpo, amoldándolo con sombras no en forma
sino en algo mucho más intangible, más permanente. Algo
desde adentro.
—¿Y quién demonios eres tú? —demandó uno de los
hombres.
El sonrió, pero no era la sonrisa que Tomoyo recordada, era algo
muy diferente. Más siniestro. La sonrisa de un extraño.
—Un amigo. —Y sus palabras fueron un cruel contraste.
El hombre que la había golpeado se movió hacia delante,
meciendo su ensangrentada mano cautelosamente hasta su pecho.
—Sí, bueno, te sugiero que te largues de aquí antes de
que salgas lastimado, amigo.
La sonrisa no vaciló.
—Tú piérdete.
Hubo un momento de completa indecisión. Tomoyo hizo un pequeño
sonido y Eriol la miró... o ella lo miró a él, ella
no estaba segura, no con toda esta lluvia, pero las sombras parecieron
titubear por un extraño estallido de ominosa y brumosa luz, así
que ese movimiento pareció fluctuar de regreso a él, y hacia
ella. Y luego a los otros que estaban alrededor.
Y entonces el estridente lamento de la sirena de la policía espantó
la oscuridad, y ella pudo sentir como las sombras se tensaron, señalaron
la luz, huyeron y de repente atrapó una fugaz visión de
su pálido rostro, y lo que vio allí la asustó. Escuchó
a los asaltantes gritar de forma sofocada, y el crujir de la húmeda
grava ante las frenéticas pisadas de los pies que corrían.
—Espera, Eriol-kun...
El se movió rápidamente; los dedos de ella arañaron
frenéticamente el aire vacío.
—Eriol-kun...
Pero él estaba de pie frente a ella, tan cerca que ella pudo sentir
su aliento en el rostro, oliendo suavemente a menta, y vino y lluvia.
Y a magia, incluso.
No se movieron por un largo momento, atrapados bajo el intransigente
abrigo de la noche, la lluvia, el paraguas de él, el letargo de
ella.
El silencio de ambos.
Finalmente, él se movió.
—Parece que siempre te encuentro en las más, debemos decir, comprometedoras
situaciones —observó él lacónicamente.
Ella rió entonces.
Y después sus manos la estaban sosteniendo, alejándola
del abrazo de la empapada pared, rodeándola con el suyo.
—¿Tomoyo-san? ¿Tomoyo-san?
Temblorosa, ella se agarró a las solapas de su abrigo, sus manos
moviéndose hacia arriba casi sin voluntad para aferrarse a sus
hombros, y luego a su cuello, a su cabello.
—Yo... yo...
El agua corría como delicadas corrientes por sus anteojos, envolviendo
la mitad de su casi insustancial rostro, cubriendo esos ojos negros que
tanto recordaba con un velo de humedad, hasta que todo lo que pudo vislumbrar
lo que parecían ser dos puntos gemelos de negra luz. Luz que barría
el rostro de ella con adusta preocupación.
—¿Estás bien? ¿Te lastimaron? ¿Te...?
El estaba más alto de lo que ella recordaba. Emergió frente
a ella, sus facciones sorprendentemente iluminadas por un relámpago
que rayó el cielo por un esporádico momento como la luz
de un proyector fuera de control. Tomoyo tomó un profundo respiro,
sintiéndose arrebatada y aturdida y débil, todo al mismo
tiempo. Tantos sentimientos, tan poco tiempo, se dijo a si misma.
—Estoy bien, Eriol-kun —susurró temblorosamente, sonriéndole.
Se sentía inexplicablemente segura, reconfortada, a pesar de que,
por supuesto, ese era otro cliché.
Los dedos de él acariciaron su fría mejilla con un extrañamente
rudo gesto.
—Estás llorando.
Tomoyo dio un respiro, afianzándose.
—Yo-Yo estoy feliz de que estés aquí, Eriol-kun.
El no respondió, sólo la trajo más cerca emitiendo
un comprensivo murmuro, ella escondió su rostro contra su pecho,
y lloró.
Y lloró.
La luz se encendió con la deslumbrante aspereza de cristales ardientes.
El hizo una mueca de dolor a pesar de todo, preguntándose si podría
alguna vez acostumbrarse a las nuevas instalaciones que Nakuru había
insistido en que necesitaban. El deslumbrante resplandor del candelero
que estaba sobre ellos había sido hermoso al principio. El habría
necesitado la comodidad que tal exceso tenía para ofrecer. Uno
nunca puede tener demasiado en iluminación, después de todo,
especialmente cuando la vida de uno es el testamento del poder del engaño.
Pero ahora...
Tomoyo caminó alejándose de él, y su cabello se
balanceó como si fueran miles de luces danzando.
El se sintió repentinamente embargado por la demente necesidad
de deslizar sus dedos a través de esa espesura negra... Tiró
de sus guantes bruscamente quitándolos de sus inesperadamente temblorosas
manos.
Ese es el efecto, se dijo a sí mismo. Oscuridad, luz, belleza.
—¿Cómo has estado? —preguntó ella suavemente.
El hizo una pausa cuando sus sentidos respondieron instintivamente a
su pregunta. Inglaterra, pensó él, recordando las
largas y vacías tardes que había pasado entre montones de
libros en la biblioteca de su padre, contemplando por la ventana el hermosamente
cuidado jardín de la mansión, y más tarde todavía,
a la desolación que había más allá de eso.
Eso lo había mantenido extasiado por meses, pero no era lo único
porque tampoco comprendía su propio interés. Había
habido algo indescriptiblemente seductor con respecto a la extensión
de abandonadas calles debajo y más allá de los imponentes
portales de la propiedad de su familia, la soledad escondiéndose
en un vaivén dentro de las sombras de un roble agonizante dentro
de la descuidada arboleda, los murmullos de los sirvientes prolongándose
en el aire como liberados hechizos.
Pero había también habido regocijo en esa soledad, y le
había sido revelada en eso. La belleza que siempre había
buscado, y la belleza que había encontrado en la tragedia, en la
rigidez, en la promesa del pesar. Una irónica sonrisa se formó
en sus labios.
Toda su vida se había enorgullecido por ser un maestro en ver
más allá... ver más allá de todo, incluyendo
la felicidad, ese que es el más deseado deseo humano y, él
pensó, el más inalcanzable. Perfeccionar una apariencia
de alegría era un acto que él había aplicado a sí
mismo a través de los años, porque eso era, para él,
el truco supremo que un mago pudiera alguna vez ejecutar. Engañar
con deseos, ser feliz por dentro y por fuera, en la superficie y en el
interior, pero era algo que había hecho con la clínica objetividad
de un maestro absorto en su arte.
Y ahora...
Y ahora estaba encantado por el dolor. Irreparablemente, porque nunca
había sido lo suficientemente fuerte como para ver más allá
de sus propias lágrimas.
Miró a Tomoyo otra vez, sus dedos temblando sin poder controlarlo,
sufriendo por la necesidad de tocar. No a ella, se negó, sino a
lo que ella representaba.
Pero aún así, le conmocionaba, el hecho de sentir tan intensamente,
por alguien.
Porque a Tomoyo... nunca la habría olvidado.
Algunas veces, se preguntó que le habría hecho ella en
todos esos años en Tomoeda. De alguien con quien hablar, ella se
había convertido en alguien con quien él podía...
estar.
—Nakuru-san me contó en sus cartas que prácticamente no
salías —continuó ella con voz entrecortada, y después
abruptamente—: ¿Has estado muy solo?
El sonrió a eso.
—Cuando éramos niños, me preguntaste exactamente lo contrario
—murmuró él.
Ella se sonrojó ligeramente.
—Lo siento...
No pudo soportar eso de ella en ese momento.
—Por favor, siéntate, Tomoyo-san.
Ella dudó y después se posó silenciosamente sobre
el espléndido sofá de terciopelo, y su vestido se esparció
sobre él como una cascada de seda tan roja como la sangre. El rojo
le quedaba muy bien. El color era magnífico en contraste con su
blanca piel y ese negro cabello...
—Tú has cambiado —dijo ella.
Tu también, pensó él, y la observó
desde el otro lado de la sala. Ella lucía elegante e intocable
e irreal. Imagen de fascinante soledad. Sus labios se curvaron en una
amarga sonrisa.
Porque en esa soledad, ella lucía infinitamente más triste
que nunca.
Sakura, por supuesto.
Suspiró, sintiéndose repentinamente abatido. Había
llegado a la fiesta demasiado tarde. Prácticamente todos los invitados
ya se habían retirado, solo los familiares más inmediatos
habían permanecido, y ellos lo habían recibido, si no con
exuberante contento, sí con calma y simple aceptación. Syaoran
había estado inusualmente abierto, estrechando la mano de Eriol
y palmeándolo en la espalda varias veces, pronunciando un saludo
revuelto y entre dientes. Y después Sakura había aparecido
para saludarlo, y lo había abrazado, rodeando su cintura con sus
brazos con aniñadas ansias.
—Estoy muy contenta de que hayas regresado —ella había susurrado.
—Felicitaciones —él le había susurrado también—.
Estoy muy feliz por los dos.
Realmente lo estaba.
Y entonces ella se separó de él, con sus ojos verdes ardiendo
adrede en su rostro. Los de él ya estaban buscando en la ya casi
vacía habitación.
—Ella se ha ido.
El la había mirado perplejo, por supuesto, con decepción...
tal vez. En realidad no sabría decirlo, excepto porque se sentía
débil, y súbitamente vacío. Porque había estado
deseando... deseando tanto...
Y cuando la encontró, con esos hombres, sus hermosos ojos oscurecidos
de terror y desesperación, ese deseo se había elevado y
transformado en una terrible furia, y eso era algo que él no podía
explicar.
Y ahora esta... esta sensación de incontrolable añoranza.
La luz estaba comenzando a hipnotizarlo.
—¿Eriol-kun?
Su voz era temblorosa. Ella estaba temblando. Se reprendió
a sí mismo con fiereza. Caminó hacia ella rápidamente.
Preocupado por ella, por lo menos, así podría entenderse.
Preocupado por ella, por lo menos, de eso podría estar seguro.
—¿Estás bien? —preguntó dejándose caer sobre sus
rodillas, frente a ella.
Las manos de ella se movieron nerviosamente sobre su regazo, delgados
dedos aferrando los pliegues de su vestido, entretejiéndolos juntos,
y después casi rasgándolos al separarlos.
—¿Tomoyo-san? —dijo él, subiendo la mirada para observar su rostro.
Con esta cercanía él podía ver su rostro claramente
por primera vez, con sus líneas y curvas y matices que no habían
sido oscurecidos por la lluvia. Ella también lo observó,
con sus oscuros ojos destellando con alguna desconocida emoción,
como si sucediera a una gran distancia.
Otro intranquilo momento. Suspirando, contra su buen juicio, movió
sus propias manos y envolvió las de ella.
El temblor se detuvo inmediatamente.
El permaneció en silencio.
De pronto ella estaba inclinándose hacia delante, y la sensación
de impenetrabilidad se había ido.
—Gracias... —susurró ella.
Un tumulto surgió otra vez dentro de él. Apretó
el agarre que tenía sobre las manos de ella.
—¿Por qué? —dejó salir.
—Por venir —respondió suavemente, moviéndose tan ligeramente
que su cabello rozó su mejilla—. Por estar allí.
Su cabeza nadaba en un estallido de sensaciones. Ella estaba tan, pero
tan cerca, su presencia tan tangible que él supo que si fuera por
acercarse más, le estaría tocando el alma, y que ella no
haría ningún intento por resistirse. Siempre había
sido así entre ellos, desde aquella primera tarde en el parque,
no habían medidas entre dar o recibir, solamente la sensación
de aterradora franqueza.
Simplemente podría acercarse... y tocar...
Ella se acercó y tocó. Los labios de él con los
suyos.
Y si hubiese habido desgarradora desesperación en ese momento,
él nunca lo notó, de pronto estaba demasiado deslumbrado
como para notarlo.
Una sensación de cercano vértigo barrió sobre él,
como olas y olas de debilidad. Lo único que pudo hacer fue permanecer
de rodillas, y sostener sus manos, y sentirla en su boca, dulce, fragante,
salobre.
Sus pestañas rozaron su mejilla y estaban húmedas de lágrimas,
marcando a fuego su piel con otro retrato de dolor.
Demasiado de ellos...
Demasiados...
Ella estaba llorando.
Y él la deseaba con locura.
Ella rompió el beso gentilmente. Trató también de
desenredar sus manos del agarre de él, pero él no la dejaría
ir. Le pareció que ella sonrió por un momento, a través
de las lágrimas, y sintió como ella depositaba un beso sobre
su cabello, en su mejilla, a un lado de su boca. Finalmente, ella susurró,
como un niño lo haría.
—¿Me-me amarás, Eriol-kun?
Las palabras lo estremecieron gravemente. Con un movimiento compulsivo,
liberó su agarre, pero solo para empujarla hasta recostarla en
el sofá, dejando vagar sus manos a través de su cuerpo,
trazando los contornos de su rojo vestido de seda, halando con la misma
rudeza con la cual ella lo había hecho antes. Lóbregamente,
escuchó el delgado material rasgarse, y de pronto estaba tocando
piel desnuda, su cabello negro, y sintiendo su humedad. En todas partes.
El necesitaba sus lágrimas dentro de él.
Ella lo besó de nuevo, arqueándose hacia él, repitiendo
una y otra vez:
—¿Me amarás... amarás... amarás...?
Y fue como si estuvieran otra vez en el parque, esa tarde ventosa, hace
tanto tiempo, y que ella le estaba preguntando si era feliz, si alguna
vez había sido feliz. Esa pregunta lo había atormentado
durante todos esos años, como las palabras lo atormentaban ahora.
—¿... amarás... ?
¿Lo haré? pensó angustiosamente mientras se sumergía
en ella. ¿Lo haré?
—Sakura-chan —le escuchó susurrar. Llanto—. No...
Y él se había perdido.
—... me amará...
Tomoyo despertó en una cama vacía.
El color blanco nubló su visión. El techo, el piso, las
paredes, las almohadas sobre las cuales descansaba, las sábanas
las cuales se adherían a su cuerpo. Su propia piel desnuda. Giró
su cabeza perezosamente hacia un lado, buscando...
El estaba sentado al lado de la ventana, medio cubierto por las sombras
de las pesadas y blancas cortinas, las cuales estaban agazapadas tras
él como descoloridos tigres listos para saltar. Observándola.
Instintivamente, impulsivamente, ella se sonrojó.
—Buenos días —dijo ella, con una voz apenas audible.
El no habló.
Escenas de la noche anterior relampaguearon en su mente con alarmante
claridad. Y junto con eso, recordaba esas películas que había
visto, donde los personajes principales se sentaban y contemplaban mutuamente,
el uno al otro, después de una noche de jamás propuesta
pasión, mano sobre mano, labios sobre labios, cuerpo sobre cuerpo...
Alma sobre alma.
Jamás propuesta.
De pronto pensó en Sakura.
Jamás propuesta y jamás deseada. Sus dedos apretaron las
sábanas, y dijo la primera cosa que le vino a la mente.
—Lo siento.
Ellos también se disculpaban, esos actores y actrices de ella.
No fue mi intención, dirían ellos. Yo no sabía...
Estaba triste, confundido. Y tu estabas allí, y no pude detenerme.
Pero eso era todo lo que había. Lo siento. Eso era todo lo que
había.
Aún la amo. La amo.
Ella intentó decir esas cosas.
—Yo...
Las cortinas se abrieron convulsivamente hacia un lado y ella se encogió
cuando la brillante luz del sol la golpeó en el rostro, iluminándolo
todo, tan dolorosamente como lo había hecho la otra luz, esa otra
noche, esa noche anterior.
Su voz, cuando finalmente llegó a ella, era tan gentil como siempre.
—¿Por qué sigues haciendo eso?
Ella se inclinó hacia delante, tratando de verlo.
—¿Haciendo qué? —preguntó ella suavemente.
—Diciendo que lo sientes —respondió—. No me gusta cuando haces
eso, cuando sabes...
El hizo un pequeño movimiento, como si fuera a pararse, y después
se detuvo, relajándose otra vez en la oscuridad.
La mirada de ella abarcó la cama, persistiendo en quedarse sobre
la almohada que estaba a su lado, donde él había apoyado
su cabeza. Combatió el casi arrollador deseo de tocarla.
—Cuando lo sé... —Sonrió—. Cuando lo sé todo.
Ella cedió y escondió su rostro en el tentador hueco.
—¿Qué es "todo", Eriol-kun? —preguntó ella con
voz apagada.
Aquí. Ella podría esconderse aquí. Como lo hizo
él, en su ensombrecida alcoba. Los restos de la esencia de él
le adormecían los sentidos. Inquietándola.
—¿Es el conocimiento del sufrimiento? —continuó ella—. ¿Furia?
¿Fracaso? ¿Odio? ¿Amor? ¿Felicidad? —Su aliento se atoró en su
garganta—. ¿Dolor?
—Es el conocimiento de... de lo humano, creo —respondió él
suavemente—. Que nunca puedes tener todo en una sola medida, y que alguien,
inevitablemente estará para compartir contigo. Tu furia. Tu fracaso.
Tu odio. Tu amor. Tu felicidad.
Hizo una pausa por un momento, como si dudara.
—E incluso tu dolor. Y no veo que tengas la necesidad de disculparte...
por dejar que alguien más tome parte de tu dolor.
—¿Y tu? —susurró roncamente—. ¿Tu te... te arrepientes? ¿Por lo
que viste y sentiste...?
—Solo puedo decir que me hiciste sentir humano de nuevo, Tomoyo-san —dijo
él simplemente—. Y nunca me arrepentiría de eso.
Ella no recordaba haberse sentado, dejado la cama, o cruzado la habitación.
Solo sabía que se estaba arrodillando frente a él, como
él se había arrodillado frente a ella la otra noche. Y que
estaba sosteniendo sus manos, como él lo había hecho la
otra noche. Y que él estaba temblando bajo su caricia, como ella.
La otra noche.
Se dio cuenta entonces de lo hermoso que él era, su pálida
y suave piel, sus delgados contornos. Su sedoso cabello cayendo sobre
su delicado rostro, y esos profundos y oscuros ojos. Ella comenzó
a temblar.
Y supo que tenía que decirlo.
—Pero yo aún la amo, Eriol-kun.
El la miró y sonrió.
—Lo sé.
Entonces algo en ella se quebró, y de pronto se sintió
perdida, a la deriva, y la sensación de apasionante alivio que
la había embargado cuando despertó esta mañana, y
lo vio observándola se había ido. Ella se acercó
temerosamente y él la tomó e sus brazos, llevándola
hasta su regazo.
—Aún la amo —repitió ella desesperadamente, y se preguntó
porque se sentía tan vacía—. Aún la amo.
El apretó su abrazo, y sus labios rozaron su frente.
—Lo sé... —le susurró—. Lo sé.
Ella no vio la mirada en su rostro, la cual era de una infinita tristeza.
Fin de la segunda parte
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