Turn
un fanfic de Card Captor Sakura
por Tim Mandigma
traducido al español por Azur
Card Captor Sakura y personajes mencionados en este texto son Copyright
© CLAMP.
Parte 1: Away
Los patios de la primaria resplandecían con alegres colores, luz
de sol y miles de conversaciones zumbando en el aire como la confusa cacofonía
de las canciones de las aves. La gente se entrelazaba, y sus risas proveían
un fondo vivaz a la música que resonaba desde el enorme, fuerte
e indudablemente caro equipo de sonido.
Tomoyo sonrió felizmente. La primera Feria de La Primaria Tomoeda
era siempre un gran suceso, como si tuviera que decírselo a sí
misma. Organizar la feria no había sido tarea sencilla. En un momento
de frustración se había visto tentada a pedirle a su madre
que se uniera al comité de la feria. Afortunadamente, Sakura la
había contenido, y por ese hecho, Tomoyo estaba devotamente agradecida.
Ella amaba a su madre, y mucho, pero Sonomi tenía tal obsesión
con lo referido a la organización que probablemente hubiera pedido
igualmente a los visitantes y estudiantes que usaran medias de colores
específicos. Por motivos de identificación, por supuesto.
Una enorme torta de chocolate había sido una buena manera de regresarle
el buen humor, junto con la amistosa conmiseración usual en Sakura.
Tomoyo sonrió. Sakura-chan era la mejor.
Tomoyo examinó los alrededores con su cámara, sonriendo
resignadamente cuando las felices sonrisas brillaban desde la lente hasta
la pequeña pantalla de su cámara. Ella les sonreía,
y continuaba filmando. Rika y Chiharu la saludaron desde un puesto. Ella
les devolvió el saludo con una mano, y caminó un paso hacia
atrás, enfocándolas bien para una toma de cerca.
—¡Tomoyo-chan!
Tomoyo giró instantáneamente hacia un lado, ampliando su
sonrisa desmesuradamente cuando vio a Sakura correr hacia el campo, con
su cabello castaño rojizo brillando con las luces rojas del sol
de la tarde. Ella lucía linda, como siempre, pensó Tomoyo
con aprobación. Se olvidó de los puestos, las tiendas, su
madre, Rika y Chiharu... Todo y todos. Sakura siempre había tenido
ese efecto sobre Tomoyo; el mundo se desvanecía retirándose
hacia los bordes, como lo hacía el ruido del tráfico al
entrar a la oficina de su madre, hasta que se sintió vacía,
hueca, y todo lo que quedaba era una abrumadora sensación de ser.
Sakura siempre había calmado algo que estaba en lo profundo de
su alma. Y Tomoyo no podría tenerlo de ninguna otra forma.
Una multitud de estudiantes de los primeros años de secundaria
apareció de repente desde la derecha riendo estrepitosamente. Un
chico extraordinariamente alto —Tomoyo apenas lo reconoció como
el jugador estrella del equipo de básquetbol—balanceó su
brazo de arriba abajo con raros movimientos, mientras le hacia caras a
sus sonrientes amigos. Simplemente la usual forma ruda de divertirse de
los chicos, pensó despreocupadamente, y comenzó a caminar
hacia Sakura, quien para entonces estaba casi al nivel del chico. El último
se detuvo de repente, aún moviendo su brazo, y rápidamente
golpeó a Sakura que llegaba corriendo. Horrorizada, Tomoyo observó
como Sakura, golpeada en el medio del cuerpo por un enorme brazo, era
lanzada hacia un lado... perdió el paso... cayó...
—¡Sakura-chan!
Gritó asustada. Sakura yacía en el medio del campo, y aún
desde la distancia que las separaba, Tomoyo pudo ver que su pierna estaba
torcida de una forma inusual. Tomoyo comenzó a correr desesperadamente,
abriéndose camino entre el apretado grupo de personas, la cual
incluía al ahora completamente arrepentido agresor, con característica
típica aspereza. Emergió de entre la gente en el campo con
un suspiro de alivio, mientras sus pies rozaban frenéticamente
el pasto al encaminarse rápidamente hacia su amiga.
Solo unos pasos más...
Pero alguien más había llegado primero.
—¡Sakura!!!
Tomoyo se detuvo al ver a Syaoran arrodillarse al lado de la frágil
figura de Sakura, con sus ojos ámbar oscurecidos de preocupación.
Gentilmente colocó un brazo bajo la espalda de Sakura, y ayudo
a la chica a moverse y sentarse. Sakura no protestó, a pesar que
su rostro había palidecido impresionantemente por el dolor.
—Estará bien —Tomoyo escuchó decir a Syaoran tranquilizadoramente.
El corazón de Tomoyo de contrajo al ver a Sakura sonreírle
a Syaoran. Los dos se miraron, obviamente por un segundo, frente a la
protesta de los espectadores y el par de profesores que se acercaban.
Esa sonrisa le dijo a Tomoyo muchas cosas. Permanente confianza, afecto,
agradecimiento... y la única cosa que transforma la simple belleza
en una impresionante maravilla.
¿Amor?
Y Sakura lucía impresionantemente hermosa.
Ambos lucían así.
Bueno, eso era lo que querías, ¿verdad?
Ella lo había notado, por supuesto. Desde esa noche, cuando Sakura
había finalmente enfrentado a Clow Reed —no, Eriol-kun, pensó
Tomoyo aturdidamente— ella y Syaoran habían sido inseparables.
Iban a la escuela juntos, almorzaban juntos, se hablaban constantemente
en clase... Tomoyo siempre fue incluida, por supuesto, pero no era lo
mismo. No podía forzarse a resentirse con Syaoran, o estar molesta
con Sakura, porque ellos eran tan felices, y la felicidad de Sakura era
la felicidad de Tomoyo. Y Syaoran, sabía bien Tomoyo, era la felicidad
de Sakura.
Pero aún así no era lo mismo.
Miró hacia abajo, a la cámara que aún sostenía
firmemente con una mano. Mecánicamente, la llevó a la altura
de su vista, pero la escena lucía borrosa, y relampagueaban colores.
Se mordió el labio, preguntándose fútilmente si habría
algo mal con el lente, pero la humedad que bajaba por sus mejillas no
era parte de la cámara.
Tomoyo observó como Syaoran se levantó lentamente, sosteniendo
a Sakura, ambos abrazándose por la cintura. Yamagata-sensei se
acercó a ellos, inclinándose para ver el rostro de Sakura.
Ella sacudió su cabeza, haciendo una mueca de dolor. Entonces Syaoran
murmuró algo, y el gesto de dolor desapareció. Sakura sonrió,
y sus ojos verdes brillaron cuando lo miró. Hasta Yamagata lucía
sorprendido. Con una punzada de dolor, Tomoyo se preguntó que habría
sido lo que Syaoran le había dicho. Ella debió estar allí,
pensó de mala gana. Al lado de Sakura, preguntándole como
se sentía, para decirle que todo estaría bien, para hacerla
sonreír a pesar del dolor.
Pero Syaoran estaba "allí", y eso era suficiente para
Sakura. Y lo que era suficiente para Sakura era suficiente para Tomoyo.
Debía ser suficiente. Las lágrimas fluyeron rápidamente.
—Rayos. Espero que esté bien.
Tomoyo giró abruptamente, y miró al joven que más
temprano había chocado contra Sakura, parado al lado de ella. La
causa del "accidente", del dolor de Sakura.
Tomoyo frunció el ceño; y de pronto, inexplicablemente,
estaba furiosa. Sakura estaba herida, y todo por un joven, inmaduro y
tonto jugador de básquetbol, quien pensaba que el mundo era una
cancha donde se podía embestir, empujar y chocar contra las personas.
Y por una vez, ella no contuvo esa ira. En ese momento, no quería
nada más que permitírsela. Tal vez, esa ira podría
hacerle olvidar su dolor.
—Es tu culpa si ella no está bien.
La otra persona se sonrojó.
—No fue mi intención —dijo a la defensiva—. Fue un accidente
Ella apretó los puños.
—Fue una evidente estupidez —pronunció con lentitud, consciente
de la interesada atención de los espectadores—. ¡Si hubieras visto
por donde ibas, en ves de hacerte el tonto enfrente de tus amigos, esto
no hubiera sucedido!
Una parte de ella protestó, advirtiéndole que eso era injusto,
y que ella estaba quedando como una tonta, pero el saber que Sakura estaba
herida llenaba su mente, consumiéndola totalmente.
—¡Mocosa! —murmuró el muchacho, con las mejillas ardiendo de furia
esta vez.
Uno de sus amigos lo tomó por el brazo, pero él se zafó
bruscamente.
—¿Quién demonios crees que eres para darme sermones, ojousan?
—pronunció de forma grosera. Ella se enderezó abruptamente.
—Mi nombre es Daidouji Tomoyo —contestó adoptando el tono altanero
que había escuchado a su madre usar muchas veces. Tomoyo nunca
antes había tenido motivo para —o deseo de— usarlo. Pero ella nunca
había notado cuan rudas podrían ser las personas, especialmente
los muchachos. Hasta ahora.
—Mi madre es Daidouji Sonomi —terminó fríamente.
—¿De la Compañía Daidouji? —preguntó una chica detrás
de Tomoyo.
—Sanetada, creo que mejor nos vamos. Vamos... ¡Tu no quieres tener problemas
con ella! —chilló.
—¡A mí no me va a intimidar una niñita rica y consentida!
—respondió Sanetada acaloradamente—. ¡Y yo ya he dicho que lo sentía!
Además, por la forma en que ella continúa con esto, pensarías
que yo la "lastimé".
Sus labios se curvaron desagradablemente.
—O tal vez sí... —dijo siguiendo especulativamente—. No sabía
que empezaban tan jóvenes.
Los ojos de Tomoyo destellaron, y repentinamente quería lanzarse
contra Sanetada, arañando y pateando, lo que fuera para quitarle
la estúpida sonrisa que revoloteaba en su rostro. La urgencia de
entregarse a la violencia era una sensación con la cual Tomoyo
no estaba familiarizada; sin embargo, se sentía bien, satisfactoriamente
bien. Solo tomaría un solo insulto más bien colocado, y
entonces...
—Disculpe, pero creo que usted debería retirarse —dijo una voz
calma.
Los rastros de ira se evaporaron rápidamente cuando las palabras
y la voz se registraron en la mente de Tomoyo. Pestañeó
sorprendida cuando vio a Eriol de pie justo al lado de ella, y lo sintió
apretar su brazo suavemente.
—Eriol-kun...
Pero Eriol tenía centrada toda su atención en Sanetada
quien había comenzado a balbucear de nuevo.
—¡¿Y quién diablos eres tú?!
Eriol sonrió benignamente.
—Un estudiante —contestó con su extraña y profunda voz.
Sanetada rió.
—¿Sí? ¿Y crees que por eso puedes darme órdenes?
—No —dijo Eriol, aún sosteniendo el brazo de Tomoyo—. Pero creo
que él podría.
E inclinó su cabeza hacia donde el grupo se reunía junto
a Sakura y Shaoran.
Tomoyo giró, preguntándose quien sería él,
y vio a Touya luciendo en su rostro una amenazadora expresión,
y la mirada fija en Sanetada. Tomoyo sonrió cuando este último
palideció.
—¿La chiquilla es su hermana? —pronunció Sanetada con un extraño
murmullo.
—¡Diablos, es Kinomoto-sempai! —gimió alguien cuando Touya comenzó
a caminar hacia ellos.
—Parece que estás a merced de él, Sanetada.
—Ahora, ¿podrías irte? —preguntó Eriol cortésmente.
Sanetada lo miró furioso.
—No te pongas tan arrogante, chico —dijo mofándose, mientras
giraba para marcharse.
—No me atrevería —contestó Eriol suavemente.
Sanetada les propinó una última amenazadora mirada sobre
su hombro, y luego se marchó arrastrado por sus amigos, dirigiéndose
rápidamente hacia la relativa seguridad del letrero de salida,
seguidos por un obviamente furioso Touya quien para entonces les gritaba
blasfemias.
Tomoyo bajó la vista cuando Eriol la encaró, y con tono
gentil preguntó:
—¿Estás bien, Tomoyo-san? —Y detrás de esas inocentes palabras
había un gran significado.
Ella se sonrojó, sabiendo exactamente lo que él había
querido decir. El significado de sus palabras.
—S-sí, por supuesto... Eriol-kun —tartamudeó ella—. Gracias
por ayudarme.
—En realidad estaba ayudando a mi estimado Sanetada-san —llegó
la suave respuesta—. Lucías tan aterradora.
Tomoyo sonrió a pesar de todo.
—¿En serio? —preguntó tristemente. Ella apenas se encogió
de hombros, aún sosteniendo la cámara en sus manos—. Solo
me dejé llevar, supongo... El fue tan...
Esta vez la risa sonó forzada. Ella subió la mirada, dibujando
una sonrisa en su rostro.
—Otra vez gracias, Eri...
—Creo que Sakura-san esta bien —dijo Eriol con voz calmada, mientras
su mirada se fijaba tras la cabeza de ella—. Ahora la están llevando
a la clínica.
La sonrisa se desvaneció instantáneamente, y Tomoyo giró
sobre sí misma. Sus ojos se ensombrecieron al ver a Sakura, aún
sostenida por Syaoran, bajo la ceñuda supervisión de Touya
—quien había regresado rápidamente después de haber
propinado un buen escarmiento a Sanetada— y la inquieta preocupación
de Yukito, siguiéndolos hacia fuera del campo con pasos remilgados.
Tomoyo juntó sus manos muy fuerte, deseando en este mundo nada
más que correr tras Sakura, caminar a su lado, estar...
De pronto Sakura alzó la vista, sus ojos examinando el campo,
como si buscara algo. O alguien. El corazón de Tomoyo dio un brinco
cuando Sakura miró en su dirección, y sonrió.
Ella me llamará ahora, le dirá a todos que no puede
manejarse sin su mejor amiga. Sin Tomoyo.
Pero Sakura solo permaneció sonriendo, y gritó:
—¡Nos veremos Tomoyo-chan! ¡Eriol-kun! —Levantó una mano, y entonces
ya se había marchado, con su cabeza apoyada en el hombro de Syaoran.
Tomoyo le sonrió automáticamente a través de sus
temblorosos labios, mientras las lágrimas quemaban sus ojos, equilibrándose
amenazadoramente en el borde de sus pestañas, listas para caer,
para gritar con ella.
A mí no.
—¿Tomoyo-san?
No. No podía dejarlo ver.
—Yo-yo tengo que irme, Eriol-kun —murmuró sacudiendo lentamente
su cabeza—. A casa.
—¿Quieres que te acompañe?
Su vos fue tan gentil que Tomoyo casi lloró frente a él.
Para su horror, descubrió que si estaba llorando, y que Eriol la
estaba observando.
—No... no, gracias, pero tengo que... —Ella evitó su mano extendida,
pensando solo en escapar de allí.
El no la detuvo.
No tenía ningún sentido huir de algo que siempre había
sabido como inevitable. Pero hasta ahora, nunca había entendido
lo inevitablemente doloroso que podría ser.
—¡Que día tan hermoso! —trinó Nakuru, lanzando al aire
un enorme mono de peluche. Spinel permanecía sentado en su hombro,
medio dormido—. ¿No te parece Eriol-kun?
—Sí... —asintió Eriol afablemente. Sonrió.
Era un precioso día, prácticamente hermoso. El y
Nakuru habían decidido evitar la usual ruta a su casa; tomando
un desvío hacia el parque cercano para ver una exhibición
de flores en los jardines botánicos. Por lo menos, Nakuru había
dicho que ella deseaba ver la exhibición, a través
de lo cual ni siquiera Eriol pudo deducir sus verdaderas intenciones.
Podría haber jurado que Nakuru quería hablar con él,
pero había estado tan absorto en sus propios pensamientos que debió
de haberse perdido algo, de algún modo. Pensamientos... imágenes,
en realidad, solo recuerdos que no parecían encajar, y a los cuales
no podía situar correctamente. Eriol frunció el ceño
por un momento, sintiéndose... ¿confundido? Extraño. No
podía recordar haber sido sujeto de inseguridad en toda su vida,
incluyendo las encarnaciones anteriores. Todo lo que Clow Reed hizo, lo
había hecho con un claro propósito, con un plan perfectamente
pensado. Sus motivos, aunque sutiles, hasta torcidos en su superficie,
tenían por debajo fundamentos muy sólidos. De cualquier
cosa, Clow definía la precisión.
Al igual que Eriol.
Hasta ahora.
Más precisamente, pensó Eriol con una irónica sonrisa,
hasta hoy.
Y si siquiera sabía por qué.
—Que mal que Sakura-chan se lastimara —murmuró Nakuru, soplando
los mechones de cabello que caían sobre su frente.
—Pero oooooh... ¡¿verdad que Touya-sempai se ve apuesto cuando se enoja?!
Realmente pensé que iba a matar a Sanetada. —Se rió—. ¡Tendrías
que haber visto el rostro de Sanetada, Eriol!
—Lo vi —contestó Eriol—. Yo estaba allí.
Se ajustó un poco sus anteojos. La luz del sol aún estaba
muy brillante. Se reflejaba en los cristales provocando un deslumbrante
brillo. Tal vez debería haber llevado consigo una gorra, o anteojos
de sol. Eriol parpadeó de nuevo, sorprendido por la repentina vuelta
y cambio que sus pensamientos y emociones habían tomado en la última
hora. En la última semana, de hecho. Cada vez más y más,
se encontraba a sí mismo comportándose como... un muchacho.
Sonrió. Darse cuenta de eso no era del todo indeseable, pero sí
un poco perturbador. En realidad nunca se había puesto a pensar
lo que podría ocasionar el darle la mitad de sus poderes a Sakura,
excepto que podría perder algunos elementos de su magia. Eso era
todo. Pero nunca había pensado en que también perdería
una parte de sí mismo. Algunas veces se sentía vacío,
como si el alma que siempre lo había sostenido se hubiera desvanecido
en algún sueño que solo puede anhelosamente recordar.
¿En dónde terminó Clow Reed y comenzó Eriol?
—Oh, sí —dijo Nakuru frunciendo los labios—. Al lado de Tomoyo-chan,
¿verdad?
—Sí.
Eriol miró hacia otro lado, tratando de alejarse de la especulativa
mirada, y continuó caminado, pero el recordatorio le había
golpeado duro. Había permanecido inadvertido detrás de Tomoyo
cuando el accidente sucedió, había corrido tras ella cuando
Sakura cayó. Se había detenido al lado de ella, aún
desapercibido, cuando Syaoran corrió hacia Sakura más rápido
de lo que lo hace Kero volando hacia la comida. Y había visto la
angustiosa expresión en el rostro de Tomoyo cuando Sakura sonrió
con dolor, a través del dolor. No a Tomoyo. No a Eriol. A Syaoran.
A Syaoran.
—No a mí.
Tomoyo había susurrado las palabras con tanta tristeza en sus
ojos ensombrecidos que Eriol se preguntó si en realidad sabía
siquiera lo que estaba diciendo. El se había movido instintivamente
hacia ella, para decir algo. Lo que fuera. De todos sus compañeros
de clase, era con Tomoyo con quien se identificaba más. Oh, él
respetaba y admiraba a Sakura. Le gustaba, estaba orgulloso de ella. Y
de Syaoran, lo admitía ahora. Pero Tomoyo... Tomoyo era diferente.
El sabía lo que ella sentía por Sakura, por supuesto. Y
era obviamente tan doloroso. Pero había algo acerca de Tomoyo...
Parecía ver el mundo con tanta certeza. No era una tranquila confianza,
ni siquiera un resignado fatalismo. Era mas como un sentido de conocimiento.
Y Eriol no era ajeno al buen discernimiento. Toda su vida, había
sido el prisionero de su propio conocimiento, atrapado en un modelo que
él mismo había creado tan firme como él los había
unido. No se arrepentía; como Tomoyo, conocía su lugar,
pero algunas veces...
Algunas veces simplemente era tan increíblemente triste.
—¿Eriol-kun? —Nakuru movió una mano delante del rostro de Eriol.
Eriol sacudió su cabeza irritado.
—¿Qué?
Nakuru sonrió ampliamente.
—¿Estás pensando en ella?
Eriol quedó en blanco, por primera vez.
—¿Ella?
—Tomoyo-chan.
Por enésima vez, Eriol se sorprendió de cuan diferente
era Nakuru de Yue. Y aún así tan similares. Puesto de forma
simple, Yue no era Nakuru, y Nakuru no era Yue. Aunque eran seres mágicos,
Clow nunca les negó el derecho de ser únicos. Pero la percepción,
parecía, que era una cualidad que iba más allá del
control de la magia, y en este aspecto por lo menos, la singularidad se
rendía ante la uniformidad.
—Sí —respondió combatiendo la urgencia de preguntar—. ¿Cómo
lo sabes?
El fino rostro de Nakuru fue surcado por una fugaz seria expresión.
—Tomoyo-chan es diferente —dijo, imitando los pensamientos de Eriol—.
Como si lo supiera todo. Apostaría que puede ganarte todo tu dinero,
Clow.
Rió Nakuru de forma ahogada, lanzando sus brazos hacia atrás
y enojando a Spinel, que se desquitó rápidamente con un
profundo arañón en el rostro de Nakuru.
No todo, reflexionó Eriol, recordando el aspecto del rostro
de Tomoyo cuando Sakura les había dicho adiós agitando su
mano tan fortuitamente que fue casi sospechoso. Eriol estudió la
expansión azur del cielo contemplativamente, preguntándose
si...
—Pero todo salió bien, ¿verdad, Eriol-kun? —preguntó Nakuru,
sosteniendo vulnerable a Spinel por la cola—. Me alegro.
—Yo no —chilló Spinel
Eriol le sonrió.
—Sí. Todo salió bien.
Nakuru había sonado inusualmente sincera, hasta cálida.
Y Nakuru, a pesar de su exuberancia, era cualquier cosa menos cálida.
Y en ese aspecto, otra vez, era muy similar a Yue.
Tal vez todo si había salido bien.
Inexplicablemente, todo le volvió a recordar a Tomoyo. No todo.
—¡Vamos! —dijo Nakuru—. ¡Quiero ver los miradores!
Eriol asintió de forma ausente, giró, y se detuvo abruptamente
cuando vio una figura muy familiar acurrucada en un banco cercano.
—Esperen...
Nakuru lo observó con curiosidad, mientras continuaba luchando
por sacar a Spinel de su cabello.
—¿No vas a venir?
El la observó, sentada bajo la extensión gris azulada del
cielo de la tarde y en la suave brisa, con sus finos brazos abrazando
desconsoladamente sus rodillas, su largo cabello negro extendiéndose
sobre su espalda, terminando su trayecto en liso asiento de mármol,
como agua teñida de sombras. El suspiró.
Nakuru siguió la mirada de Eriol, y la suya se estrechó
en especulación y calmado... ¿entendimiento?
—¿Qué dices si Spinel y yo seguimos adelante? —Estaremos allí
por un rato, y si no vienes, nos iremos a casa.
—Pero yo... —comenzó Eriol, cuando un diminuto sonido, como un
susurro, cargado por el aire, flotó hacia sus oídos. Giró
de nuevo, y retuvo en la mirada el ligero movimiento de sus delgados hombros.
Estaban temblando. Temblando.
Los susurros eran llantos.
—¿Eriol?
—Sí —respondió suavemente—. Estaré aquí.
—Hola.
Tomoyo se heló en medio de su sollozo. Idiota, se reprendió
a sí misma fieramente. No debiste de permanecer aquí...
donde todos pueden verte... Ella debió haber ido a casa, y
encerrarse en su cuarto, donde podría llorar con todo el corazón...
y donde nadie pudiera escucharla, o importarle. Pero el parque había
lucido tan tentador, confortante. Ella había pensado que podía
sentarse aquí, y ver al viento y el sol y las flores jugar entre
ellas como una danza de equilibrada belleza.
Y la imagen de Sakura flotaba en su mente, y ellas estaban corriendo
en un campo de doradas luces, riendo, mano con mano.
Juntas.
Se abrazó más firmemente, esforzándose por preservar
ese mundo de ensueño.
Sola.
Solo esta vez, y nunca más.
—Por favor... solo vete —dijo ella con voz apagada—. No quiero...
Una pausa, y después:
—Pero me gustaría sentarme a tu lado, Tomoyo-san.
Sobresaltada, levantó su cabeza hacia él.
—E-Eriol-kun... —dijo ahogada, con la respiración temblorosa.
Se paró frente a ella, con las manos juntas tras de su espalda.
La brisa de la tarde barría suavemente el lazo de su uniforme de
la escuela incompasivamente, llevándolo hacia un lado en el aire
en un momento, sacudiéndolo hacia el otro lado al siguiente.
Se miraron por unos instantes. Tomoyo tragó, preguntándose
por qué de pronto se sentía tan nerviosa. Sus manos estaban
temblando mucho. Las apretó juntas, muy fuerte; cansada, ella simplemente
estaba cansada.
—¿Tomoyo-san?
Ella notó que él no estaba usando sus anteojos. Ojos oscuros,
tan profundamente negros que parecían casi opacos, la estudiaban
directamente desde debajo de pesadas pestañas, modeladas en su
curva jaspeando sombras sobre sus desnaturalizadamente pálidas
mejillas. Tomoyo volvió a mirarlo con involuntaria fascinación.
—Yo...
Eriol sonrió.
—Si está bien, por supuesto.
Tomoyo alejó algunos mechones fuera de su rostro, luchando por
mantener la compostura.
—Por-por supuesto que está bien, Eriol-kun —dijo tratando de sonreírle.
Limpió sus mejillas subrepticiamente, deseando fútilmente
que él no hubiese notado...
Pero él lo hizo, por supuesto. Tomoyo se sobresaltó cuando
él tocó su rostro tiernamente, con esmerado cuidado.
—Has estado llorando demasiado, Tomoyo-san —dijo suavemente, y después
se sentó a su lado, abrazando con sus brazos sus rodillas, imitando
su postura.
Demasiado. Ella miró hacia otro lado.
—Ha sido un... día difícil —dijo débilmente.
El no contestó.
Ella lo observó por el rabillo del ojo. Lucía calmado,
como siempre, inescrutable. Todos en la Primaria Tomoeda respetaban a
Hiragizawa Eriol. El parecía saberlo... todo.
Casi como si hubiera visto todas las cosas, estado en todos los lugares.
Había sido la forma de plantearlo de Rika.
Takashi había sido más insensible. El es extraño.
Genial, pero extraño. ¿Extraño? Tal vez. Tomoyo pensó
que él era simplemente... Eriol. Había algo diferente en
él, algo que hacía que todos pensaran que él no era
quien decía ser, quien pretendía ser. Algo casi como un
sueño. Sí, eso era. Eriol era una persona que parecía
no existir, y aún así vivía. Sakura le había
dicho que él era la reencarnación de la mitad del alma de
Clow Reed. Tomoyo se preguntó que se sentiría vivir con
la mitad de uno mismo perdida. Ella sabía que Eriol era muy poderoso,
pero hay ciertas cosas que el poder nunca podrá dar. Observó
a una bandada de pájaros tomar vuelo con trepidante palpitar de
alas y viento, mientras las blancas plumas colgaban de un cielo de grises
matices, antes de flotar lentamente hacia abajo, danzando con las hojas,
y luego entre ellas, y luego con la tierra.
Era muy triste, realmente.
¿Cómo se sentiría observar a las aves, escuchar su canción,
con solo la mitad de los sentidos, con solo la mitad del fervor que cada
acto demanda?
Por debajo, él debe ser una persona muy triste.
Pero ella también vivía de esa forma, ¿verdad?
Por siempre incompleta, porque nunca podrá estar con la persona
que más quería. A cada lugar que miraba, cada cosa que observaba,
deseaba poder compartir con Sakura.
Sabiendo que ella no lo haría.
Ausentemente, Tomoyo bajó su mano para acariciar los suaves bordes
del asiento, pensando. Sakura sonrió en sus pensamientos... Tomoyo
aclaró su garganta.
—¿Eriol-kun?
El la miró.
—¿Sí?
—¿Eres feliz?
Tomoyo se sonrojó ante su propia pregunta. Eriol pareció
haber sido tomado desprevenido, y casi pareció desanimarse... Ella
dudó en disculparse.
—Lo siento, Eriol-kun...
El sonrió con su sonrisa gentil.
—No, está bien.
Inclinó su cabeza hacia arriba, hacia el cielo, y sus negros
cabellos flotaron alrededor de su pálido perfil.
—¿Feliz? Yo... —dudó un poco—. No lo sé, Tomoyo-san. No
realmente.
Tomoyo lo estudió, ambos heridos y entristecidos por su súbita
reticencia, aún por su incertidumbre. Y en ese momento ella comprendió
que tan igual a un chico era él; sentado a su lado, con su cabello
flotando en el viento, sonriendo pensativamente al cielo, pensando en
la felicidad que él dijo no conocer. Probablemente que nunca conoció.
Pero una vez más, ¿quién era ella para juzgar?
Eriol expresó sus dudas.
—¿Y tu, Tomoyo-san? —dijo suavemente—. ¿Eres feliz?
Una lágrima resbaló de nuevo, y luego otra, y otra y otra.
—Sí —susurró.
—Las personas felices no lloran —dijo él.
Tomoyo sacudió su cabeza lentamente. ¿Cómo podría
hacerle entender que su felicidad estaba mezclada con sus lágrimas?
¿Que con cada gota de humedad ella podía ver el rostro de Sakura-chan
reflejado en su alma? Ella forcejeó con las palabras, consigo misma.
—La felicidad comprende hacer feliz a quien amas, más allá
de tus propias lágrimas.
Por un momento él permaneció en silencio.
—Y a quien tú amas es a Sakura-san.
Ella sonrió.
—Sí.
—Entonces, ¿la felicidad es siempre tan triste? —preguntó Eriol,
y en su voz había una nota de nostalgia—. Que las personas deban
estar felices en su sufrimiento es algo que nunca he entendido.
Gentilmente apoyó el mentón en su mano, con la mirada distante.
—Y ahora te escucho a ti, Tomoyo-san, y sé que amas a Sakura...
y aún así no entiendo.
Tomoyo suavizó la mirada al observarlo.
—Tal vez sea porque tu nunca has amado, Eriol-kun —murmuró gentilmente.
El quedó en absoluto silencio con eso, oscureciéndose su
mirada con lo que parecía ser confusión... y pesar.
—Sí —dijo vacilante—. Tienes razón. Nunca he amado. —Hizo
una pausa—. No realmente.
Impulsivamente, ella depositó una mano sobre su hombro.
—Eriol-kun, lo siento... —Ella se sonrojó levemente, súbitamente
avergonzada—. Nunca debí haber preguntado... Es decir, sé
que amas a Nakuru-san, y a Spinel-san... y a Sakura-chan. Yo...
Ella se congeló cuando él tranquilamente apoyó el
mentón sobre la mano de ella, la acción fue distraída,
casi ausente... y tan natural que ella no pudo alejarlo.
—Son diferentes —dijo él, y ella sintió, más que
vio como él fruncía el ceño—. No es que no me preocupo
por Nakuru, por Spinel, o por Sakura. Pero... es diferente. Yo no los
amo. Su felicidad... ellos no...
El suspiró, y su aliento agitó su piel.
—Tomoyo-san, simplemente quiero decir que no los... amo.
Tomoyo sonrió tristemente.
—¿Realmente crees eso, Eriol-kun?
—Una parte de mí lo hace —dudó él, y ella sintió
como él sonrió contra su mano—. Por lo menos la parte de
mí que soy... yo. La única parte.
Ella entendió. Lo contempló, observó el negro cabello
que caía hacia sus dedos como sedosas hebras, observó la
curva de su pálida piel asomándose entre esa opulencia de
oscuridad.
—Lo siento, Eriol-kun.
—¿Por qué siempre te disculpas, Tomoyo-san? —preguntó,
y una insinuación de broma apareció en su tono de voz—.
No suenas tan... ¿Cuál era la palabra que Nakuru me enseñó?
Omnisciente cuando te disculpas... Me gustas más cuando lo sabes
todo.
Las esquinas de su boca se curvaron ligeramente. Decidió seguirle
el juego, alcanzada por la inusual tibieza que escuchó en su voz.
—Yo siempre he pensado que tú eras el om-omnisciente, —se le tropezaron
las palabras, y él rió—, Eriol-kun.
—Pienso que cada uno de nosotros tiene sus propias pequeñas verdades,
Tomoyo-san —dijo Eriol, y ella se dio cuenta de cuan suave se sentía
su piel a su contacto.
—Tal vez debemos hablar de esta forma más seguido. Sólo
para saber quien estaba en lo cierto.
Tomoyo se encontró a sí misma riendo también, y
se deleitó en esa risa. La tarde finalmente pareció capaz
de cumplir su promesa de consuelo y paz, mientras los eventos de la mañana
retrocedieron misericordiosamente hacia un reino de temporal olvido, llevándose
a Sakura consigo. Y por eso, por lo menos, Tomoyo estaba contenta.
—Sí —dijo ella suavemente—. Tal vez deberíamos.
—¿Me dejarías invitarte un helado?
Ella pestañó, siendo tomada desprevenida, no tanto por
el ofrecimiento sino por la casi palpable timidez con la cual había
sido pronunciado. ¿Eriol? ¿Tímido? Ella rió interiormente
ante tal pensamiento.
—Eriol-kun, yo...
—Yo nunca antes he tomado un helado.
Porque él ha estado demasiado ocupado siendo Clow Reed. Tomoyo
se mordió el labio, resistiendo la tentación de arrastrarlo
fuera del banco, y empujarlo hacia el área de juego, exigiendo
que por una vez, se volviese un niño. Pero hay algunas cosas que
uno simplemente no puede forzar, solo aceptar, y robarse el momento. Como
este.
—¿Vendrías conmigo, Tomoyo-san?
Ella se apoyó contra él.
—Me encantaría —le susurró.
—Gracias —murmuró él.
Tomoyo observó como el sol se sumergía en el horizonte,
con glorioso destello de carmesí teñido de naranja, y sonrió.
—Gracias a ti, Eriol-kun.
Algunas veces, se siente bien sonreír sin llorar por dentro.
Fin del la primera parte
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