Un Rurouni Para tus Pensamientos
un fanfic de Rurouni Kenshin
por Information Specialist
traducido al español por Azur
Rurouni Kenshin y personajes mencionados en este texto son Copyright
© Nobuhiro Watsuki.
Capitulo 10: Adiós
Kenshin revisó todo el baño. Kaoru no estaba a la vista.
—¿Kaoru-dono? —susurró, sintiendo como su estómago se contraía
de pavor. ¿Dónde está? El kimono que ella había
estado usando estaba a un lado para ser lavado. Encima, una toalla colgaba
para secarse. El baño estaba perfectamente limpio y aún
así, tenía impregnado un vago olor metálico: sangre.
La inquietud de Kenshin aumentó.
—¡¿Kaoru-dono?! —gritó frenéticamente.
—Kenshin, ¿por qué estás gritando de esa forma?
Kenshin se dio vuelta. Kaoru permaneció de pie en la entrada del
pasillo. Alivio fue lo que fluyó sobre él al verla, seguido
de autoreproches por no haber notado cuando ella salió, y por haber
caído tontamente presa del pánico. Kaoru no pudo hacer más
que sonreír. Estaba preocupado por mí, como siempre...
El inesperado pensamiento la reconfortó.
—Bueno, aquí estoy.
—Aa. Ya veo —respondió, con una prudente sonrisa en el rostro.
¡Está sonriendo! Sus ojos lucían distantes, pero
su sonrisa no era forzada como otras; esa era genuina. Kenshin se sentía
desbordado de felicidad. La forma en que ella estaba actuando ahora era
igual a que si verdaderamente nada hubiera pasado entre ellos. Aún
así, algo no se sentía bien. Pequeñas señales
de advertencia relampagueaban en su mente gritando contra el repentino
cambio de sentimientos. Sin embargo, el deseo de recostarse bajo la tibieza
de la felicidad que Kaoru emanaba a través de su sonrisa, aplastó
cualquier otro pensamiento...
Sano se detuvo en el medio del patio del dojo. Yahiko lo miró
interrogante.
—Puedes ver eso... —dijo Sano suavemente. A Yahiko se le iluminó
el rostro al ver lo que Sano se estaba refiriendo. Kenshin y Kaoru estaban
juntos, hablando tranquilamente, casi íntimamente.
—Hacía mucho tiempo que no los veíamos así... —Una
sonrisa vislumbró los labios de Sano. Parece que no tendré
que golpearlo después de todo...
La sonrisa de Kenshin llenó a Kaoru de regocijo. Fluyó
sobre su rostro, las raíces del cabello y bajó por su espalda
como agua tibia. Emociones, puras e intensas emociones la embargaban.
Su corazón se derritió y de pronto respirar y de pronto
se volvió difícil respirar. No es justo, se quejó
su conciencia. Sólo mirarlo hace que lo ame aún más...
Aún después de lo que él le había dicho,
no podía hacer nada. Su amor por él solo aumentaba, y se
estaba convirtiendo en algo que no podía controlar. Es por eso
que debo irme... Que debo olvidarme de él, acostumbrarme a la idea
de que él no siempre estará conmigo... Además...
necesito encargarme de esto por mi misma...
—¡JO-CHAN!
—¡KAORU-DONO!
Los gritos eran tan fuertes que podrían despertar a los muertos,
y la velocidad con la que corrían solo era acompasada por el chasquido
de las hojas a su paso. Yahiko hacía mucho que había quedado
atrás; sus cortas piernas no eran competencia para la velocidad
de Kenshin, o la altura de Sano.
—¡KUSO! ¡¿Por qué tuvo que irse?! —gritó Sano, finalmente
deteniéndose para recuperar el aliento.
—No puedo creer que la dejamos ir así.
Desde que Sano y Yahiko entraron al dojo y vieron que Kenshin y Kaoru
estaban juntos, sintieron como si finalmente el hielo se hubiese roto.
Y por un par de días, realmente se sintió así. Kaoru
se estaba recuperando rápidamente de sus heridas y hasta había
practicado un poco con un más que cuidadoso Yahiko. Sano pasaba
más tiempo en el dojo, y los cuatro habían ido al Akabeko
más veces que lo que sus bolsillos podrían costear. Pero
a pesar de todo ese esfuerzo, sus vidas aún no eran totalmente
normales. Todo era realizado delicadamente, cuidadosamente. Parecía
que todos temían demasiado perturbar la calma que el dojo finalmente
había alcanzado. Fue por eso que, cuado Kaoru insistió en
ir a hacer las compras sola, ninguno protestó a pesar de que querían
hacerlo.
—Voy a comprar algunos ingredientes. Esta noche prepararé algo
especial.
—¿Oro?
Esa fue la reacción de Kenshin. Mientras tanto, Sano y Yahiko
trataban de no lucir muy sorprendidos. ¿Ella prepararía la cena
esta noche? ¿Por qué?
—¿Puedo acompañarte y ayudarte en algo? —preguntó Kenshin.
Observó a Kaoru detenidamente, tratando de adivinar que se traía
ella entre manos.
Dios, ¿por qué me mira de esa forma? pensó Kaoru,
girando rápidamente para salir de su mirada.
—No, quédate aquí. Quiero que esta cena sea una sorpresa.
—Pero, Kaoru-dono, realmente preferiría que no fuera sola.
Kenshin inmediatamente se dio cuenta que había pisado terreno
peligroso. El comportamiento de Kaoru cambió, y lo miró
con ojos fieros y desafiantes.
—Puedo cuidarme sola.
Nadie le contestó... no era necesario. Ella sabía perfectamente
lo que cada uno de ellos estaba pensando. Su silencio develaba sus pensamientos.
Si realmente pudiera cuidarse sola nunca hubiera recibido tal paliza por
parte de dios sabe quién. Su falta de confianza en ella era un
golpe a su orgullo, pero lo que más le dolía era que ellos
tenían razón.
Kenshin deseaba no haber presionado el tema. El podía ver cuanto
ella deseaba que confiaran en sus habilidades para la lucha. No era necesario
que él le recordara que su técnica no siempre sería
suficiente. Ella ya lo sabía. Es simplemente que ahora, él
necesitaba protegerla más que nunca. La hubiese seguido, pero el
mero pensamiento de la furia que ella experimentaría contra él
si ella lo encontraba era demasiado perturbador. Además no era
su derecho.
Después de todo, ella no te pertenece... Kenshin dejó
a un lado ese pensamiento e intentó mitigar la tensión que
el mismo había generado.
—Entiendo. Entonces cuídate.
Los ojos de Kaoru se suavizaron con sus palabras. Ella lo miró
agradecida, apreciando su intento de tranquilizar su orgullo, pero aún
no le permitía ser condescendiente con ella. Aún así,
en el instante anterior a que ella volteara, él atrapó una
mirada en sus ojos que no pudo entender; una que cualquier tonto hubiera
comprendido. Amor, mezclado con dolor y tristeza; esa combinación
causó la incomprensión de Kenshin.
—Sayonara, Kenshin.
Ella giró y se fue. Kenshin la observó hasta que desapareció
por el camino. En ese instante, algo estremeció su estómago,
un arrollador impulso por ir tras ella y detenerla. Cavando hondo en él
como si fuera una puñalada, había un profundo pensamiento,
la sensación de que nunca más vería a Kaoru. Giró
hacia Sano, preguntándole si él también había
sentido algo así, pero el luchador callejero estaba demasiado ocupado
tratando de quitarse del cabello a un furioso Yahiko.
Cuando Megumi finalmente fue capaz de tomar un descanso lo suficientemente
largo como para visitar el dojo, llegó justo a tiempo para ver
como Sano le daba a Kenshin una sección de regaños que prometía
convertirse en algo peor mucho menos placentero.
—No lo entiendo, Kenshin. Kaoru ahora está actuando normal; ¡¿por
qué te comportas como un paranoico?!
—Gomen. Sólo siento que algo no anda bien.
Megumi se unió silenciosamente al grupo que estaba en el porche,
recordando que ella misma había sentido una sensación de
anticipación hacía un rato, pero no podía recordar
que lo había disparado. Sano se levantó y comenzó
a pasearse por el porche.
—Muchas cosas están mal —comenzó Sano impaciente.
—Primero que nada, aún no sabemos exactamente que le sucedió.
Luego apareció Saitoh lanzando sobre nosotros cantidad de pálidas
sobre Jo-chan, después...
—Aún no puedo creer que Kaoru nos echara de la habitación
para hablar a solas con Saitoh —interrumpió Yahiko.
Sanosuke observó al chico. No era necesario recordar eso. Su paseo
continuó, pisando tan fuerte que parecía que estaba tratando
de romper el piso.
—¡¿Puedes detenerte?! ¡Me estás volviendo loca! —se quejó
Megumi. Ella trataba de descifrar su propio presagio. Apoyó su
espalda contra la pared, vencida; sus ojos seguían el movimiento
de Sano. Su enojo tenía cierta razón de ser. Mostraba una
parte de él que ella nunca antes había notado.
Está actuando como un hermano mayor preocupado.
Sano finalmente se detuvo y giró hacia Kenshin.
—Bueno, ¿cómo es que tu no estás enojado? —demandó.
—Aún no puedo creer lo que sucedió —respondió tranquilamente.
Kaoru estaba en problemas y prefirió contarle todo a Saitoh lo
que le sucedió, en vez de a nosotros.
—Lo que quieres decir es que ella prefirió contarle a Saitoh en
vez de a ti —dijo Sano, deteniendo su marcha frente a Kenshin.
—Eso es lo que en realidad quisiste decir.
Kaoru caminó por el sendero hasta que finalmente alcanzó
el cruce que la conduciría a la ruta principal. Si continuaba caminando
por él, eventualmente la llevaría fuera de Tokio. En lugar
de tomar el cruce, siguió derecho, hacia el bosque. Se detuvo en
el tercer árbol paralelo a la ruta, y retiró un saco. Dos
días atrás, había salido por la ventana del baño,
había empacado algunas cosas dentro de ese saco, y lo había
escondido cuidadosamente aquí. Tomo su gi y su hakama
y se cambió rápidamente.
Podré caminar mucho más rápido y fácilmente
usando el hakama que usando esto.
Colocó su kimono dentro del saco. Colocándose su sombrero
de viaje, de manera que colgara detrás de su cuello, y lanzando
el saco sobre su hombro, comenzó a recorrer el camino. Lo hice.
Escapé de Kenshin. Pero a pesar de que salir suponía
tener la mitad de la batalla ganada, ella no se sentía para nada
feliz. Sentía como que estaba perdiendo lo más preciado
de su vida.
Tal vez ya lo había perdido...
Megumi y Yahiko esperaron que Kenshin le respondiera a Sano. El comenzó
a decir algo, lo pensó mejor y en lugar de responder se levantó
y entró al dojo. Sano no lo siguió, pero mantuvo la mirada
fija en él hasta que desapareció. Después, suspirando,
se dejó caer en el porche.
Bakaryu. Si sabes que estoy en lo correcto, ¿por qué no lo
admites?
Aún estaba muy molesto para cuando Megumi se sentó su lado.
Claramente se notaba que quería preguntarle algo, pero ella no
estaba muy segura de cómo hacerlo. Afortunadamente, él la
entendió.
Che. Es tan obvia. Si solamente Jo-chan fuera así en estos
días.
—No, aún no le dije que por casualidad escuché la conversación
que Jo-chan y él tuvieron el otro día.
Megumi se sonrojó. No quería parecer interesada, pero tampoco
podía evitarlo. Cuanto más pronto Sano hablara con Kenshin,
más pronto podría saber cuales eran los sentimientos de
Kenshin con respecto a Kaoru. Sanosuke la observó.
—Trata de no ser tan impaciente, mujer zorro; ya hablaré con él.
Megumi estaba a punto de dirigirle una indignada respuesta cuando Kenshin
volvió a salir del dojo.
—¡Sano! ¡Apúrate, tenemos que encontrar a Kaoru-dono!
—¡¿Qu–?! ¡¿Qué pasó con Jo–?!
Sano se detuvo en la mitad de la oración al notar que Kenshin
estaba apretando fuertemente una carta en su mano.
—¡Mierda! —gritó y partió tras Kenshin.
—¡JO-CHAN!
Kaoru se congeló. Esa voz era Sanosuke. Ella giró su cabeza
en la dirección de donde provenían y escuchó como
Kenshin también gritaba su nombre. Entró en pánico.
Su cuerpo giró hacia las voces automáticamente, pero su
mente la detuvo de seguir corriendo hacia ellos.
Está bien. Debo irme sin importar que tan fuerte griten mi
nombre...
—¡KAORU-DONO!
La intensidad del grito de Kenshin llevó a Kaoru a caer de rodillas
completamente desesperada. Todo su ser rogaba por ir hacia él y
olvidar todo lo sucedido; pero aún así se rehusó
a rendirse. No sólo por el trato que había hecho con Saitoh,
sino también porque estar con Kenshin era agonizante. El no quiso
darle su amor, ni tampoco estaba dispuesto a aceptar el de ella. Lo único
que él quería hacer era protegerla.
Yo no quiero que me protejan. Yo quiero...
Se forzó a sí misma a levantarse y correr. Escapó
de los gritos que herían cada rincón de su ser, escapó
de Kenshin, de la única alegría verdadera que había
conocido desde que su padre había muerto, y directo a la oscuridad
de los bosques.
Yo no quiero que me proteja... Solo quiero que me ame...
Fin del capítulo
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